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Hace cuatro años.

Snape.

La camioneta se detiene frente a una tienda de marroquinería. Al ser un agente bien entrenado, puedo reconocer a otros rápidamente, solo hay que prestar suma atención al lugar y a las personas y eso es algo que hago constantemente: veo al chico en el puesto de hot-dogs que se encuentra en una esquina, tiene un carrito con panes y salchichas, pero en el oído puede verse un pequeño punto negro, se nota el auricular intercomunicador que hay en él. También hay que saber diferenciar entre un auricular común, de esos que usan para escuchar músicas, audios, y cosas normales de personas normales, y entre los que usa un agente en una misión, como los que tenemos en este momento.

En la tienda de en frente, están tres agentes más, es un puesto pequeño de víveres. Venden algunos productos de comida y bebida, pero lo principal es pollo, carne y ese tipo de cosas. El oficial que diariamente da dos vueltas por la cuadra fue reemplazado por uno de los nuestros, y todas las salidas están cerradas con veinte camionetas distribuidas, encontrándose diez agentes en cada una de ellas.

Nada puede salir mal. Todo está bien y perfectamente calculado. No hay manera de que esta mujer escape.

Lleno mis pulmones de aire al tomar una gran respiración y trueno mi cuello al moverlo de lado a lado, preparándome para entrar en acción.

—Ya puede entrar, señor. A partir de ahora tienes veinte minutos para lograr entrar al lugar y salir con la chica sin que la vendedora pueda sospecharlo o va a alertar a La Asociación. De no lograrlo pasaremos al plan B y tendrás que hacer todo con suma rapidez.

Tan solo asiento y él me entrega unos lentes negros que hacen juego con mi actitud de recién salido de un antro. Se supone que anoche estuve de fiesta, me enamoré de una mujer bonita y quiero conquistarla, regalándole una cartera del mejor cuero que tengan en Australia.

Sin más explicaciones por parte del chófer, salgo, y en cuanto pongo un pie en el asfalto, visualizo a varios soldados más sobre algunas azoteas, son tres en total, apuntando hacia la tienda donde debo entrar y actuar. Es automático, puedo llegar a un lugar, analizarlo en un segundo y volverlo mío. Sospecho del hombre que mira fijamente al vendedor de hot-dogs porque no suele ser común que haya uno en esta calle, y menos que dure tanto tiempo en este lugar, sospecho de dos mujeres que salen riéndose del edificio de al lado de la tienda a la que estoy por entrar, pues una de ellas lleva lentes y ropa holgada, así como sospecho de la señora mayor que entrega volantes y no deja de mirar hacia todos lados.

Comienzo a caminar y entro en la tienda de marroquinería encontrándome con una señora muy amable detrás del mostrador. Le sonrío con encanto, y ella ni corta, ni perezosa, me mira de arriba hacia abajo como si estuviese viendo agua en el desierto luego de diez días de no haber bebido ni un poco.

—Ojalá la mujer que conocí anoche no me hubiese flechado, si la hubiese visto a usted antes que a ella, me habría enamorado de usted —mi tono entrecortado y un poco enredado y arrastrado le indican que voy un poco ebrio. Quito mis lentes para que vea mis rojizos ojos, producto de unas gotas especiales que me hicieron usar pasar hacerme poder jugar bien mi papel.

—Es una lástima, niño. Con todo gusto me habría ido con alguien tan guapo como tú. Que el que te doble la edad no sea un impedimento.

Llevo mi mano izquierda a mi pecho, porque soy zurdo, con dramatismo. Esto no es actuado, puesto que realmente me dolió que me dijera niño.

—Puedo asegurarte que de niño no tengo nada.

—Eso podemos comprobarlo luego —dice ella en lo que otro agente entra al lugar, haciéndose pasar por otro cliente y comienza a mirar las cosas, primordialmente los precios —. Dígame, ¿en qué puedo ayudarlo? Hay otros clientes.

—Quiero la mejor cartera de cuero que tenga, o puede ser también un monedero. Lo importante es que impresione a la mujer que conocí anoche, debe ser mía.

—¿Y cómo vas a encontrarla? ¿Pediste su número?

—Logré obtenerlo sin que se diera cuenta.

—Interesante…

Iba a hablar, cumpliendo con mi parte del plan, pero entonces noto que la mujer ‘’disimuladamente’’ aprieta un pequeño botón debajo del mostrador. El chico que entró se acerca a nosotros y le muestra una correa, yo también lo observo y luego poso mi mirada en la mujer, quien nota el arma mal escondida que tiene el hombre en su cinturilla. Cierro mis ojos con fuerzas y me pido paciencia para no asesinarlo por imprudente.

¿No pudieron enviar a alguien más? Incluso su rostro da desconfianza. Hasta yo sospecharía de él.

—Eres un imbécil. —No puedo evitar decirle a él. La mujer se centra en mí y, con una rapidez que ni ella ve venir, saco una jeringa escondida bajo la manga de mi antebrazo y se la entierro en la yugular. Antes de que se desplome la lanzo hacia él quien la sujeta y la pone en el piso con cuidado de que no se lastime al caer.

Le sonrío a la cámara que apunta hacia nosotros y saludo, burlándome de ellos, de La Asociación, quienes sé que me ven desde el otro lado.

—¿Qué haces? Esto no era parte del plan. —Me reprocha el que la cagó sin darse cuenta, justamente, de que la cagó.

—Ella vio el arma que tenías en tu cintura —entro al lugar y comienzo a revisar todo, entro a un pasadizo que hay en el fondo y me encuentro con un pequeño lugar donde claramente se nota que anduvo alguien hasta hace poco en la cama, alguien a quien no le dio tiempo de recoger sus cosas, y salió sin nada de aquí. Examino todo y la rabia comienza a hacer estragos en mi cuerpo al pensar que la misión se está arruinando, dejó su ropa, pero se llevó sus documentos —No sabes cuánto quiero asesinarte en este momento por imprudente. En cuanto vio tu arma alertó a La Asociación. Regresa a la camioneta y espérame allí. —Le ordeno. No quiero que sospeche que yo sospecho de él, cosa que sí hago, pero si lo demuestro, va a escapar de nuestras manos. Ahorita la prioridad es la mujer.

Miro hacia todos lados y entro al pequeño baño que está a un costado de la habitación y me encuentro con que en el techo hay una abertura cubierta con una ventana de vidrio que se abre hacia arriba y en la que entra una persona, por allí cualquiera podría escapar perfectamente.

Sonrío recordando a las dos mujeres que iban caminando, la de ropa holgada es mi objetivo. Me regreso y miro el lugar nuevamente, y sí, definitivamente, todo indica que salió hace muy poco.

Salgo de la tienda y miro a la mujer aún tirada en el piso, el efecto pasará en unos minutos más y ella podrá despertar sin efectos secundarios, a lo sumo un poco de mareo y nada más. Al llegar a la camioneta, le pido la laptop a mi chófer. Es en quién más confío en la agencia: Martin Schwarzenberg.

—El otro agente nos comentó lo sucedido, está arrepentido de todo y dice que aceptará la decisión que se tome sobre él.

—Vigílenlo. No puede ser que sea tan imprudente así. A cada soldado lo preparan perfectamente bien antes de entrar en acción y no dejo de pensar que lo hizo a propósito.

—Yo igual, ya lo tienen neutralizado, así que quédate tranquilo.

—Tranquilo voy a estar cuando tenga a la chica conmigo.

—Eso va a estar difícil, se te escapó.

—Aún no —sonrío y eso lo hace sonreír a él también. Nos conocemos desde muy pequeños, y a medida que fuimos creciendo, él no ha dejado de entrever su admiración por mí y todo lo que he logrado a tan corta edad. Apenas tengo veintitrés años recién cumplidos y la mayoría de agentes de alto rango imploran por tenerme en sus equipos.

Reviso los videos de las cámaras de seguridad de la zona y adelanto lo más que puedo vigilando a la mujer que había visto salir. Trato de tardar lo menos posible, pero en los veinte minutos que han pasado, ella se ha movilizado mucho, así que, en cuanto la encuentro, me sorprendo por el hecho de ver que está por traspasar las barreras de seguridad que hemos formado en cada entrada y salida de la pequeña zona.

Rápidamente mando una alerta con la foto de cómo va vestida para que la detengan de inmediato, y mientras lo hago, le pido a Martin que comience a manejar hacia la dirección que le indico.

Él maneja lo más rápido que puede en lo que yo sigo revisando las cámaras. Puedo notar a través de ella que la chica sospecha hasta de su sombra. Se da cuenta que la van siguiendo y de su abrigo saca un arma que tenía escondida. Cada vez me impresiona más.

Vuelvo a alertar del hecho a todos, y en cuanto llegamos al lugar puedo escuchar que ya ha comenzado la balacera. Miro como ella corre, tratando de adentrarse nuevamente a la zona, supongo que para esconderse nuevamente, pero ahora que ya la tengo en la mira y sé quién es, está condenada. Una vez que ficho a la persona, esta nunca más escapa.

Comienzo a caminar, siguiéndola con sumo cuidado. Ella se centra en los agentes que la siguen, pues están con el uniforme de la CIA, así que ellos son de quienes debe escapar. A la distancia veo cómo se pone nerviosa mirando hacia todos lados, y aunque escapa de algunos, hay otros que llegan a tirarla, ella saca su arma, pero en vez de usarla para disparar, lo que hace es golpearlos con ella, entonces noto que no quiere lastimar a nadie, solo quiere irse.

Corre y corre, dispara a la nada, intentando hacerle creer a todos que es capaz de hacer cualquier cosa para que no la agarren. Las personas de alrededor corren, huyen del peligro, y yo sigo caminando, poniendo a mi mente a trabajar, pensando en: ¿Por qué no ha disparado y herido realmente a alguien? Se supone que es una mujer despiadada, entrenada y temible. Me enviaron por ella por ser alguien difícil de conseguir, tiene instinto de supervivencia y sabe cómo esconderse.

Llega un punto donde un oficial casi la tiene y ella le apunta a la frente. Su mano tiembla. Yo me acerco más y analizo el lugar. Está repleto de oficiales, ella ya no tiene salida. Pido a todos que guarden la calma porque si llegan a acercarse más y a asustarla, ella va a matar a quien le está apuntando, y la idea es llevar a cabo esta operación con la menor de las perdidas posibles.

—Déjame ir. No me hagas disparate, no quiero… —susurra ella, entrando en pánico y mirando las azoteas de los edificios, donde cada vez se asoman más y más oficiales —. Conste que yo no quería.

La chica mueve un poco su dedo índice, con la intención de disparar y es cuando me toca actuar. No pasan ni dos segundos cuando yo desenfundo mi arma de mi cintura y disparo, dándole justo a su arma, haciéndola caer al piso, rodando hacia un lado, y es cuando tanto ella como el otro oficial me ven.

—Señor. —Dice él, inclinando su cabeza, en forma de respeto.

—¿Quién eres tú? —Pregunta ella, quien aún temblorosa, me mira de arriba hacia abajo y viceversa.

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