El aire en la habitación se había vuelto denso tras el enfrentamiento entre Sanathiel y Varek, que solo detuvo su ataque, cerrando sus puños para contener el golpe del lobo. Aisha, en el centro de todo, sentía que la pesadez de la situación era abrumadora, con una presión constante en el pecho. Las luces en el bosque brillaban entre las bestias que los rodeaban, y en medio de todo, vio el cuerpo desmayado de un hombre alto y delgado.Como si el bosque lo devolviese, las bestias y monstruos se retiraron. Aisha tomó valentía y lo reconoció: Rasen.Al percatarse, sus dedos temblaron, pero tomó sus manos frías, tratando de calentarlas. Skiller se acercó y la sorprendió:—Déjame llevarlo adentro, Aisha.Más tarde, en un rincón apartado del refugio, Aisha observaba a Rasen con preocupación. Su rostro permanecía tenso, marcado por una palidez que no se debía sólo a su estado inconsciente. Algo oscuro se movía bajo la superficie de su piel, algo que incluso ella podía percibir ahora que enten
"El aire en la celda era tan espeso que parecía que respiraba sombras vivas, un peso invisible aplastando su pecho. Cada segundo, la oscuridad cobraba más fuerza, envolviéndolo como una prisión sin fin."En su mente, Rasen flotaba en un mar de sombras. Frente a él, Sariel emergió envuelto en una niebla oscura.—Siempre lo mismo, ¿no? —su voz resonó como un eco burlón en el vacío—. Luchas, amas, pierdes... y al final, siempre regresas a mí. Al abismo del que nunca escaparás.Rasen alzó la mirada, con furia y desesperación.—No tienes idea de lo que ha pasado.Sariel rió con amargura.
Justo cuando creía que todo iba bien, sariel no escatimo en dejar que aquella lanza de punta metálica atravesase a Varek, dejándolo anonadado. Sin embargo, al pensar en lo peor, se arrancó el hierro que atravesaba su pecho con un movimiento brutal, su mirada fija en Sariel. La sangre manchó el suelo, pero su expresión no cambió. Su voz, cargada de una calma helada, resonó en la habitación:—Este legado maldito de la familia es muy nuestro problema. Deja fuera a esa mujer Sariel.Por un instante, Sariel titubeó. Sus ojos negros destellaron con un matiz incierto, pero la vacilación desapareció tan rápido como había llegado. Su mirada se detuvo en el camafeo que colgaba del cuello de Varek, el cual contenía la imagen de Aisha. Su sonrisa se ensanchó
Entre el humo, Salomón cobró su deuda: golpeó a Varek sobre su herida en el pecho, dejándolo inconsciente. Rasen cayó de su espalda y, sin perder tiempo, lo arrastró hasta la celda. Bajo la mirada atenta de los demás, aseguró sus brazos y piernas con grilletes.Varek despertó en silencio, con la sangre seca en la nuca como único rastro de lo ocurrido. Sus heridas ya habían sanado, lo que dejó atónito al lobo de ébano.—¡Sariel! ¿Dónde está? —rugió Varek, su voz cargada de furia y desesperación—. Si lo alejas de mí, cometerás un error fatal.
Dentro de la cabaña contigua, el aire era espeso, casi irrespirable. Las esporas azules que rodeaban el cuerpo de Rasen se extendían como un manto, iluminando débilmente las paredes de madera deteriorada. Sanathiel y Skiller lo mantenían sujeto contra el suelo, sus esfuerzos titánicos apenas bastaban para contener la fuerza desatada que emanaba de su cuerpo.—Esto no está funcionando —gruñó Skiller, con el rostro bañado en sudor—. Está luchando contra nosotros, pero también contra algo más.Sanathiel, con los ojos fulgurando como dos llamas, apretó los dientes.—No es Rasen qu
Luciano Kerens no eligió nacer entre cicatrices. Fue hijo del silencio que dejaron las guerras, un huérfano que aprendió a morder la vida antes de que la vida lo mordiera. En el Pueblo Esperanza del Ciervo, donde creció, lo llamaron imprudente por robar pan para alimentar a Kevs —su hermano sin sangre—, e ingenuo por creer que algún día ese lugar lo aceptaría. Pero la verdadera imprudencia fue descubrir la cripta oculta en el bosque, sus muros carcomidos por el tiempo y repletos de oro maldito. Robaron juntos, Kevs y él, convencidos de que el mundo les debía algo a cambio de tanta hambre.Con el botín, compraron una cabaña cerca de un convento. Allí, Luciano conoció a Beatrice, una novicia de sonrisa quebradiza y manos marcadas por los rezos. La sedujo entre sombras, entre susurros de salmos y secretos compartidos bajo la luna llena. Ella, ahogada por votos que no eligió, se dejó amar. Y cuando el vientre de Beatrice se hinchó de vida, Luciano cometió su segundo error: liberó a Azael,
La luna colgaba sobre el bosque como un ojo pálido, iluminando el altar de piedra donde Luciano Kerens se arrodillaba. Las marcas en su piel ardían con un fuego familiar, recordándole que el pacto seguía vivo. La tormenta había pasado, pero la oscuridad en su pecho persistía, más densa que la niebla invernal que envolvía los árboles.El frío mordía su piel, pero eso era lo de menos. Lo que realmente lo consumía era el peso del juramento grabado en sus huesos, aquel que había sellado el destino de tres generaciones. Sus ojos, apagados por décadas de sombras, recorrieron las hendiduras del altar. Las piedras gastadas por el tiempo aún transpiraban el mismo hedor a azufre que recordaba de aquella noche.Un chasquido de ramas quebró el silencio.Antes de que pudiera girarse, una voz cargada de resentimiento heló su sangre:—Luciano…Se volvió con la lentitud de quien reconoce lo inevitable. Entre los árboles, una silueta esbelta avanzaba. La luz lunar acarició primero las garras: curvadas,
Sanathiel abrió los ojos de golpe. No estaba dormido, pero la voz que lo llamaba surgía desde un lugar más profundo que sus pensamientos. Su mirada se perdió en el reflejo de la ventana, donde las luces de la ciudad danzaban sobre su pálido rostro.—Sanathiel…La voz repitió su nombre, esta vez con un matiz distinto, más insistente, como si una mano invisible intentara alcanzarlo desde la penumbra.Su mandíbula se tensó. No era Aisha.Era otra presencia.Una que reconocía, pero que no esperaba sentir en ese momento.—Tarde o temprano, tenías que aparecer… —susurró para sí mismo, cerrando los ojos un instante.El vínculo con sus hermanos era un eco distante, una cuerda rota que a veces aún vibraba con la memoria de lo que fueron. Y ahora, en esta noche cargada de presagios, uno de esos ecos se manifestaba con claridad.Sariel.El nombre ardió en su mente como una marca incandescente.—No juegues conmigo —gruñó Sanathiel, apretando el papel con el retrato de Aisha hasta arrugarlo.La voz