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Capítulo 2: Malditos lunes

Laila intentó no mirar con asombro la cocina de Michelle. Era digna de una portada de revista. El resto de la casa no estaba mal, pero la cocina tenía un toque especial. Había una isla en medio, de un lado estaba una enorme nevera de esas que solo había visto en videos y la estufa no se quedaba atrás.

Resistió el impulso de abrir las alacenas para revisar todo lo que allí tenía.

—Este lugar es único.

—Gracias. La distribución de los espacios, así como el diseño en general, fue mi idea. Necesitaba tener espacio y comodidad para moverme con total tranquilidad mientras cocinaba. —Michelle empezó a vaciar algunas de las bolsas de mercado—. Espero que no estés demasiado hambrienta, prometo no tardar demasiado.

—¿Puedo ayudar en algo? —Ofreció. Tal vez había estado algo reticente de quedarse al principio, pero ahora tenía curiosidad por verlo cocinar.

—Descuida, tengo todo bajo control. —Michelle se colocó un delantal mientras hablaba.

—¿Qué se supone que haga entonces?

Él terminó de atarse el delantal y le dio una sonrisa.

—Puedes deleitarte observándome cocinar, prometo darte un espectáculo que nunca olvidarás.  

—La modestia no es lo tuyo ¿verdad?

—Solo digo los hechos. Muchos pagarían por estar donde tú estás.

Sacudió la cabeza.

—¿Las mujeres siempre tienen pase gratis? —soltó sin saber de dónde vino ese comentario.  

Michelle sonrió divertido.

—La mayoría del tiempo prefiero no tener público.

Su respuesta no aclaró nada, pero se mantuvo callada. No era asunto suyo las mujeres para las que él cocinaba.  

A Laila le molestó reconocer que Michelle tenía razón. Verlo cocinar era todo un espectáculo. La destreza con la que manejaba el cuchillo y la habilidad para hacer dos o tres cosas a la vez era sorprendente.

—Eres como uno de esos cocineros que aparecen en la televisión.

—Me alegra saber que lo estás disfrutando.

—Jamás dije eso —replicó demasiado rápido.

—Tranquila, no le contaré a nadie que caíste ante mis encantos. —Él le dio una sonrisa encantadora sin dejar de hacer lo suyo.

Se preguntó cómo no se volaba un dedo. Laila lo habría hecho de estar haciendo lo mismo.

—Eso quisieras.

Por unos segundos todo lo que se escuchó en la cocina fue el sonido del cuchillo al golpear contra la tabla de cortar y la olla hirviendo.

—¿Cuál es tu especialidad? —preguntó de pronto Michelle—. Vamos, solo trato de entablar conversación decente y saber más de ti —insistió él cuando Laila no respondió.

—Es un hecho que cocinar no.

—Me di cuenta por todo lo que compraste.

—De algo tengo que vivir.

—A mí no me importaría cocinar para ti.

Laila pasó por alto su comentario y decidió hablar de su trabajo. Parecía el tema más seguro, no había oportunidad para que el lanzara comentarios al azar que la confundieran.

Conforme pasaba el tiempo comenzó a sentirse más cómoda. Michelle era un buen oyente y no solo fingía escucharla. Él también le comentó sobre el momento en que había decidido dedicarse a la cocina. No mencionó a sus padres o alguna familia, solo a Salvatore y su hermana.

Michelle sirvió la cena para ambos y se sentó frente a ella. Él espero que ella probara su comida primero.

Laila soltó un gemido al primer bocado.

—Esto está increíble —pese a que se había prometido no halagarlo, pero como no hacerlo cuando la cena estaba tan deliciosa. Era un platillo simple, pero, maldición, sabía a comida de dioses.

Levantó la mirada y se dio cuenta que Michelle la observaba muy atento. Él sacudió la cabeza y volvió a sonreír.

—Sabía que te gustaría.

—Y tenías que arruinarlo. Cualquier otro en tu lugar diría “gracias”.

—¡Oh! Okey. Gracias.

Fue imposible evitar que una carcajada escapara de sus labios. Michelle era bastante agradable, tal vez incluso podrían ser amigos si él no pareciera tan empeñado en seducirla.

Transcurrieron alrededor de dos horas antes de que se diera de todo el tiempo que había transcurrido. Ambos habían terminado de cenar hace un buen rato, pero se habían quedado en la mesa conversando mientras bebían de uno de sus vinos. Laila no era de beber con frecuencia y con solo dos copas de vino ya podía comenzar a sentirse algo aturdida por el alcohol.  

—Gracias por la cena, pero ya es hora de que me marche. Tuve un día largo y estoy bastante cansada. —Para reforzar su declaración soltó un bostezo.  

—Deja que te lleve.

—No creo que debas conducir en tu condición.

—Jamás sugeriría conducir si hubiera bebido. —Michelle levantó su copa. Se veía igual de llena. Laila intentó recordar si lo había visto beber—. ¿Vamos?

—Descuida puedo conseguir un taxi.

—No hay manera de que te deje ir en uno a estas horas. Puede ser peligroso.

—No sería la primera vez que lo hago.

—Bueno, no esta vez. —Michelle levantó sus llaves—. Se hace tarde, preciosa.

Laila no le encontró el sentido a seguir luchando. Estaba agotada y necesitaba poner distancia entre ella y Michelle.

En el viaje hasta su departamento se mantuvo en completo silencio. Estar en un espacio reducido junto a él la hacía sentirse incómoda. Se sentía más consciente de su cercanía y que había algo en él que le despertaba demasiada curiosidad, más de la que tenía permitida sentir.

En cuanto Michelle detuvo su auto frente a su edificio, tenía la intención de bajar e ir por sus cosas al maletero, pero el maldito cinturón de seguridad se trabó.

—Maldición —rechinó entre dientes.

—Déjame ayudarte —dijo Michelle percatándose de lo sucedido y se inclinó para soltar el cinturón.

Laila se sintió aturdida al oler su colonia. Era un aroma cítrico reconfortante. Al ver que él estaba concentrado en el cinturón, aprovechó para observarlo con detenimiento.  

—Listo —anunció Michelle y levantó la mirada.

Los dos se quedaron mirándose en silencio y luego deslizó los ojos hacia abajo hasta sus labios. Laila se cuestionó cuál era su sabor y estuvo cerca de inclinarse para averiguarlo. La realidad le azotó de pronto. ¿qué demonios estaba pensando? Responsabilizó al alcohol de ello.

—Gracias —logró decir por fin y tomó la manilla como si se tratara de un salvavidas—. Te molestaría —dijo cuando él no se hizo para atrás.

—Eres bastante intrigante. —Con eso último Michelle se le adelantó y bajó del auto para abrirle la puerta. Luego él mismo bajó sus cosas y la ayudó a llevarlas hasta la puerta de su edificio pese a todas sus excusas.

Laila se las arregló para mantener la mirada al frente y no en su acompañante.

—Deberíamos repetir lo de esta noche otra vez.

—No creo que sea buena idea.

—¿Es que acaso no te gustó mi comida? Serías la primera.

—Tu ego está por las nubes. —Lo observó con curiosidad, intentando entenderlo—. ¿Por qué haces esto? —preguntó.

—Creí que había quedado claro. Estoy interesado en ti.

—Se te pasará. Adiós.

Se aseguró de no mirar hacia atrás ni una sola vez mientras se alejaba. Y durante la noche hizo todo lo posible para mantenerlo lejos de sus pensamientos.

El lunes llegó demasiado rápido. Amaba su trabajo, pero odiaba el inicio de semana, como estaba segura que hacía más de la mitad de la población en general.

Apenas se había acomodado en su escritorio cuando recibió una llamada de la secretaria de su jefe de departamento. Le había enviado su artículo al correo durante el fin de semana, así que solo podía estarla llamando para hacerle alguna corrección o porque ya tenía un nuevo encargo para ella.

—Dani —saludó a la secretaria de su jefe y se detuvo frente a su escritorio.

Dani era una de las pocas mujeres con las que mantenía algún tipo de amistad dentro del trabajo. El mundo del periodismo era demasiado competitivo y, sin importar cuanto había tratado de llevarse bien con la gente, pronto había descubierto que no todos tenían buenas intenciones.

—Laila, ¿qué tal tu fin de semana?

—No tan bien como el tuyo asumo. ¿Cómo te fue en tu escapada romántica?

—Estuvo bien. —Dani levantó su mano y movió su dedo anular.

Laila miró con sorpresa el anillo que adornaba el dedo de Dani.

—¿Te propuso matrimonio? —preguntó tratando de controlar su voz para no llamar la atención.

—Sí, fue tan mágico.

—Estoy tan feliz por ti. Tienes que contarme todo después… Bueno no todo, puedes quedarte con los detalles más sexys —dijo moviendo las cejas de arriba hacia abajo.

Dani se sonrojó.

—Lo prometo, ahora pasa que el jefe te está esperando.

Asintió y caminó hacia la única oficina que estaba de ese lado.

¿Por qué parecía que todos a su alrededor se estaban casando?

—Señor —saludó entrando a la oficina de su jefe. Se dio cuenta que él no estaba solo, otro hombre ocupaba el asiento frente a su escritorio y estaba de espaldas hacia ella—. Lamento si interrumpí. Dani dijo que quería verme, pero puedo volver más tarde.

—No te preocupes, de hecho, quiero que conozcas a alguien.

El misterioso hombre se puso de pie y se giró hacia ella con una sonrisa enorme.

«Malditos lunes —­pensó».

—Laila, es tan bueno verte otra vez.

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