Mientras las hojas caían lentamente de los árboles en la tranquila ciudad canadiense, Leonardo y Isabela disfrutaban de un día más en su nueva vida. El aire fresco del norte de América se colaba suavemente por las ventanas abiertas de la mansión, mientras la luz de la tarde iluminaba los rincones de su hogar, dándole una sensación de paz. Sin embargo, lejos de allí, en una ciudad llena de caos y ambiciones, Alejandro Altamirano se encontraba frente a su escritorio, con una expresión decidida en su rostro.El sonido de su teléfono móvil interrumpió la quietud de la oficina. Alejandro miró el nombre en la pantalla, y su mirada se endureció. Era uno de sus contactos en el mundo empresarial, quien le había traído información valiosa en el pasado.— Alejandro, tengo noticias importantes —dijo el hombre al otro lado de la línea, con un tono grave. — Isabela Arriaga no está en México, como creíamos. Está en Canadá... viviendo allí con Leonardo.La noticia cayó sobre Alejandro como un balde d
Era un día común en la mansión canadiense, el sol brillaba sobre el paisaje nevado y la tranquilidad que reinaba en la residencia era casi palpable. Sin embargo, un aire diferente se sentía en el ambiente. Isabela estaba en la biblioteca, hojeando un libro sobre la cultura local, disfrutando de un momento de paz mientras Leonardo estaba en su despacho, aparentemente ocupado con algunos asuntos de trabajo.De repente, el sonido de un motor rugiendo y el tintineo de campanillas rompieron la quietud del lugar. Isabela levantó la mirada, sorprendida por el ruido poco habitual, ya que era raro escuchar tal bullicio en su entorno tan aislado. Miró por la ventana y vio algo que no esperaba: una imponente carroza tirada por caballos, adornada con cintas y flores, acercándose a la mansión. Y detrás de ella, una Ferrari roja deslumbrante.Los guardias de seguridad que se encontraban en los alrededores comenzaron a moverse con nerviosismo. Algunos incluso se asomaron con curiosidad al escuchar l
La mansión canadiense estaba tranquila esa noche, envuelta en una atmósfera de serenidad. La chimenea crepitaba suavemente en la sala principal, mientras el viento afuera susurraba a través de los árboles que rodeaban la propiedad. Dentro, las luces suaves y cálidas iluminaban cada rincón, creando un refugio perfecto para lo que estaba por ocurrir.Isabela se encontraba en su habitación, una mezcla de nervios y calma inundando su ser. Había algo en el aire esa noche, una energía tranquila pero intensa que la envolvía. Miró hacia la ventana, viendo cómo las estrellas brillaban con fuerza en el cielo oscuro, tan lejanas pero tan cercanas en ese momento. Algo dentro de ella sabía que esa noche marcaría un antes y un después.Había pasado tanto tiempo desde que se había permitido sentirse verdaderamente cerca de Leonardo. Demasiadas barreras, demasiados temores. Pero ahora, algo había cambiado. Era como si ambos estuvieran listos, de una manera sutil, para dar un paso más en su relación.
El sol de la mañana bañaba la ciudad canadiense con una cálida luz dorada. Isabela, sintiendo que la paz del día comenzaba a abrazarla, decidió salir a disfrutar del aire fresco. Su Ferrari roja relucía bajo el sol mientras se deslizaba por las calles tranquilas de la ciudad. El viento acariciaba su rostro, y, por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir la libertad plena, sin preocupaciones ni ataduras.Conducir la hacía sentirse viva, más conectada consigo misma, y decidió hacer una parada en una pequeña pastelería que había visto varias veces, pero nunca se había animado a entrar. A medida que estacionaba frente al local, la curiosidad la impulsó a bajar del coche y dirigirse hacia la entrada.El aroma dulce de los pasteles recién horneados la recibió en cuanto cruzó la puerta, y el ambiente acogedor, con sus paredes decoradas de manera sencilla y encantadora, la hizo sonreír. Había algo en ese lugar que le transmitía calidez, algo que la hacía sentirse como en casa. Se acer
La sala de juntas estaba llena de ejecutivos, todos esperando las indicaciones de Leonardo. La reunión había estado avanzando con normalidad, pero su mente no estaba completamente enfocada en los números ni en los detalles del contrato que discutían. Algo lo inquietaba, un presentimiento que no podía deshacerse. El teléfono de Leonardo vibró sobre la mesa, y su mirada se desvió hacia él, reconociendo el número de la ama de llaves."Disculpen un momento," dijo, interrumpiendo la reunión y levantándose de su asiento. Con paso firme, salió de la sala, y al contestar la llamada, la voz preocupada de la ama de llaves lo sorprendió."Señor Arriaga, disculpe la interrupción, pero la señora Isabela no se encuentra bien. Está descansando, pero ha comenzado a sentirse mareada y está un poco pálida. No sé si deba preocuparme, pero me parece que algo no anda bien."Leonardo frunció el ceño, su corazón latió más rápido. La preocupación invadió su pecho, borrando cualquier rastro de calma que había
El sol estaba en su punto más alto, derramando su luz dorada sobre las aguas cristalinas que se extendían hasta el horizonte. La brisa salada del mar acariciaba suavemente la piel de Isabela, quien caminaba descalza por la orilla junto a Leonardo. Cada paso que daban sobre la arena mojada los acercaba más, no solo físicamente, sino emocionalmente. Era como si el mundo entero se hubiera detenido para permitirles disfrutar de este refugio de paz y amor.Isabela miraba el mar con una sonrisa serena, su corazón lleno de gratitud por todo lo que había vivido hasta ese momento. A su lado, Leonardo caminaba con una calma que rara vez se veía en él, disfrutando de cada instante como si realmente fuera el primero. Sus ojos, llenos de ternura y preocupación por ella, observaban atentamente cada gesto, cada paso que daba Isabela, siempre cercano, siempre protector."Este lugar es perfecto," dijo Isabela con una voz suave, mirando el horizonte. "Es todo lo que necesitaba."Leonardo asintió, miran
La vida parecía haber encontrado su calma luego de tanto caos, y Leonardo disfrutaba cada momento junto a Isabela. Sin embargo, el mundo empresarial, tan lleno de tensiones y decisiones difíciles, estaba por invadir su paz nuevamente. Un día, Leonardo recibió una llamada inesperada que cambiaría el rumbo de las siguientes semanas. Era una llamada del director financiero de la empresa. La voz del hombre sonaba preocupada, como si estuviera luchando por encontrar la manera correcta de comunicarle una noticia devastadora. — Señor Arriaga, hay algo muy grave que necesita saber. Las acciones de la empresa han caído drásticamente en las últimas 48 horas. Estamos perdiendo mucho dinero y, lo peor, es que la gente está comenzando a sospechar de un fraude. Leonardo frunció el ceño. Algo no encajaba. Su empresa había sido una de las más estables durante años, siempre manteniendo su lugar en el mercado con buen nombre y confianza. ¿Qué había sucedido? — ¿De qué fraude hablas? — preguntó,
Leonardo conducía la Lamborghini como un demonio desbocado. Sus manos apretaban el volante con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos, y su mandíbula estaba tensada en pura furia. Cada semáforo, cada vehículo en su camino era un obstáculo que solo lo hacía pisar el acelerador con más fuerza. Cuando llegó a la mansión, no se tomó el tiempo de apagar el motor por completo. Bajó del auto de un salto y entró a la casa a grandes zancadas. — ¿Dónde está Isabela? — preguntó con voz grave, mirando a la ama de llaves. — En su habitación, señor… no ha querido salir. Leonardo no esperó más. Subió las escaleras de dos en dos, y cuando llegó a la puerta, la abrió sin siquiera llamar. Allí estaba Isabela, sentada al borde de la cama, con el rostro pálido y la mirada fija en la ventana. En la televisión aún sonaban las palabras de Camila, pero Leonardo la apagó de inmediato. — Isabela… — murmuró mientras se acercaba a ella. Isabela levantó la mirada y sus ojos se encontraron. No