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Casándose con el duque.

Esa noche Anastasia le dio varios golpes a su almohada intentando conciliar el sueño hasta que al final el cansancio del viaje la venció por completo haciéndola dormir más de lo debido. A la mañana siguiente su doncella junto a otras dos se encontraba con su vestido preparado, la ayudaron y luego de que le apretaran el lindo corset vitoriano miró a su lado el ropaje tan discreto que su dama de compañía había elegido por ella. 

«Pronto dejaré de ponerme esos vestidos tan desagradables», pensó calculando que al dejar de ser una señorita ya no tendría que vestirse de manera tan conservadora. Agarrando la tela suave de su atuendo, bajó la escalinata, tan fresca como una flor, esperando que el duque le dijese la fecha en la que se llevaría a cabo su matrimonio. Su estatus cambiaría radicalmente seguido sea la duquesa de Edimburgo.

Pensando en todo eso y con una sonrisa que no podía ocultar, salió al jardín. Vio un muro de piedra entre los árboles que, al parecer, rodeaba el prado. El castillo le parece realmente perfecto, tanto, que suspiró imaginando lo hermoso que se verá el vergel el día de la ceremonia de sus nupcias. 

Eso sin contar con los rituales que hará en el salón marital, solamente necesita hablar con el duque para acordar la fecha para que todo salga bien y sobre todo hermoso. Esos cuatro días que dura la boda aristocrática debían ser recordados por la sociedad que trató de mancillar su honor con rumores retrógrados que únicamente lastiman a la mujer. 

—Milady Anastasia, el oficial está esperando por usted en el estudio de mi señor duque —le avisó el mayordomo y Anastasia abrió los ojos sintiéndose sorprendida. 

Aún así lo acompañó sin rechistar, al llegar al despacho respiró profundo y apretó los dientes con tanta fuerza que le dolía la mandíbula. 

—Lady Anastasia Santamaría —se inclinó el hombre con suma educación—, es un placer conocerla. 

Philips le hizo un gesto con la mano para que ella tomará asiento a su lado y mirando todo detenidamente, Anastasia con los labios apretados, se compuso la falda altivamente. Luego se enderezó y habló. 

—No me parece justo —el oficial y Philips se miraron entendiendo a la perfección. 

Ella no quiere firmar un simple documento civil de matrimonio, sino que desea que se lleve a cabo un enlace organizado como lo dicta la costumbre, siendo llevada a cabo por un clérigo como testigo para consagrar tal unión bajo los siete sacramentos cristianos. 

—¡Pues tendrás que conformarte con convertirte en la duquesa de Edimburgo de esta manera! —dijo él muy severo. 

Anastasia estuvo tentada de recitarle toda la lista, pero ninguna de sus objeciones constituía un impedimento al matrimonio. Estudió sus ojos en busca de alguna pista que le sirviera de respuesta, pero quedó de nuevo fascinada por su extraordinaria palidez. Eran transparentes como estanques de agua verde y clara, con las emociones y los pensamientos destellando como un pez de azogue en sus profundidades.

—¡No me conformo! —se opuso mirándole con ferocidad.

—Bien, entonces regrese con su madre la vizcondesa, siga siendo la comidilla de la sociedad y con eso marque el futuro de sus hermanas —Anastasia contuvo una maldición pareciéndole el duque un hombre arrogante, autoritario, y déspota. 

Sin decir nada más se inclinó hacia delante donde está el documento bien elaborado tomó la pluma y sin leer o pensarlo dejó su firma sobre él. Se despidió del oficial con un asentimiento de cabeza, agarrando como de costumbre su vestido y su mal comportamiento no fue pasado por alto por su esposo. A quien no le simpatiza para nada esa actitud irrespetuosa hacia su persona. 

Después de que se retiró el registrador llevando consigo el acta matrimonial firmada y sellada por el duque para legalizarla, Philips salió en busca de su esposa. Necesita poner algunas cosas en orden, pues tal comportamiento irrespetuoso no lo aceptará de la duquesa. Anastasia se encontraba ya en el jardín tratando de que el aire fresco pudiera aliviar su enojo. 

—Milady, por favor, dígame que la tiene tan mal —le pidió su doncella al verle la nariz sumamente roja y los ojos aguados para evitar llorar. 

—No pasa nada Martina, quizás solo sea el aire frío de estos lares que no me es favorable —le respondió para tranquilizarla. 

Tiene en cuenta que no puede quejarse por todo lo que le pase en su nuevo hogar, pues es consciente que una esposa perfecta está preparada para no demostrar su sufrimiento delante de los demás  porque eso sería una molestia para su esposo y como la duquesa de Edimburgo debe mantener la fortaleza. Piensa que esa unión tan precipitada hará que siga siendo presa de las habladurías de la región.

Quizás la acusen de haber quedado encinta de manera bochornosa, van a dudar de su pureza más de lo que ya lo hacen; a pesar de que sigue siendo una doncella inocua que su único pecado es ser diligente y curiosa. Pero lamentablemente la sociedad quiere doncellas remisas y sobre todo sumisas, dos cosas para las que ella no posee virtud. La timidez es algo que no conoce, ni tampoco desea hacerlo. 

Los rayos del sol empezaron a calentar con más ímpetu y su doncella que siempre sale preparada tomó su sombrilla y la abrió cubriendo el delicado rostro de su lady, ya que posee una piel tan delicada como la porcelana y su deber es cuidarla. 

—Puedes retirarte, criada —la voz de Philips se escucha oscura y tenebrosa. 

Anastasia al oírlo se asombró emocionada. Pensó que su esposo había recapacitado en cuanto a realizar una ceremonia así sea pequeña, se volteó disimulando su alegría. Philips vislumbra en sus ojos algún sentimiento, alivio tal vez, antes de que sus gruesos párpados los ocultaran. Se irguió, la tomó de la mano sin ningún tacto y anduvo hacia la puerta del establo dejando que sus gestos demostrarán su furia.  Ella contuvo una maldición, se recogió la falda, para poder seguirle el ritmo de su andanza. Se dirigieron hacia el arco principal. Detrás se alzaba la casa.

—Pero ¿qué sucede esposo? —le preguntó sorprendida. 

—Será mejor que dé un descanso a su mente, señorita Santamaría, para que analice su falta de respeto hacia mi persona, el que sea mi duquesa no le da derecho a ser irreverente. Le pondré claro los acuerdos de este matrimonio: primero, será únicamente mi esposa cuando estemos en recepciones o festejos de la corte o delante de algún nobiliario, pero dentro de casa, no será más que la señorita Anastasia, no le tocaré, ni usted tendrá tal derecho conmigo.

»Tampoco podrá hacerlo con alguien más porque si hay algo que no tolero es ser el entretenimiento de la sociedad y vos no serás la persona que haga tales cosas —la miró con su rostro duro como el granito—. No voy a casarme por ninguna norma social. Si lo piensa, verá que eso es absurdo. Como bien sabe, las normas sociales nos importan un pimiento. Para nosotros, la sociedad puede pensar lo que quiera y no pueden darnos órdenes, pero tampoco seré el hazmerreír de nadie, así que le diré de una vez y por todas que no piense en tal celebración inútil y cansona —le dijo de forma grosera.

Todo eso se lo decía con dureza mientras Anastasia ordena a sus mente no llorar manteniéndose firme con el mentón alzado, sin agachar la mirada como lo desea su esposo. Escuchar que solamente será una esposa para mostrar le molesta, porque al parecer el duque es más frío que su hermano. «Quizás sea su casta», pensó ella comparando a los hermanos que no le gustan las féminas como a todos los demás hombres. 

—Pero… si ese es el caso y, dada su buena reputación, creo que lo es, ¿por qué insistió en casarse conmigo? No me veo siéndole de alguna utilidad sin contar que no dejaré de ser rebelde únicamente porque usted me lo pida. Ya que ha dejado muy claro que no será mi esposo como así yo lo deseo, si usted no cumple con mi pedido no veo la necesidad de tener que seguir sus reglas —le declaró ella sin sentir miedo a expresarse. 

—Me casé con usted porque así lo deseo y no le daré más explicaciones. Ahora bien, si se propone seguir en este plan le diré que mi paciencia es muy limitada y, ya que he contraído matrimonio con usted puedo disponer de mi esposa enviándola al exilio —Anastasia abrió grandemente los ojos al escucharlo. «¡Es un demonio!», pensó con enfado, pero esas palabras constituían una respuesta muy obvia. 

—¿Y eso es todo? —Cambió radicalmente de conversación creando con su pregunta que él se sintiera burlado por la señorita. 

Ella está demostrando su carácter fuerte y desordenado. En ese mismo momento él pensó en que si no le gustaran ese tipo de mujeres, le habría mostrado lo violento que puede ser él ante su pedido de exigirle ser relativamente su esposo en todos los sentidos. 

—No tientes tu suerte que tu supuesta rebeldía no es más que un acto infantil —la mirada que le lanzó estaba destinada a someterla—. Espero que te comportes a la altura de mi título —dijo para luego mirar de nuevo al frente.

—Si me considera ingenua o aniñada ¿por qué no me envió de regreso a mi hogar como lo haría alguien más en su lugar? —Le preguntó.

Él asintió mientras ríe con sorna sin decir nada más, se gira con la intención de marcharse.

»¿Por qué? —casi gritó ella con ira reprimida. 

—Porque desde hace tiempo necesitaba una esposa modelo que sea parte de mi imagen ante la sociedad y tú eres la candidata perfecta, porque nadie creerá en tus palabras, ni estará al pendiente de ti. —Le lanzó una mirada tan breve que ella no pudo descifrar. Dicho esto, cambió de dirección y apretó el paso aún más.

—No soy un caballo de paso fino para ser presumido delante los nobles —lo siguió ella casi trotando. 

—Digamos que eso eres, mi corcel de raza, que me dará la oportunidad de seguir haciendo y disfrutando de mis placeres — le respondió. 

Sus labios se curvaron levemente, pero redujo el paso para que ella no tuviera que correr. Habían llegado al sendero de gravilla que bordeaba la casa. Anastasia tardó un instante en repetirse la respuesta de Philips y otro en captar su debilidad. «Placeres…», pensó queriendo descifrar bien. 

—Las tabernas, ¿esos son vuestros placeres…? —le preguntó sin sentir vergüenza. 

Al mencionar el lugar prohibido dejó a Philips asombrado, porque las doncellas no mencionan aquel nombre y menos tan abiertamente.

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