Isabela se sentía un poco más tranquila después de la conversación con Leonardo, pero el miedo seguía presente, solo que ahora era algo manejable. A pesar de todo lo que había sucedido en las últimas semanas, algo en su corazón le decía que debía confiar en él, que el amor y la paciencia de Leonardo podían hacer que todo fuera mejor. Sin embargo, aún quedaban muchas dudas en su mente, y una de las más grandes era el bienestar de su bebé. Quería estar segura de que todo iba bien, y que la vida que llevaba dentro de ella no corría ningún peligro.Cuando Leonardo le sugirió que debía ir al médico, al principio se mostró reticente. No quería parecer débil ni vulnerable, pero sabía que él solo quería lo mejor para ella y el bebé. El gesto de preocupación en su rostro, la forma en que la había abrazado y le había dicho que todo iba a estar bien, la convenció de que aceptar era lo correcto.— Está bien, iré con el médico —respondió finalmente, mientras lo miraba a los ojos con una leve sonri
El aire frío de la mañana se colaba por la ventana entreabierta del dormitorio, trayendo consigo una sensación fresca y renovadora. El sol comenzaba a asomar tímidamente por el horizonte, iluminando los contornos de la mansión, pero en el interior, todo parecía estar en calma. Isabela se encontraba de pie frente al espejo, observándose con una expresión pensativa mientras sus dedos recorrían lentamente su vientre. Había algo en ella que había cambiado. No solo su relación con Leonardo, sino también su visión de la vida, de lo que realmente deseaba.De repente, la puerta del dormitorio se abrió suavemente y Leonardo apareció en el umbral, con una sonrisa suave, pero una mirada decidida. Había algo en su actitud que transmitía seguridad, como si hubiera tomado una decisión importante. Isabela lo miró desde el espejo, sus ojos se encontraron brevemente, y en ese instante, ambos supieron que algo importante estaba por suceder.— Buenos días, mi amor —dijo Leonardo, acercándose a ella con
La mansión en Canadá se erguía majestuosa, rodeada por un paisaje invernal impresionante. El lugar era grande y elegante, con ventanales que dejaban ver el vasto jardín cubierto de nieve y el bosque cercano que parecía abrazar la propiedad. Todo estaba en silencio, excepto por el crujir de la nieve bajo los pies del personal que se encargaba de los últimos detalles antes de que Isabela y Leonardo comenzaran su nueva vida allí.Isabela, después de un largo día de ajustes y arreglos, comenzó a sentirse un poco agotada. La emoción del cambio, el viaje largo, y la adaptabilidad a un nuevo entorno comenzaban a pasarle factura. Pero a pesar de su cansancio, no podía evitar sentir una mezcla de alegría y calma. El lugar, tan diferente a todo lo que conocía, le traía una sensación de paz. Estaba rodeada de naturaleza, lejos del ruido de la ciudad, con Leonardo a su lado, apoyándola incondicionalmente.Esa tarde, mientras ella descansaba en el salón principal, con una manta ligera sobre sus pi
El aire frío de la tarde canadiense se filtraba suavemente por las rendijas de las ventanas, trayendo consigo la sensación de que el invierno estaba más cerca que nunca. Mientras tanto, en la mansión, Leonardo se encontraba sentado en la oficina, con el teléfono en mano, mirando pensativo hacia la ventana. El sonido de la nieve cayendo suavemente fuera de la casa parecía calmarle un poco los pensamientos, aunque el tema que tenía en mente lo mantenía alerta.Con un suspiro profundo, Leonardo marcó el número de su hermano Dario. Sabía que había llegado el momento de compartir con él algo importante. Algo que, aunque no había planeado anunciar tan pronto, sentía que debía hacerlo. La noticia sobre el embarazo de Isabela no podía quedar en secreto por mucho tiempo. Además, su hermano, como siempre, sería uno de los pocos en los que podía confiar completamente.El teléfono sonó varias veces antes de que finalmente Dario contestara con su voz cálida y relajada, característica de él.— ¿Hol
Mientras las hojas caían lentamente de los árboles en la tranquila ciudad canadiense, Leonardo y Isabela disfrutaban de un día más en su nueva vida. El aire fresco del norte de América se colaba suavemente por las ventanas abiertas de la mansión, mientras la luz de la tarde iluminaba los rincones de su hogar, dándole una sensación de paz. Sin embargo, lejos de allí, en una ciudad llena de caos y ambiciones, Alejandro Altamirano se encontraba frente a su escritorio, con una expresión decidida en su rostro.El sonido de su teléfono móvil interrumpió la quietud de la oficina. Alejandro miró el nombre en la pantalla, y su mirada se endureció. Era uno de sus contactos en el mundo empresarial, quien le había traído información valiosa en el pasado.— Alejandro, tengo noticias importantes —dijo el hombre al otro lado de la línea, con un tono grave. — Isabela Arriaga no está en México, como creíamos. Está en Canadá... viviendo allí con Leonardo.La noticia cayó sobre Alejandro como un balde d
Era un día común en la mansión canadiense, el sol brillaba sobre el paisaje nevado y la tranquilidad que reinaba en la residencia era casi palpable. Sin embargo, un aire diferente se sentía en el ambiente. Isabela estaba en la biblioteca, hojeando un libro sobre la cultura local, disfrutando de un momento de paz mientras Leonardo estaba en su despacho, aparentemente ocupado con algunos asuntos de trabajo.De repente, el sonido de un motor rugiendo y el tintineo de campanillas rompieron la quietud del lugar. Isabela levantó la mirada, sorprendida por el ruido poco habitual, ya que era raro escuchar tal bullicio en su entorno tan aislado. Miró por la ventana y vio algo que no esperaba: una imponente carroza tirada por caballos, adornada con cintas y flores, acercándose a la mansión. Y detrás de ella, una Ferrari roja deslumbrante.Los guardias de seguridad que se encontraban en los alrededores comenzaron a moverse con nerviosismo. Algunos incluso se asomaron con curiosidad al escuchar l
La mansión canadiense estaba tranquila esa noche, envuelta en una atmósfera de serenidad. La chimenea crepitaba suavemente en la sala principal, mientras el viento afuera susurraba a través de los árboles que rodeaban la propiedad. Dentro, las luces suaves y cálidas iluminaban cada rincón, creando un refugio perfecto para lo que estaba por ocurrir.Isabela se encontraba en su habitación, una mezcla de nervios y calma inundando su ser. Había algo en el aire esa noche, una energía tranquila pero intensa que la envolvía. Miró hacia la ventana, viendo cómo las estrellas brillaban con fuerza en el cielo oscuro, tan lejanas pero tan cercanas en ese momento. Algo dentro de ella sabía que esa noche marcaría un antes y un después.Había pasado tanto tiempo desde que se había permitido sentirse verdaderamente cerca de Leonardo. Demasiadas barreras, demasiados temores. Pero ahora, algo había cambiado. Era como si ambos estuvieran listos, de una manera sutil, para dar un paso más en su relación.
El sol de la mañana bañaba la ciudad canadiense con una cálida luz dorada. Isabela, sintiendo que la paz del día comenzaba a abrazarla, decidió salir a disfrutar del aire fresco. Su Ferrari roja relucía bajo el sol mientras se deslizaba por las calles tranquilas de la ciudad. El viento acariciaba su rostro, y, por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir la libertad plena, sin preocupaciones ni ataduras.Conducir la hacía sentirse viva, más conectada consigo misma, y decidió hacer una parada en una pequeña pastelería que había visto varias veces, pero nunca se había animado a entrar. A medida que estacionaba frente al local, la curiosidad la impulsó a bajar del coche y dirigirse hacia la entrada.El aroma dulce de los pasteles recién horneados la recibió en cuanto cruzó la puerta, y el ambiente acogedor, con sus paredes decoradas de manera sencilla y encantadora, la hizo sonreír. Había algo en ese lugar que le transmitía calidez, algo que la hacía sentirse como en casa. Se acer