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2.¿Sueños o pesadillas?

Me encontraba balanceando mi cuerpo en una barandilla de metal a la otra tratando de matar el tiempo, cuando de repente un golpe en seco proveniente de la planta de arriba hizo que me sobresaltara y en cuestión de milisegundos sintiera mi cuerpo perder el equilibrio y caer en los primeros escalones de madera.

El dolor apareció instantáneamente en mis rodillas, pero no era un dolor insoportable. Al mismo tiempo que intenté reincorporarme de la madera fría mis oídos lograron captar el sonido de un segundo golpe.

Pensé que estaba sola.

Una vez ya reincorporada en las primeras tablas de madera de la escalera, un extraño sentimiento se hizo presente y se apoderó de mí, podía sentir como se iba esparciendo con rapidez en cada rincón de mi cuerpo.

Arraigándose de mis extremidades.

Sentía miedo de lo que pudiera llegar a descubrir una vez pisando la parte de arriba, de lo que mis ojos pudieran ver, mis oídos escuchar o de mis manos y pies tocar.

Un tercer golpe logró que mi cuerpo saliera en el trance en cual se encontraba y reaccionara inmediatamente.

Luego de los tres golpes se presentó un silencio, un denso silencio embargando todo el lugar con él, lo único que podía percibir mi audición eran los latidos desbocados de mi corazón y, el sube y baja de mi pecho a causa de los espasmos.

Mi cuerpo temblaba del miedo.

Me armé de valor y me dispuse a movilizarme escaleras arriba.

Subí las primeras escaleras que daban como destino final el corredor, algo oscuro, por la falta de iluminación artificial y natural.

La falta de iluminación se veía amortiguada por una gran cantidad de cuadros y retratos familiares situados en las paredes.

Luego de adentrarme un poco más divisé las puertas de las habitaciones de las personas que vivían en casa. Di unos cuantos pasos para quedar en el centro del pasillo, quedando a oscuras completamente.

Un fuerte sonido de algo de vidrio chocando contra alguna parte del suelo hizo que adivinara donde debía ir y emprendí mi caminata hacia la puerta en frente de mí, la última puerta del pasillo.

Había alguien en esa habitación. Esa habitación era prohibida para mí.

Di pasos cortos. Mis manos seguían temblando mientras ejercía la mayor presión posible en la cerradura, contando hasta tres y soltando un suspiro pesado cargado de miedo, giré la perilla y abrí la puerta.

La oscuridad fue mi única anfitriona, el lugar estaba sumido en completa oscuridad, pero sabía de antemano que no me encontraba sola. No luego de lo que había escuchado tan solo minutos atrás.

Mis piernas estaban agarrotadas y mi boca seca.

Di varios pasos para entrar completamente en la habitación mientras sentía una mirada penetrante puesta en mí.

Observando con cautela desde la oscuridad todos los movimientos que hacía, evaluando a su próxima presa.

Busqué el interruptor de electricidad, estar a oscuras estaba logrando aterrarme. Odiaba la oscuridad, no me gustaba estar a oscuras.

Pasé mis manos por lo largo de la pared hasta que al final logré encontrar lo que estaba buscando a ciegas, al presionar el interruptor cerré los ojos inmediatamente por miedo a lo que se venía.

El tintineo de unas cadenas.

El sonido de unas cadenas siendo arrastradas con descuido contra el suelo hizo que abriera inmediatamente los ojos, clavando mi vista al suelo.

Sangre.

Lo primer que logré ver era eso, ese líquido carmesí en un charco en el suelo de mármol blanco manchándolo completamente todo, dando paso a una escena macabra de admirar.

Lo segundo, vidrios. Los restos de un montón de retratos de vidrios, los que había escuchado estrellarse con anterioridad, era una combinación de esos dos elementos.

No logré soportar ese fatálico cuadro que estaba situado a escasos metros de donde yo me encontraba y elevé la mirada para encontrar al causante de todo este desastre.

En mi campo de visión apareció un chico, un niño de al parecer la misma edad que yo, cabello al parecer de un tono de castaño oscuro, liso, con tez blanca. Seguramente por falta de sol y lo que más resaltaba de su pequeño rostro, sus ojos.

Grises.

Una combinación de colores, grises, verdes, destellos naranjas y azules adornaban tierna e inocentemente el rostro del chico frente a mí.

Mentí, eso no era lo que más resaltaba de él.

Lo que lo hacía era la furia que transmitían sus ojos al igual que su rostro, pero eso no era nada comparado con la sangre que se encontraba en sus mejillas manchándolas de ese color tan vivo y de olor metálico.

El olor a sangre estaba empezando a marearme.

Un grito fue interceptado y arrancado de mi garganta al darme cuenta de su cercanía, unos centímetros nos separaban a ambos.

Pero el causante del desborde de mis lágrimas fueron sus manos, el darme cuenta en el momento en el cual bajé la vista a sus manos, que estaba encadenado.

Dos pulseras de metal situadas en sus muñecas de donde salían cadenas de metal que lo hacían permanecer anclado a la habitación.

Esto es inhumano. Él no puede estar así.

Poseía rasguños en sus muñecas y brazos, seguramente por la presión ejercida por las ataduras que infringían las gruesas cadenas de metal que lo ataban a la habitación.

Sus nudillos se encontraban destruidos completamente, con sangre saliendo de estos.

Un escalofrió recorrió mi columna ante tan desastrosa escena, pero antes de poder hacer algún movimiento sentí mi espalda chocar contra una de las paredes negras de la habitación.

Él dio dos pasos rápidos y en un acto de suma rapidez, con sus manos rodeó mi cuello llenándolo así de sangre, de su sangre.

Y por la expresión fría en su mirar pude darme cuenta que no le afectaba en lo más mínimo el líquido que salía de sus nudillos, de mancharme o marcharse con ella.

El olor metálico fue más fuerte y un asco apareció en mí cuando sentí la sangre escurrir por mi cuello, manchando mi lindo vestido de flores.

En él no había ni un rastro de remordimiento o desagrado ante tal escena, podría arriesgarme a decir que en sus ojos podías apreciar que disfrutaba lo que estaba pasando y el miedo que ocasionaba en mí.

Disfrutaba y se alimentaba de mi miedo, del miedo de las personas.

-No debiste haber subido- habló por primera vez, con sus ojos brillantes clavados en su agarre en mi cuello.

Intenté zafarme de su agarre, pero me era casi imposible, el poseía más fuerza que yo y así con un último vistazo a esos grandes ojos tan llamativos, me envolví en la oscuridad y me dejé llevar por ella como mi única guía.

(...)

Mi cuerpo entero tiembla. El calor de la habitación me asfixia. Despierto de golpe con el calor calando hasta lo más profundo de mí, el sudor cubre mi piel y puedo sentir la humedad en las sabanas debajo de mí.

Mis pulmones demandan aire y se los doy. Trago fuerte mientras me llevo una mano al pecho, intentando acompasar los latidos desbocados de mi corazón.

Como un acto inconsciente paso mi mano derecha hasta mi cuello, verificando si realmente solo ha sido un sueño y como en las otras innumerables veces que he despertado por el mismo sueño y de la misma manera; no hay nada.

Ningún rastro de que ha sido real, todo sigue igual como lo he dejado la noche anterior.

Pero no es un sueño, no, es una pesadilla. La misma pesadilla que pensé había desaparecido.

Han vuelto y no creo que esta vez accedan marcharse.

La misma pesadilla que me ha perseguido desde que tengo memoria.

(...)

Luego de mi incidente en la mañana me preparé para la cita con Thomas. Ya han pasado dos semanas y aunque no quisiera presentarme de nuevo en ese tétrico lugar, debo hacerlo, no por mí; sino por mi madre.

Ella está raramente nerviosa por todo esto y no logro entender el por qué. Se supone que la que pasa consulta y a la que le tienen que suministrar cosas es a mí y no a ella.

Sin embargo, no hablé, no opiné, como siempre.

En estos momentos me encuentro caminando por las calles del pueblo, mamá ha propuesto que fuéramos en auto puesto que eran diez minutos en él y llegaríamos rápido.

Pero lo que menos quiero es llegar a ese lugar rápido, debido a eso, le propuse ir caminando con la excusa de que quería disfrutar de la ciudad y los alrededores que aún no conocía por completo.

En parte es verdad, quiero disfrutar de los alrededores y más por la naturaleza que hay en Clovelly.

El aire fresco llega a mis fosas nasales, lo inspiro haciéndolo llegar hasta mis pulmones y brindarme tranquilidad. La tranquilidad en el ambiente me hace pensar que las cosas van a estar bien por más de que las circunstancias demanden todo lo contrario y soy consciente de eso.

A no muy lejos logro ver la punta de la iglesia y el verla solo me trae viejos recuerdos. Recuerdo que en un pasado mis padres me obligaban a asistir todos los domingos a misa en esa misma iglesia.

Agradezco que me hayan obligado a asistir, ya que ahora por eso siento la necesidad de creer en algo.

No sé si sea bueno o malo para el resto, pero para mí es bueno y necesario.

Debo creer en algo, tengo la necesidad de creer en algo. Tengo la necesidad de aferrarme a algo que me dé la esperanza que no todo está perdido aún, que tengo una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. La oportunidad que él no tuvo.

De que aún tengo la oportunidad de salvarme.

Un golpe en mi hombro hace que vuelva a la realidad de forma abrupta.

He chocado con alguien, rápidamente volteo mi cabeza hacia atrás para poder disculparme con la persona con la que he tropezado y dando media vuelta quedo enfrente de esa persona, mejor dicho, de ese chico.

El que se encuentra a no más de unos pasos de mí es un joven. Unos centímetros más alto que yo, elevo un poco mi mentón para poder observarlo. Su cabello rubio brilla a la luz del sol.

Su tez blanca y unas bolsas levemente oscuras adornan la parte baja de sus ojos celeste cielo.

Al parecer pasé un buen tiempo apreciando al chico que tengo en frente, dándome cuenta de eso hasta que lo veo fruncir ligeramente el ceño quedando así una expresión de confusión en su rostro.

—Lo lamento. No era mi intención— confieso hacia el chico de cabello rubio tratando de no mostrar los nervios que me invaden al ser consiente que es la primera vez que hablo con alguien y más siendo un chico.

El capta mis disculpas y las acepta. Sigo mi camino o al menos lo intento, antes de que la voz de mi madre me paralice.

— ¿Qué fue eso? —reclama ella en un tono de confusión y advertencia bien plasmado en cada una de las palabras mencionadas.

No me gusta el camino de la conversación y decido evadirla y cortar de tajo todo lo que ella esté maquinando.

No necesito esto de nuevo.

—Solo tropecé con él, ahora démonos prisa—como lo dije, no dice absolutamente nada más luego de eso.

Aunque por el rabillo del ojo puedo observar que abre la boca para decir algo, pero rápidamente la cierra.

Reprimo el querer soltar todo el aire que he guardado al fondo de mis pulmones.

Luego de una buena cantidad de minutos caminando nos detenemos frente al gran edificio color azul marino en el cual trabaja Thomas y ya puedo sentir los vellos de mi cuerpo preparados para hacerme saber que va a pasar lo mismo que el resto de veces que he pisado el lugar.

Las miradas de las personas que transitan por la vereda se posan en mí y en mi acompañante, miradas cargadas de asombro, desagrado, hasta ira y sigo sin entender el por qué.

Visualizo todo a mi alrededor y escudriño a fondo cada uno de los rincones de las afueras del consultorio y lo asocio a lo ocurrido la primera vez que puse un pie en este mismo lugar. Hace casi seis meses acompañada de mamá.

La primera vez que pisé este lugar fue en compañía de mi madre, recuerdo las miradas de las personas que entraban, salían o pasaban por el lugar; me daban.

Recuerdo que mamá, al percatarse de la crisis de nervios en aquel momento, me agarró los hombres con la fuerza necesaria para que pusiera toda mi atención en ella. Me tomó de las manos obligándome a salir de esa burbuja de crisis en cual me había sometido y habló:

Eco, mi querida Eco. Observa esas personas que merodean por estas no muy concurridas calles. Observa cómo te ven, lo hacen porque te temen cielo, temen lo que puedas llegar a convertirte. Y no hablo de algo malo, hablo de algo malo según ellas.

La sociedad en la cual vivimos es de mente cerrada. Imponen que los defectos sean condenados. Que todo lo que tenga que ver con los defectos deben ser sometidos y destruir a las personas que los portan. No pienses como ellos. Piensa en que todos aportamos algo en el mundo y que depende de ti si quieres aportar algo bueno o algo malo.

Facultad psicológica "Un nuevo comienzo", se lee en la pared de la clínica.

Su moderna fachada no va a quitarme ese sentimiento nauseabundo de desesperación que se apodera de mí con tan solo poner un pie en la acera.

Y sin meditarlo mucho, entro con mi madre a mis espaldas y al finalizar la sesión deseé nunca haber puesto un pie en este lugar. Todo lo que había logrado construir se había desmoronado en un abrir y cerrar los ojos.

Una encrucijada se formó en mi mente, trazandoun nuevo plan para lo que se avecinaba

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