ELISA
El ruido del tráfico de la ciudad se filtraba a través de las ventanas rotas de mi pequeño apartamento, mezclándose con el incesante pitido de la vieja cafetera. Mis dedos tamborileaban sobre la mesa mientras repasaba una vez más las cuentas del mes. No importaba cuánto intentara hacer rendir mi sueldo, las cifras nunca cuadraban. Alquiler, facturas, comida… y la deuda del hospital que me mantenía al borde del abismo financiero.
Solté un suspiro pesado y cerré los ojos por un segundo. No podía darme el lujo de caer en la desesperación. Mi hermano menor dependía de mí, y no había espacio para quejas ni lamentos. Debía seguir adelante, como siempre lo había hecho.
Fue entonces cuando mi teléfono vibró sobre la mesa, sacándome de mis pensamientos. Fruncí el ceño al ver un número desconocido en la pantalla. Dudé por un momento antes de contestar.
—¿Sí?
—¿Elisa Ramos? —La voz al otro lado era seria, casi mecánica.
—Sí, soy yo.
—Le habla Natalia Cortés, asistente del señor Alexander Lancaster. El CEO de Lancaster Enterprises solicita su presencia en una reunión privada esta tarde. Le hemos enviado los detalles a su correo.
Parpadeé varias veces, como si mi cerebro intentara procesar la información. ¿Lancaster Enterprises? ¿El conglomerado multimillonario que dominaba el mundo de los negocios?
—Debe haber un error —dije con cautela—. Yo no tengo ningún tipo de relación con el señor Lancaster.
—El señor Lancaster ha solicitado su presencia personalmente, señorita Ramos —respondió la mujer con frialdad—. Le sugerimos que no rechace la invitación.
La llamada terminó antes de que pudiera decir algo más. Miré el teléfono, aturdida. No entendía nada. ¿Por qué un hombre como Alexander Lancaster querría verme? No tenía ningún currículum en su empresa, ni contactos en el mundo de los ricos y poderosos. La única posibilidad lógica era que se tratara de una oferta de trabajo… ¿pero qué clase de puesto requería una reunión directa con el mismísimo CEO?
Sabía que debía rechazarlo. Nada bueno podía salir de esto. Pero la imagen de las facturas acumulándose en la mesa me hizo dudar.
Suspiré, sintiéndome como alguien a punto de entrar en la boca del lobo.
Horas más tarde, me encontraba frente al imponente rascacielos de Lancaster Enterprises. El edificio era majestuoso, con ventanales de cristal que reflejaban el sol como si estuvieran hechos de oro. Respiré hondo y me obligué a entrar.
La recepción estaba llena de empleados vestidos impecablemente. Yo, con mi sencilla blusa y mi falda desgastada, me sentí fuera de lugar. Pero no podía permitirme inseguridades ahora. Me acerqué al mostrador y, tras decir mi nombre, la recepcionista me condujo a un ascensor privado.
Cuando las puertas se abrieron en el último piso, me encontré con una oficina que parecía sacada de una revista de lujo. Todo era pulcro, moderno y frío… como el hombre que me esperaba junto a los ventanales.
Alexander Lancaster.
Alto, de espalda ancha y traje impecable, irradiaba poder con solo estar de pie. Su mandíbula marcada, su cabello oscuro perfectamente peinado y sus ojos fríos como el acero me hicieron sentir como si me hubieran lanzado a una tormenta de hielo.
—Señorita Ramos —su voz era grave, autoritaria. No era una invitación a hablar, era una orden.
Me aclaré la garganta y me obligué a sostenerle la mirada.
—Señor Lancaster, no entiendo por qué estoy aquí.
—Voy a ir al grano —interrumpió, con la mirada afilada—. Quiero que te cases conmigo.
El mundo pareció detenerse por un instante.
Parpadeé. ¿Había escuchado bien?
—¿Perdón?
—Escuchaste bien. Necesito que seas mi esposa.
Reí sin humor.
—Debe estar bromeando.
Alexander no sonrió. Ni siquiera pestañeó.
—No suelo bromear.
—¡Pero si ni siquiera me conoce! —exclamé, sin poder ocultar mi incredulidad—. ¡Esto no tiene sentido!
—Para ti, tal vez no. Pero para mí es un asunto de negocios.
Cruzó los brazos, estudiándome como si fuera un problema matemático que intentaba resolver.
—Mi abuelo está muriendo —continuó—. Su última voluntad es verme casado antes de partir. No tengo intención de involucrarme en relaciones reales, así que necesito a alguien que pueda desempeñar el papel de esposa sin complicaciones.
—¿Y yo soy esa persona?
—Eres perfecta para el papel —respondió con frialdad—. No perteneces a mi círculo, no tienes conexiones que puedan perjudicarme y, lo más importante, necesitas el dinero.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago.
—¿Y qué pasa si digo que no?
—Perderás la oportunidad de cambiar tu vida y la de tu hermano —contestó, con una calma que me enfureció.
Se inclinó sobre el escritorio y deslizó un documento hacia mí.
—Esto es un contrato matrimonial. Un año de matrimonio. Después de eso, nos divorciaremos y recibirás una compensación millonaria.
Mis ojos recorrieron las líneas llenas de términos legales y cifras desorbitadas. Con ese dinero podría pagar todas mis deudas, asegurarle a mi hermano un futuro y no volver a preocuparme por si alcanzaba para la comida del mes.
Pero… ¿a qué costo?
Miré a Alexander. Era un hombre poderoso, calculador. Un depredador vestido de traje. Me estaba ofreciendo un trato con el diablo, y lo peor de todo es que lo sabía.
—¿Por qué yo? —pregunté en voz baja.
Su expresión se endureció por un segundo.
—Porque no tengo otra opción.
No me convenció. Había algo más, algo que no estaba diciendo.
Mi instinto me gritaba que saliera corriendo de ahí, que no me involucrara con un hombre como él. Pero otra parte de mí… la parte que había pasado noches sin dormir preocupada por el dinero… no podía ignorar la oportunidad que tenía frente a mí.
Tragué saliva.
—Necesito tiempo para pensarlo.
Alexander inclinó levemente la cabeza.
—Tienes 48 horas.
Salí de su oficina con las piernas temblando, sintiendo que acababa de firmar un pacto sin necesidad de poner mi firma en el papel.
****ALEXANDER
Elisa salió de mi oficina con una expresión que oscilaba entre la incredulidad y la indignación, dejando tras de sí un leve rastro de perfume barato y un aire de desafío que no había esperado.
Me quedé observando la puerta por unos segundos después de que se cerró tras ella, con los dedos entrelazados sobre el escritorio. Había anticipado múltiples reacciones posibles a mi propuesta, pero la suya... la suya me tomó por sorpresa.
No era la primera vez que tenía que cerrar un trato difícil, pero esto no era solo un negocio. Esto era un juego de ajedrez en el que cada movimiento debía calcularse con precisión milimétrica. Y ella… ella no era una jugadora fácil.
Me levanté de mi silla y caminé hacia el ventanal que cubría toda la pared de mi oficina. Desde allí, la ciudad se extendía a mis pies como una maqueta perfecta de luces y acero. Años de sacrificio y estrategia me habían llevado hasta la cima, pero ni todo el dinero del mundo podía cambiar la realidad innegable: el tiempo de mi abuelo se agotaba.
Maldita sea.
Apoyé una mano contra el cristal frío, recordando la última vez que lo vi en el hospital. Su cuerpo estaba frágil, su piel se había vuelto casi translúcida, pero su mirada seguía siendo tan severa como cuando yo era niño.
—Quiero verte casado antes de que me vaya —me había dicho con su voz ronca, con esa autoridad que nunca había perdido.
No era una petición. Era una orden.
Y no podía fallarle.
Mi abuelo era la única persona en este mundo que jamás me había dado la espalda, el único que había apostado por mí cuando nadie más lo hizo. No se trataba de complacer a un anciano moribundo con una fantasía romántica, sino de respetar la voluntad de un hombre que lo sacrificó todo por esta familia.
Suspiré y volví a mi escritorio.
Elisa Ramos.
¿Era la candidata ideal? No. Pero era la única opción que me quedaba.
Había considerado otras mujeres. Dios sabe que mi asistente, Natalia, incluso me presentó una lista de posibles “esposas” con el perfil adecuado: discretas, sofisticadas, con una posición social aceptable. Pero no podía confiar en ninguna de ellas. Demasiado ambiciosas. Demasiado problemáticas.
Elisa, en cambio, no pertenecía a mi mundo. No tenía conexiones, ni influencias, ni motivos ocultos más allá de su propia supervivencia.
Y su reacción en la oficina me lo confirmó: no era una cazafortunas. Si lo fuera, habría aceptado la oferta en el acto. Pero en lugar de eso, me desafió, me cuestionó… y eso la hizo aún más interesante.
Sonreí levemente.
—Jugarás mi juego, Elisa. Aunque todavía no lo sepas.
Horas más tarde, sentado en el asiento trasero de mi coche mientras atravesábamos la ciudad, volví a pensar en ella.
—¿Cómo fue la reunión? —preguntó Natalia desde el asiento delantero.
—Interesante.
—¿Aceptó?
—No todavía.
Natalia suspiró, ajustándose las gafas mientras revisaba su tablet.
—Te advertí que una mujer como ella no aceptaría algo así sin poner resistencia.
—Eso la hace aún más adecuada.
Ella me miró por el retrovisor con una mezcla de exasperación y curiosidad.
—¿Crees que lo hará?
No respondí de inmediato. Me pasé una mano por el mentón, pensativo.
—Lo hará —afirmé con certeza—. Solo necesita tiempo para convencerse de que es la mejor opción.
Y si no lo hacía por voluntad propia, encontraría la forma de hacerle ver que no tenía alternativa.
La noche cayó sobre la ciudad cuando llegué a mi penthouse. Me deshice del saco y aflojé la corbata mientras caminaba hasta el bar para servirme un whisky.
No podía dejar que Elisa me rechazara.
El contrato estaba listo, el plan estaba en marcha, y mi abuelo esperaba. No había margen para errores.
Tomé un sorbo del licor y cerré los ojos por un momento, sintiendo el ardor bajar por mi garganta.
Mañana, Elisa Ramos recibiría un recordatorio de lo que estaba en juego.
Y no habría escapatoria.
ALEXANDEREl anillo de oro macizo que sostenía entre mis dedos parecía más pesado de lo normal. Lo hice girar con el pulgar, observando cómo la luz del despacho se reflejaba en su superficie pulida. No era un símbolo de amor ni de compromiso, solo un objeto, una formalidad. Un trámite más en mi vida estructurada.Dejé el anillo sobre la mesa y me apoyé en el respaldo de la silla de cuero. Desde los ventanales de mi oficina, la ciudad brillaba con su habitual frialdad. Era curioso cómo, desde las alturas, todo parecía insignificante. Autos, personas, edificios… Cada uno sumido en su propia existencia sin saber que, en cualquier momento, una sola decisión podía cambiarlo todo.Eso era exactamente lo que estaba a punto de suceder con Elisa Ramos.No tenía elección. Ninguna.Había jugado mis cartas con precisión y paciencia, esperando la reacción natural de alguien como ella. Negación, sorpresa, resistencia. Pero el destino no suele dar muchas opciones cuando te encuentras atrapado entre
ELISAEl vestido pesaba sobre mis hombros como una sentencia.Frente al espejo, la imagen que me devolvía el reflejo no parecía la mía. No era la mujer que durante años había luchado contra la adversidad, la que se pasaba las noches en vela tratando de encontrar soluciones a problemas que parecían no tener fin.No, la mujer que me miraba desde el otro lado del cristal parecía sacada de un cuento de hadas… solo que este no era un cuento con final feliz.Mi cabello caía en delicadas ondas sobre mis hombros, los mechones cuidadosamente acomodados por un equipo de estilistas que ni siquiera intentaron hablarme mientras trabajaban en mí. El vestido blanco se ceñía a mi cuerpo con perfección, como si hubiera sido hecho a medida. Y probablemente lo fue. Nada en esta boda improvisada se dejó al azar.Nada excepto mis sentimientos.Inspiré profundamente, sintiendo el corsé del vestido apretar mi pecho. La tela de seda era suave, pero yo me sentía atrapada.Elisa Ramos, la mujer que juró que nu
ALEXANDERLa puerta de la habitación se cerró con un clic seco detrás de ella.Elisa estaba de pie en el centro de la habitación, con su vestido de novia aún impecable, pero con la mirada opaca, como si la realidad finalmente la hubiera golpeado con toda su fuerza.Bienvenida a tu nueva vida.Caminé hacia la barra de bebidas y serví un whisky sin prisa, dándole la espalda. Sabía que ella me estaba observando, probablemente esperando alguna palabra, una explicación, incluso tal vez una muestra de humanidad.Pero no obtendría ninguna.—Quiero dejar algo claro desde ahora —dije, con voz controlada mientras giraba para enfrentarla—. Esto es un acuerdo, Elisa. Nada más. No espero amor, ni cariño, ni ningún tipo de relación íntima entre nosotros. Para el mundo exterior, seremos el matrimonio perfecto, pero puertas adentro… —bebí un sorbo lento antes de continuar— no somos nada.Sus labios se separaron ligeramente, como si mi frialdad aún la sorprendiera.—No tienes que recordármelo —murmuró
ELISADesde el momento en que desperté en esta mansión, supe que mi vida había cambiado para siempre.Pero lo que no esperaba era la sensación de inquietud que se aferraba a mi pecho con cada minuto que pasaba aquí.La noche anterior había sido extraña. Encontrar a Alexander en ese estado vulnerable me descolocó. La imagen que tenía de él como un hombre inquebrantable se tambaleó por un instante. Vi algo en su mirada… un abismo oscuro lleno de secretos.Ahora, en la luz de la mañana, era como si nada hubiera pasado.Me crucé con él en el desayuno. Estaba impecable, con su traje perfectamente ajustado y su expresión indescifrable. Su mirada recorrió mi rostro por un segundo antes de volver a su café.—Hoy tengo reuniones todo el día —dijo sin apartar la vista del periódico.Asentí, porque realmente no esperaba otra cosa.Este no era un matrimonio real.Pero algo en su tono distante me molestó más de lo que debía.—¿Cómo te sientes? —pregunté, sorprendida de mí misma.Alexander bajó el