Leonardo Arriaga nunca había sido un hombre paciente. Siempre había obtenido lo que quería con solo extender la mano, pero esta vez… esta vez era diferente. Después de semanas de búsqueda, finalmente había dado con ella. Isabela estaba en un pequeño país lleno de cultura y paisajes mágicos. La encontró en una plaza central, rodeada de colores vibrantes y la calidez de la gente local. Llevaba un vestido azul claro, y el sol resaltaba la suavidad de su piel. Pero lo que realmente lo impactó fue la luz en sus ojos. Había algo diferente en ella. Algo había cambiado. Leonardo se quedó unos segundos observándola, sin saber si debía acercarse de inmediato o esperar. Sus manos se apretaron en puños. Isabela se veía serena, radiante, como si hubiera encontrado algo que con él jamás pudo tener: paz. Pero no podía seguir viéndola de lejos. No podía estar sin ella. Respiró hondo y se acercó. —Isabela. Ella se tensó al escuchar su voz. Sus labios se entreabrieron y, por un momento, crey
Leonardo sostuvo la mirada de Isabela con intensidad, como si temiera que, si parpadeaba, ella pudiera desaparecer. Había esperado tanto ese momento, la oportunidad de estar cerca sin que ella lo rechazara de inmediato. —De acuerdo —dijo ella con un suspiro, desviando la mirada. —¿De acuerdo con qué? —preguntó él con cautela, sin querer asumir lo que tanto deseaba escuchar. Isabela tomó aire antes de responder. —Puedes estar cerca de mí, sin evasivas… sin que tenga que esquivarte o alejarme. Los ojos de Leonardo brillaron con esperanza. —¿Eso significa que…? —Significa que te veré esta noche. Pero ahora… ahora quiero estar sola. Leonardo asintió, entendiendo que ella aún necesitaba su espacio. —Está bien, Isabela —dijo suavemente—. Me iré. Pero volveré. Ella no respondió, solo lo vio alejarse hasta que la puerta se cerró tras él. La estancia quedó en un silencio abrumador. Con un suspiro pesado, Isabela se acomodó en el sofá y llevó las manos a su vientre. No era muy notor
El sol apenas comenzaba a asomar en el horizonte, bañando el departamento con una suave luz dorada. Isabela se despertó temprano, como solía hacerlo en sus días tranquilos, y decidió preparar el desayuno para ambos. Aunque la rutina solía ser algo que la llenaba de paz, esa mañana algo era diferente. Algo dentro de ella parecía inquieto, como si un presagio se cerniera sobre ella.Al principio, nada pareció fuera de lo común. Isabela preparaba el café, cortaba las frutas, y su mente se mantenía ocupada en las pequeñas tareas. Pero, al dar el primer bocado a su tostada, sintió una oleada de náuseas que la obligó a soltar la comida rápidamente.El malestar fue inmediato y, en cuestión de segundos, Isabela sintió un giro incómodo en su estómago. Dejó todo en la mesa y, sin pensarlo dos veces, corrió hacia el baño, tapándose la boca con una mano.El baño estaba frío y silencioso, el eco de su respiración era lo único que la rodeaba mientras se arrodillaba frente al retrete. El vacío en su
Isabela se sentía un poco más tranquila después de la conversación con Leonardo, pero el miedo seguía presente, solo que ahora era algo manejable. A pesar de todo lo que había sucedido en las últimas semanas, algo en su corazón le decía que debía confiar en él, que el amor y la paciencia de Leonardo podían hacer que todo fuera mejor. Sin embargo, aún quedaban muchas dudas en su mente, y una de las más grandes era el bienestar de su bebé. Quería estar segura de que todo iba bien, y que la vida que llevaba dentro de ella no corría ningún peligro.Cuando Leonardo le sugirió que debía ir al médico, al principio se mostró reticente. No quería parecer débil ni vulnerable, pero sabía que él solo quería lo mejor para ella y el bebé. El gesto de preocupación en su rostro, la forma en que la había abrazado y le había dicho que todo iba a estar bien, la convenció de que aceptar era lo correcto.— Está bien, iré con el médico —respondió finalmente, mientras lo miraba a los ojos con una leve sonri
El aire frío de la mañana se colaba por la ventana entreabierta del dormitorio, trayendo consigo una sensación fresca y renovadora. El sol comenzaba a asomar tímidamente por el horizonte, iluminando los contornos de la mansión, pero en el interior, todo parecía estar en calma. Isabela se encontraba de pie frente al espejo, observándose con una expresión pensativa mientras sus dedos recorrían lentamente su vientre. Había algo en ella que había cambiado. No solo su relación con Leonardo, sino también su visión de la vida, de lo que realmente deseaba.De repente, la puerta del dormitorio se abrió suavemente y Leonardo apareció en el umbral, con una sonrisa suave, pero una mirada decidida. Había algo en su actitud que transmitía seguridad, como si hubiera tomado una decisión importante. Isabela lo miró desde el espejo, sus ojos se encontraron brevemente, y en ese instante, ambos supieron que algo importante estaba por suceder.— Buenos días, mi amor —dijo Leonardo, acercándose a ella con
La mansión en Canadá se erguía majestuosa, rodeada por un paisaje invernal impresionante. El lugar era grande y elegante, con ventanales que dejaban ver el vasto jardín cubierto de nieve y el bosque cercano que parecía abrazar la propiedad. Todo estaba en silencio, excepto por el crujir de la nieve bajo los pies del personal que se encargaba de los últimos detalles antes de que Isabela y Leonardo comenzaran su nueva vida allí.Isabela, después de un largo día de ajustes y arreglos, comenzó a sentirse un poco agotada. La emoción del cambio, el viaje largo, y la adaptabilidad a un nuevo entorno comenzaban a pasarle factura. Pero a pesar de su cansancio, no podía evitar sentir una mezcla de alegría y calma. El lugar, tan diferente a todo lo que conocía, le traía una sensación de paz. Estaba rodeada de naturaleza, lejos del ruido de la ciudad, con Leonardo a su lado, apoyándola incondicionalmente.Esa tarde, mientras ella descansaba en el salón principal, con una manta ligera sobre sus pi
El aire frío de la tarde canadiense se filtraba suavemente por las rendijas de las ventanas, trayendo consigo la sensación de que el invierno estaba más cerca que nunca. Mientras tanto, en la mansión, Leonardo se encontraba sentado en la oficina, con el teléfono en mano, mirando pensativo hacia la ventana. El sonido de la nieve cayendo suavemente fuera de la casa parecía calmarle un poco los pensamientos, aunque el tema que tenía en mente lo mantenía alerta.Con un suspiro profundo, Leonardo marcó el número de su hermano Dario. Sabía que había llegado el momento de compartir con él algo importante. Algo que, aunque no había planeado anunciar tan pronto, sentía que debía hacerlo. La noticia sobre el embarazo de Isabela no podía quedar en secreto por mucho tiempo. Además, su hermano, como siempre, sería uno de los pocos en los que podía confiar completamente.El teléfono sonó varias veces antes de que finalmente Dario contestara con su voz cálida y relajada, característica de él.— ¿Hol
Mientras las hojas caían lentamente de los árboles en la tranquila ciudad canadiense, Leonardo y Isabela disfrutaban de un día más en su nueva vida. El aire fresco del norte de América se colaba suavemente por las ventanas abiertas de la mansión, mientras la luz de la tarde iluminaba los rincones de su hogar, dándole una sensación de paz. Sin embargo, lejos de allí, en una ciudad llena de caos y ambiciones, Alejandro Altamirano se encontraba frente a su escritorio, con una expresión decidida en su rostro.El sonido de su teléfono móvil interrumpió la quietud de la oficina. Alejandro miró el nombre en la pantalla, y su mirada se endureció. Era uno de sus contactos en el mundo empresarial, quien le había traído información valiosa en el pasado.— Alejandro, tengo noticias importantes —dijo el hombre al otro lado de la línea, con un tono grave. — Isabela Arriaga no está en México, como creíamos. Está en Canadá... viviendo allí con Leonardo.La noticia cayó sobre Alejandro como un balde d