El sol se filtraba a través de los cristales de la oficina de Isabela, dibujando sombras alargadas sobre su escritorio. Había sido una mañana de trabajo como cualquier otra, pero la pesadez que sentía en el pecho le impedía concentrarse. Su mente seguía dando vueltas a la conversación de la noche anterior, a la decisión de Leonardo de ir tras Camila sin mirar atrás. El sonido del teclado bajo sus dedos parecía distante, como si todo lo que hacía estuviera desconectado de la realidad que la rodeaba.Había pasado ya un tiempo desde su llegada a la mansión, y aunque las sábanas blancas de su cama seguían oliendo a él, el peso de la soledad la había atrapado nuevamente. Cada rincón de la casa, cada esquina de la oficina, le recordaba que, en su vida, siempre había una sombra de incertidumbre, una presencia que no la dejaba respirar con libertad. Leonardo. Camila. El destino parecía haberse burlado de ella.Isabela cerró los ojos por un momento, buscando la paz que no encontraba. En ese br
El reloj marcaba la madrugada cuando Leonardo se sentó en su despacho, el cansancio pesando sobre sus hombros, pero la mente aún activa, dando vueltas a lo que había sucedido en las últimas semanas. Cada rincón de su vida estaba impregnado por la presencia de Isabela, y aunque había intentado distanciarse, sus pensamientos regresaban constantemente a ella. La imagen de su rostro, su tristeza, su dolor... todo parecía seguirlo, perseguirlo en la quietud de la noche.Mientras revisaba un par de documentos, el sonido del timbre de la puerta lo interrumpió. No estaba esperando visitas, y menos a esa hora. Se levantó de su asiento, y antes de que pudiera dirigirse a la puerta, su asistente abrió con una expresión seria.—Señor Arriaga, el abogado está aquí —anunció, entrando sin esperar respuesta.Leonardo asintió, algo en su interior le dijo que esto era inevitable. El abogado siempre tenía algo que decir, algo que recordarle. Tomó una bocanada de aire y se encaminó hacia la sala de reuni
El sonido de la puerta cerrándose marcó el final de la conversación. Leonardo permaneció en su despacho, la habitación quieta, apenas iluminada por la luz tenue que se colaba entre las cortinas. No se movió, ni siquiera cuando escuchó los pasos del abogado alejándose, como si en su mente todo hubiera quedado suspendido en el aire, flotando entre el dolor y la incertidumbre.Había sido un acuerdo sencillo, práctico, algo que muchos habrían considerado como la opción más razonable. Un año de separación, una vida de distanciamiento sin la necesidad de un divorcio inmediato. La libertad de seguir adelante sin el peso de un compromiso, al menos de forma pública. Pero dentro de él, algo no encajaba. Algo había cambiado, algo que ni siquiera él sabía cómo manejar.Se dejó caer en la silla detrás de su escritorio, cerrando los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera bloquear los pensamientos que no dejaban de atormentarlo. Camila, Isabela, su futuro, su pasado… todo se entrelazaba, confun
Leonardo no pudo conciliar el sueño esa noche. Se quedó sentado en su despacho con un vaso de whisky entre los dedos, observando el reflejo de la luna en los ventanales. Todo lo que había intentado ignorar lo estaba alcanzando, golpeándolo con fuerza.Camila, Isabela… su vida parecía estar dividida entre ambas. Una era su pasado, su historia, la mujer a la que juró amar y proteger. La otra, Isabela, era su presente, el torbellino de sentimientos que nunca esperó y que no sabía cómo manejar.Pensó en las palabras de su abogado. Un acuerdo de distanciamiento mutuo. Vivir como si estuvieran divorciados hasta que el año terminara. Si aceptaba ese acuerdo, podría seguir adelante sin la necesidad de enfrentar su conflicto interno. Pero entonces, ¿por qué sentía que al aceptar, estaba perdiendo algo irremplazable?Un suspiro escapó de sus labios. Terminó su whisky de un solo trago y se puso de pie. Tenía que verla.Su cuerpo se movió antes de que su mente procesara la decisión. Salió de su d
Leonardo cerró la puerta de su habitación con más fuerza de la necesaria. Su respiración estaba agitada, y sus manos se cerraron en puños a los costados. ¿Qué diablos le pasaba?Isabela había dejado claro que quería su libertad, que el divorcio era su meta. ¿No era lo que él también quería?Se pasó una mano por el cabello con frustración. La idea de verla con otro, de imaginarla sonriendo para alguien más, de que Alejandro Altamirano la tocara…Maldición.Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero no era por frío. Era ira, enojo… celos.Leonardo se dejó caer en el sillón de su habitación, con la cabeza apoyada en sus manos. No podía ser. No podía estar sintiendo esto. Él siempre había sido un hombre racional, calculador. No se dejaba llevar por emociones, mucho menos por algo tan absurdo como los celos.Pero lo estaba.Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras intentaba tranquilizarse. Isabela no es tuya, Leonardo. Pero ese pensamiento no lo calmó, sino que lo enfureció más.Alejandro.
El sonido insistente del teléfono vibrando sobre la mesa de noche fue lo primero que escuchó Leonardo aquella mañana. Apenas había logrado dormir unas pocas horas. La tormenta en su cabeza no le había dado descanso.Camila.El nombre apareció en la pantalla de su celular. Otra vez.Leonardo cerró los ojos con fastidio antes de apagar la llamada sin siquiera molestarse en responder. No tenía cabeza para ella, no después de la noche infernal que había pasado.Cuando abrió los ojos y se levantó de la cama, aún sentía el malestar recorriéndolo. No quería pensar en nada, solo necesitaba un respiro.Sin embargo, al salir de su habitación y bajar por la escalera, el aire fue arrancado de sus pulmones.Allí estaba Isabela, de pie en la entrada, colocando un delicado pendiente en su oreja mientras revisaba su bolso.Vestía un impecable traje blanco de dos piezas, que delineaba cada curva de su cuerpo con una elegancia imponente. El cabello caía en suaves ondas sobre sus hombos, y su piel parec
El auto de Alejandro avanzaba por las calles con suavidad, pero el silencio en su interior estaba cargado de tensión. Isabela mantenía la vista fija en el paisaje que pasaba a toda velocidad, sin prestarle demasiada atención. Sus pensamientos estaban lejos de allí… o mejor dicho, en alguien más.No quería pensar en Leonardo, en su mirada incendiaria cuando le dijo que no se fuera con Alejandro, ni en el roce de su mano cuando entrelazó sus dedos con los de ella. Pero cada vez que intentaba apartarlo de su mente, él volvía, como una sombra persistente que no la dejaba en paz.—Te ves preciosa hoy.La voz de Alejandro la sacó de sus pensamientos. Isabela giró el rostro hacia él, encontrando su sonrisa suave y llena de intención.—Gracias —respondió con cortesía.Alejandro suspiró, manteniendo una mano relajada en el volante.—No sé qué más debo hacer para que me veas con otros ojos, Isabela.Ella parpadeó, sorprendida.—Alejandro…—No, déjame hablar —la interrumpió él—. Llevo meses vién
El ambiente en la oficina de Isabela estaba cargado de tensión. Leonardo se mantenía de pie, su mandíbula tensa y sus ojos oscurecidos por una furia contenida. No soportaba la idea de que Alejandro estuviera cerca de su esposa.—¿Qué diablos haces aquí, Arriaga? —La voz de Alejandro interrumpió el silencio con un tono de burla y desafío.Leonardo se giró lentamente, encontrándose con la mirada desafiante del CEO de la empresa. Sus ojos brillaban con una seguridad que lo irritaba aún más.—Estoy hablando con mi esposa —respondió con frialdad.Alejandro cruzó los brazos, una sonrisa sarcástica apareció en su rostro.—Tu esposa. —Repitió las palabras con burla—. Perdóname, Leonardo, pero creo que ese título ya no significa mucho. Pronto puede ser mi esposa.La sangre de Leonardo hirvió ante esa afirmación.—No vuelvas a decir eso. —Su voz era baja, pero letal—. Isabela no es una mujer que puedas tomar a tu antojo.Alejandro soltó una carcajada sin humor.—¿Y tú sí, no? ¿Tú sí puedes hace