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En la actualidad.

Snape.

—No tengo excusa alguna. No fui con ella porque me haya obligado, lo hice porque quise.

Miraba fijamente el techo de la habitación, la luz me molestaba un poco, aún no me acostumbraba a ella, por lo que cerraba y abría mis ojos constantemente. Todavía estaba tratando de procesar todo lo ocurrido, pero era imposible. Me habían rescatado, o todavía no sé si en realidad es capturado, de La Asociación, donde por dos años, casi acabaron conmigo.

Esta vez verdaderamente estuvieron a nada de lograrlo, y lamento por ellos que no lo hayan hecho.

—¿Entonces confiesas haber traicionado a tu patria? —Mi cabeza daba vueltas y las ganas de vomitar regresaban a mí. Tan solo quería cerrar mis ojos y dejarme ir.

Una única cosa me detenía de no ceder por completo ante el descanso definitivo que imploraba mi cuerpo: venganza.

—Todo ese tiempo me mantuve en contacto con ustedes. Les dije que solo estaba buscando pruebas que…

—Que no la incriminaran a ella, sí, lo sabemos. Cuéntanos… ¿Cómo acabó eso? —Pregunta, con tono burlón. Voy a dejar que se sigan aprovechando de mi estado tal cual como lo han hecho estos dos meses en los que me he encontrado en terapia intensiva.

—Acabó con ella siendo la perra más cruel del planeta.

—Por lo menos estás consciente. Tu padre está decepcionado.

—Él no es mi padre. No tengo padres, no tengo familia —protesto, comenzando a sentir mis venas calentarse de la rabia que cala por dentro de mí.

—Y escuchar eso hace que me decepcione mucho más. —Fernando entra y mira fijamente a sus súbditos, y con tan solo un movimiento de cabeza, ellos salen, dejándonos solos —. Lo quieras o no, soy tu padre, muchacho.

—Cuando me dejaron tirado en tu puerta, no tomaste mi custodia, me ibas a visitar al orfanato, sí, pero nada más. Podías tenerme contigo y no lo hiciste, así que no, no soy tu hijo —quiero herirlo. Mucho. Quiero herir a todas y cada una de las personas que se interpongan en mi camino.

—Ignoraré que has dicho tal estupidez.

—¿Acaso no es cierto?

—El trabajo de un Policía es…

—No acabes esa frase o juro que voy a odiarte más —lo escucho suspirar y volteo a verlo, pero al lanzar mi cabeza bruscamente hacia un lado, me mareo, así que cierro fuertemente los ojos, intentando reponerme.

—Debes descansar.

—Llevo dos malditos meses descansando. No sé cómo está la situación afuera, no sé si sigo siendo parte de la CIA, no sé si podré levantarme pronto porque cada vez que lo intento me mareo demasiado y caigo, no sé si han logrado algo de todo el plan que se armó ¡y lo único que verdaderamente me importa es que no sé si podré recuperar la movilización de mi brazo, si podré volver a disparar con él o siquiera a poder usarlo para algo! —Eso último lo grito, desesperado, y golpeando con mi mano buena el yeso donde mi inútil brazo izquierdo está hecho trizas. En algunas ocasiones siento que muevo un poco, pero me duele como la m****a para poder hacerlo, pero hay días donde, por más que lo intento, no puedo, me asusta. Por primera vez le temo a algo. No quiero perder mi brazo, no quiero seguir disparando con un solo brazo y menos si ese no es el más importante.

No te mientas, sabes que no es la primera vez en temerle a algo, ya has temido varias veces… Me grita mi subconsciente, pero lo ignoro.

—¡Ya deja de golpearte o te vas a lastimar! —Exige Fernando en medio del forcejeo, sujetándome y ordenándole a la enfermera que vuelva a doparme.

—¡No te atrevas!

—¡Entonces tranquilízate! ¡Vas a hacerte daño!

—¡Ya estoy dañado! ¿Es que no lo ves? ¡No tengo familia, por una vez confío y mira lo que pasa, y no me puedo lastimar el maldito brazo por más que lo golpee porque no siento nada en él!

—Por favor, drógalo, ya está diciendo estupideces.

—Sí, señor —la enfermera comienza a hacer lo que dice y trato de no mandarlos a ambos a la m****a.

—¿cuándo acabará esto? ¿Me despedirán? ¿Me dejarán libre? ¿Iré preso? Por favor, sé sincero —pido, intentando saber algo, cualquier cosa, antes de que el sedante haga su efecto y caiga en mi sueño.

—Tienes a un padre policía, un importante sheriff al cual respeta hasta el Presidente de la República —dice, adulándose a sí mismo —. Cuando te recuperes volverás al trabajo, estarás libre, pero ahora sí deberás cumplir con tu misión. Ya están armando todo, no sé con exactitud cómo procederán porque sabes que esa no es mi área, soy un simple policía de las calles de Nueva York.

—No eres mi padre —repito.

—Descansa, hijo —su burla me hace hervir la sangre y le pido que se vaya, y para colmo, se niega a hacerlo.

—Ya que vas a estar aquí, donde nadie te pidió estar, por lo menos pídele a la enfermera que me administre un analgésico, la cabeza me va a estallar.

—Nah, mejor que te duela un poco más, como castigo, por no aceptar que soy tu padre.

No lo maldigo solo porque ha sido lo más cercano que he tenido en mi vida. Pero él no es mi padre, no lo es.

Pasan unos pocos minutos cuando siento mi cuerpo como un plomo y mis ojos pesados. Por más que intento mantenerme despierto, no puedo lograrlo, así que me entrego al mundo de la inconsciencia, aquel que debería ayudarme, pero en vez de ello, no hace más que atormentarme.

El sueño, o, mejor dicho, recuerdo, comienza con ella sentada en mi regazo y dándome de comer. Había preparado un asado desde muy temprano y en medio de bromas sobre yo ser su bebé consentido, me hizo sentarme en su regazo, mientras cortaba la carne y me daba trozos de ella. Yo hacía lo mismo, le daba carne y papas que ella muy gustosa comía.

—Tenemos que buscar otro lugar, ellos ya se están acercando. Están esperando a que te entregue —incliné mi cabeza hacia un lado para poder observarla mejor y ella sonrió.

—¿Vas a entregarme, agente Snape?

—Solo a mi cuerpo, señorita Jones.

—Esta mañana me levanté buscando tu cuerpo y no estabas. Me sentí decepcionada. ¿De qué vale que me entregue a ti si nunca estarás? Está claro que tu trabajo siempre será tu prioridad.

—Si mi trabajo fuese mi prioridad no estaría aquí contigo, ya te hubiese entregado y cumplido con mi misión. ¿No lo crees?

—En eso tienes razón. —Acercó su rostro al mío y dejó un casto beso en mis labios. Su mano libre nunca dejaba de acariciar mi nuca. Aquello era muy relajante, al igual que su mirada. Cuando ella posaba sus ojos en los míos, yo me perdía en ese mar gigantesco y lleno de misterios, pero siempre me ha gustado el mar, sus profundidades me atrapan por querer averiguar más y más de él. Soy de los que piensa que aún no se han descubierto muchas cosas que deben estar muy escondidas en el fondo del océano.

—¿Quieres que te enseñe? Sabes que me levanto muy temprano a practicar. Ya es una rutina que no puede parar.

—¿Te gusta mucho disparar?

—Por algo me apodan Snape —bromeé.

—Confío en tu certeza a la hora de disparar, por favor, nunca vayas a fallar…

En ese momento mi sueño cambia, y se va directo a cuando todo ocurrió y mi disparo falló. El saber que ella me había traicionado me desestabilizó. Jugó conmigo de la forma más vil y cruel.

Por su culpa me encuentro aquí, en medio de monitores sonando constantemente, de cambios de vendajes y curaciones para mi brazo inmovilizado, dependiendo de otros. Odio esto, pero también sé que no podré ir en cuanto recupere un poco de fuerza. Ya probé de su poder, y es mucho, si no espero lo suficiente y sano por completo perderé una segunda vez. Y a mí me pueden vencer una, pero no dos veces.

Ahora les toca a ellos probar de mi poder. En aquel momento estaba desolado, dolido y no podía pensar bien. Me dejé llevar por el sufrir de una traición que marcó mi vida, porque jamás había sentido tal desgarro, menos de alguien que me importaba. Pero, ahora… ellos conocerán al verdadero Snape: aquel que hace su trabajo de manera impecable y que no falla, nunca fallaré de nuevo.

Cuando despierto, me encuentro en la soledad de la habitación. Intento movilizar el brazo, o siquiera sentirlo, y sonrío al mover un dedo. Esto llevará mucha terapia, es una suerte que sepa disparar con ambas manos, o estaría perdido. A ellos les conviene que me levante ahora y pelee mientras esté débil y es por ello que me armaré de paciencia y esperaré. No hay nada mejor que dejarlos confiarse, creer que ganaron, que están seguros y no puedo tocarlos.

No hay nada mejor que darle tiempo al tiempo y una buena estrategia a la venganza.

—Vas a pagar, Ava. Tú y toda tu mafia de m****a a la que llaman La Asociación, caerán. —Me prometo a mí mismo.

Y si yo siempre cumplo las promesas que le hago a los demás, las que me hago a mí mismo son sagradas y las cumplo con mucha más determinación.

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