continuación

Los pasos resonaron en el corredor, firmes, casi ceremoniales. Cuando Dimitri entró, el carnicero dio un paso atrás, inclinando ligeramente la cabeza. Aisha alzó la vista, forzándose a mantener la mirada fija en el hombre que acababa de llegar.

Dimitri no tenía prisa. Su rostro, afilado como un cuchillo, estaba decorado con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—¿Esto es lo mejor que puedes hacer? —preguntó, dirigiéndose al carnicero mientras señalaba a Aisha—. Parece que nuestro invitado aún tiene fuerzas para sonreír.

—Ella es… difícil de quebrar —admitió el carnicero, tragando saliva.

Dimitri se inclinó hacia Aisha, examinándola como si fuera una curiosidad en una tienda.

—Interesante. Quizás tú y yo podamos divertirnos un poco más. Atenla de nuevo.

Cuando Dimitri y el carnicero salieron, el silencio volvió a caer sobre la celda. Aisha respiró hondo, ignorando el ardor de las heridas. Su cuerpo estaba al límite, pero su mente seguía luchando. Cuando fue levantada con brusquedad p
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