ALEXANDERLa puerta de la habitación se cerró con un clic seco detrás de ella.Elisa estaba de pie en el centro de la habitación, con su vestido de novia aún impecable, pero con la mirada opaca, como si la realidad finalmente la hubiera golpeado con toda su fuerza.Bienvenida a tu nueva vida.Caminé hacia la barra de bebidas y serví un whisky sin prisa, dándole la espalda. Sabía que ella me estaba observando, probablemente esperando alguna palabra, una explicación, incluso tal vez una muestra de humanidad.Pero no obtendría ninguna.—Quiero dejar algo claro desde ahora —dije, con voz controlada mientras giraba para enfrentarla—. Esto es un acuerdo, Elisa. Nada más. No espero amor, ni cariño, ni ningún tipo de relación íntima entre nosotros. Para el mundo exterior, seremos el matrimonio perfecto, pero puertas adentro… —bebí un sorbo lento antes de continuar— no somos nada.Sus labios se separaron ligeramente, como si mi frialdad aún la sorprendiera.—No tienes que recordármelo —murmuró
ELISADesde el momento en que desperté en esta mansión, supe que mi vida había cambiado para siempre.Pero lo que no esperaba era la sensación de inquietud que se aferraba a mi pecho con cada minuto que pasaba aquí.La noche anterior había sido extraña. Encontrar a Alexander en ese estado vulnerable me descolocó. La imagen que tenía de él como un hombre inquebrantable se tambaleó por un instante. Vi algo en su mirada… un abismo oscuro lleno de secretos.Ahora, en la luz de la mañana, era como si nada hubiera pasado.Me crucé con él en el desayuno. Estaba impecable, con su traje perfectamente ajustado y su expresión indescifrable. Su mirada recorrió mi rostro por un segundo antes de volver a su café.—Hoy tengo reuniones todo el día —dijo sin apartar la vista del periódico.Asentí, porque realmente no esperaba otra cosa.Este no era un matrimonio real.Pero algo en su tono distante me molestó más de lo que debía.—¿Cómo te sientes? —pregunté, sorprendida de mí misma.Alexander bajó el
ELISAEl ruido del tráfico de la ciudad se filtraba a través de las ventanas rotas de mi pequeño apartamento, mezclándose con el incesante pitido de la vieja cafetera. Mis dedos tamborileaban sobre la mesa mientras repasaba una vez más las cuentas del mes. No importaba cuánto intentara hacer rendir mi sueldo, las cifras nunca cuadraban. Alquiler, facturas, comida… y la deuda del hospital que me mantenía al borde del abismo financiero. Solté un suspiro pesado y cerré los ojos por un segundo. No podía darme el lujo de caer en la desesperación. Mi hermano menor dependía de mí, y no había espacio para quejas ni lamentos. Debía seguir adelante, como siempre lo había hecho. Fue entonces cuando mi teléfono vibró sobre la mesa, sacándome de mis pensamientos. Fruncí el ceño al ver un número desconocido en la pantalla. Dudé por un momento antes de contestar. —¿Sí? —¿Elisa Ramos? —La voz al otro lado era seria, casi mecánica. —Sí, soy yo. —Le habla Natalia Cortés, asistente del señor
ALEXANDEREl anillo de oro macizo que sostenía entre mis dedos parecía más pesado de lo normal. Lo hice girar con el pulgar, observando cómo la luz del despacho se reflejaba en su superficie pulida. No era un símbolo de amor ni de compromiso, solo un objeto, una formalidad. Un trámite más en mi vida estructurada.Dejé el anillo sobre la mesa y me apoyé en el respaldo de la silla de cuero. Desde los ventanales de mi oficina, la ciudad brillaba con su habitual frialdad. Era curioso cómo, desde las alturas, todo parecía insignificante. Autos, personas, edificios… Cada uno sumido en su propia existencia sin saber que, en cualquier momento, una sola decisión podía cambiarlo todo.Eso era exactamente lo que estaba a punto de suceder con Elisa Ramos.No tenía elección. Ninguna.Había jugado mis cartas con precisión y paciencia, esperando la reacción natural de alguien como ella. Negación, sorpresa, resistencia. Pero el destino no suele dar muchas opciones cuando te encuentras atrapado entre