El fuego de los Celos

Leonardo cerró la puerta de su habitación con más fuerza de la necesaria. Su respiración estaba agitada, y sus manos se cerraron en puños a los costados. ¿Qué diablos le pasaba?

Isabela había dejado claro que quería su libertad, que el divorcio era su meta. ¿No era lo que él también quería?

Se pasó una mano por el cabello con frustración. La idea de verla con otro, de imaginarla sonriendo para alguien más, de que Alejandro Altamirano la tocara…

Maldición.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero no era por frío. Era ira, enojo… celos.

Leonardo se dejó caer en el sillón de su habitación, con la cabeza apoyada en sus manos. No podía ser. No podía estar sintiendo esto. Él siempre había sido un hombre racional, calculador. No se dejaba llevar por emociones, mucho menos por algo tan absurdo como los celos.

Pero lo estaba.

Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras intentaba tranquilizarse. Isabela no es tuya, Leonardo. Pero ese pensamiento no lo calmó, sino que lo enfureció más.

Alejandro.

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