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Capítulo 3: El comienzo de todo

—Franco —dijo por fin y contra todos sus instintos tomó la mano que él le tendió.

Miró sus manos unidas. Durante mucho tiempo se había preguntado cómo se sentiría el día que volviera a verlo. Si su presencia o su toque volvería a afectarla como en el pasado. Le daba miedo sentir algo por él, aún después de lo que había hecho. Pero de pie frente a él, se dio cuenta que ya no quedaba nada de lo que alguna vez había sentido.

Eso no quería decir que debía de agradarle. Franco era una basur@ y estaba segura que eso no había cambiado en todo ese tiempo.

Laila esbozó una sonrisa para nada sincera. Sin querer su mirada se posó sobre el jarrón en una esquina y se lo imaginó rompiéndolo en la cabeza de su ex. Sería todo un espectáculo y podría perder el trabajo, pero seguro valdría la pena.

—¿No sabía que conocieras al señor Basile?

Tiró de su mano al ver que Franco no tenía intención de soltarla y se giró hacia su jefe que los miraba extrañado.  

—Laila y yo fuimos buenos amigos durante la universidad —respondió Franco con tono casual.

¿Amigos?

Amigo el ratón del queso, pensó.

Ellos dos nunca habían sido amigos, ni siquiera cuando estaban saliendo —le había costado muchas lágrimas aceptarlo—, y jamás lo serían. Laila no toleraba las personas que lastimaban a los demás en busca de su propio beneficio.

—¿Por qué me llamó? —preguntó antes de decir algo fuera de lugar.

Sin importar todos los insultos que corrían en su mente en ese momento, no era el momento, ni el lugar para ello. La historia sería diferente, si en lugar de encontrarse en su trabajo, estuvieran en un café o en medio de la calle.

—Primero toma asiento, por favor. —Su jefe esperó antes de continuar—. Debido a que ustedes dos se conocen, supongo que estás al tanto de a qué se dedica el señor Basile y lo importante que es en el mundo de los negocios.

Si algo recordaba del tipo sentado junto a ella, era que odiaba no ser vanagloriado como si fuera el hombre más importante del mundo. Adoraba los halagos y que lo reconocieran allá a donde fuera.

—Algo he escuchado —respondió con ligereza.

—No quiero presumir, pero acabo de firmar uno de los contratos más millonarios del año.

Laila le dio una sonrisa angelical a Franco.

—Estoy al tanto, mi hermano encabeza la lista por tercer año consecutivo.

Recordaba lo suficiente de Franco para saber que su comentario no le agradó ni un poco, incluso cuando trató de mantener la sonrisa en su rostro.

—Franco ha accedido a darnos una entrevista exclusiva —intervino su jefe y le dio una mirada de advertencia.

Laila puso su mejor cara de confundida.

—Cuando la revista para la que trabajas me contacto, no estaba seguro de querer hacer esto. Pero creo que sería bueno para ambos.

—Sigo sin entender que tiene que ver conmigo.

—Mi decisión final tuvo mucho que ver contigo —explicó Franco—. Imagina mi sorpresa al enterarme que trabajabas aquí.

No le gustaba la dirección que estaba tomando la conversación.

—Franco insistió en que tú te encargaras de realizar la entrevista y hacer el artículo. No estaba seguro de porqué, pero ahora entiendo que se debe a que son amigos.

—Me halaga que me tuvieras en cuenta para algo tan importante —le dijo a Franco esperando sonar lo más convincente posible—. Sin embargo, lamento informarte que no es el tipo de artículo en el que me especializó. Nuestra revista cuenta con personas muy capaces que podrán hacer un trabajo excelente. —Mintiendo sobre el buen hombre que eres. Se guardó eso último para ella.

—Vamos Laila, hazlo como un favor a un viejo amigo. Nos divertiremos haciendo esto y no me sentiría cómodo hablando de mi vida privada con nadie más.

Su sonrisa le revolvió el estómago.

Movió su mano con la excusa de acomodarse el cabello cuando el intentó sujetarla.  

—Señor Piazza —miró a su jefe esperando que él interviniera para convencer a Franco de que había mejores opciones que ella, pero su mirada le dijo todo lo que necesitaba saber.

Estaba sola en aquello.

—Aun no te asigné otro trabajo, creo que puedes encargarte de esto. —Pese a plantearlo como una sugerencia, no había duda de que se trataba de una orden.  

Con una llamada podría librarse de la incómoda situación. Su padre no dudaría en ayudarla a salir de aquel lio. Pero siempre le había gustado manejar sus asuntos por su cuenta y lo primero que le había dejado claro a su jefe que jamás le diera un trato especial por ser hija de Alessandro De Luca. No iba a empezar a utilizar el poder de su familia en ese momento.

¿Qué tan malo podía ser?

Haría las entrevistas rápidas y luego se aseguraría de escribir un artículo que dejaría a Franco como un hombre de negocios impresionante. La mentira no era lo suyo, así que esa última parte sería toda una hazaña.

—Sí, señor —aceptó.

Como siempre Franco se había salido con la suya. En el pasado solía usar algún comentario dulcificado para hacerla cambiar de opinión sobre cualquier cosa, desde lo que se pondría para ir a una fiesta o lo que debería comer. En su momento estaba demasiado cegada por su amor como para darse cuenta que estaba mal.

—Genial —dijo Franco con demasiada satisfacción y se levantó—. Tengo que irme, soy un hombre ocupado.

—Está bien —Angelo se levantó—. Déjame acompañarte afuera.

—No se preocupe, seguro tiene sus propios negocios que atender. Laila puede mostrarme el camino.

El jarrón volvió a llamar su atención. Tan tentador.

Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la puerta. Salieron de la oficina y se dirigieron hasta los ascensores.

—¿Aún tienes el mismo número?

—No.

Franco la miró como si esperara que hiciera algo.

—¿Tienes una tarjeta? —preguntó él después de un tiempo.

—Dame la tuya y te llamaré tan pronto como sea posible.

—¿No estarás molesta aún por lo que sucedió en el pasado? —Franco le dio una sonrisa burlona—. ¿O sí?

Laila se aseguró que no había nadie cerca antes de responder.

—¿Te refieres al día que te encontré con otra mujer en la cama? —Devolvió con el mismo tono condescendiente—. No, para nada. Tengo cosas más importantes en las que concentrarme.

—Es bueno ver que has madurado. ¿Qué te parece si nos vemos para almorzar y ponernos al día? Hoy tengo una reunión importante, pero mañana tengo tiempo.

—Lo siento, pero ya quedé con alguien más.

—¿Una amiga supongo?

Su suposición la molestó.

—De hecho, mi novio.

Franco la evaluó con la mirada como si tratara de descubrir si hablaba en serio.

—¿Novio? Eso sí que no me lo esperaba. Bueno, no tengo problema en que él se una a nosotros. —Su sonrisa era calculadora. La estaba poniendo a prueba­—. Es más, le diré a mi novia que también se nos una. Nos vemos mañana a la una. —Franco le dio el nombre de un restaurante extravagante al que nunca había ido porque la comida por porciones para gato no eran lo suyo.

Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y Franco entró en el interior.

Laila se quedó de pie allí intentando procesar lo que acababa de suceder.  

—¿Y ahora qué demonios hago? —preguntó y caminó de regreso a su escritorio.

Se dejó caer en su asiento con un largo suspiro. Aquel estaba resultando ser una mierd@ de lunes, mucho más de lo usual. Estaba metida en un gran lío y todo porque no había podido quedarse callada.

¿De dónde iba a sacar un novio con un solo un día de anticipación?

Tal vez podía llamar a un amigo y si nadie estaba disponible, todavía quedaba la opción de inventar alguna excusa por la que su supuesto novio iba a faltar al almuerzo. Y ya que estaba en eso de las mentiras… podía inventar una excusa para ella misma. Tal vez una gripe muy contagiosa.

El resto del día intentó mantenerse ocupada para no pensar demasiado, pero cuanto más cerca estaba la hora de salida menos lograba concentrarse en el trabajo.

Estaba sentada frente a la televisión fingiendo ver una película, pero ni siquiera recordaba de que iba, cuando su celular sonó.

Era un mensaje de Michelle: «¿Ya tienes una fecha para nuestra próxima cita?»

Él había estado escribiéndole durante el fin de semana y, aunque al principio lo había ignorado, pronto se encontró respondiéndole.

—¿Y sí… —Sacudió la cabeza y descartó la idea tan pronto se le ocurrió.

«Eso no va a suceder» escribió.

«¿Cómo te fue en el trabajo?».

Él había dejado el tema de la cita, pero era un hecho que volvería a mencionarlo antes de desearle buenas noches.

Mucho más tarde, mientras daba vueltas en su cama sin poder dormir. La misma idea de antes volvió a surgir en su cabeza y esta vez no la desechó.

—Tal vez no sea tan mala idea después de todo.

Tomó su celular y marcó el número de Michelle. El tardó en contestar.

—Quizás es porque pasan de las once y él debe estar durmiendo.  

—Así era, pero no me molesta ser despertado si eres tú quien llama.

No podría saber si el sonrojo que se extendió por su rostro era porque él la había escuchado o porque su voz sonaba demasiado sexy.  

—Lamento la hora. ¿Podemos vernos?

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