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Capítulo 3: Decisiones desesperadas

—¿Estás segura de esto?

—No, pero no tengo otra opción.

—Seguro que podemos encontrarla entre las dos.

—Quizás si tuviera más tiempo.

Estaba entre la espada y la pared. Si no hacía algo pronto, perdería su casa.

Esa tarde, después de que salió del edificio de Industrias Hoteleras Harris, había recibido una llamada del banco. Se habían puesto en contacto con ella después de que su padre no les respondiera el teléfono. Le habían dejado claro que, si no entregaba el dinero para el lunes, embargarían su casa. Skylar no podía permitirlo, era lo único que les quedaba.

Su padre y su hermana menor dependían de ella. Hailey apenas tenía doce años y ya había atravesado tantas cosas para su corta edad. No iba a permitir que ella pasara por más. Sin su madre allí, era su responsabilidad ayudar a cuidarla.

—¿Qué le dirás a tu padre cuando pregunte por el dinero?

—No lo he pensado aún, pero seguro se me ocurrirá algo. —Mentirle no era algo que le gustara hacer, pero no veía otra opción.

—Ni siquiera sabía que existía ese tipo de lugares.

—Yo tampoco. —Vender su virginidad al mejor postor parecía algo sacado de una película; sin embargo, era algo bastante real.  

—¿Estás segura de que puedes confiar en esa mujer?

No, ni un poco. Pero no dijo eso en voz alta, Lily ya parecía muy preocupada.

No conocía a Laurie en persona; de hecho, hasta ese día nunca había hablado con ella. Había conseguido su tarjeta gracias a Cady, una de sus colegas del trabajo. Unos días atrás ella había escuchado hablar con su padre en su descanso y luego le había ofrecido la tarjeta de su Laurie.

—Ella puede ayudarte a conseguir dinero rápido —le había dicho—. Dile que llamas de mi parte.

Skylar había mirado el papel con recelo. Dinero rápido solo podía significar algunas cosas en ese mundo. Sexo o drogas. Ni siquiera tenía idea de cómo ella se había dado cuenta de que nunca había estado con un hombre. Al final lo había aceptado y lo había guardado en su bolso, esperando no utilizarlo nunca.

Entonces el banco había llamado y la tarjeta se hizo más pesada, era como si hubiera cobrado vida y le hubiera recordado que estaba allí. No se había detenido a considerarlo una segunda vez, porque de haberlo hecho se habría arrepentido. Laurie le había explicado que era lo que tenía que hacer antes de decirle que la esperaba esa misma noche. Luego le dio la dirección de uno de los barrios más elegantes de la ciudad.

—No tengo otra opción —dijo regresando al presente.

—Tal vez debería ir contigo.

—Aunque lo aprecio, no quiero meterte en un lío.

Dejó el maquillaje a un lado y se giró para ver a su amiga.

—¿Cómo me veo?

—Sexy.

Sonrió.

—Gracias. —Una notificación sonó en su celular—. Es el taxi que pedí —dijo mirándolo. Luego guardó el aparato en su pequeña cartera junto al spray de pimienta.

—Suerte y por favor llámame en cuanto puedas. Estaré preocupada por ti.

—No tienes por qué, puedo cuidarme. Además, Laurie me aseguró que el lugar es seguro.

Lily se levantó de la cama y se acercó hasta ella, luego la abrazó.

—No me importa lo que te haya dicho, yo seguiré preocupándome. —Tenía suerte de tener una amiga como ella.

—Tengo que irme.

Lily la soltó y le dio una sonrisa.

Había llegado la hora, se despidió de su amiga y bajó a la primera planta. Su amiga vivía en un pequeño departamento a media hora de donde estaba su casa. Se había mudado allí cuando cumplió dieciocho y pudo alejarse de su madre. Lily tampoco había tenido una vida afortunada. 

El viaje en taxi se sintió como un paseo hacia su muerte. Más de una vez se recordó porque estaba haciendo eso.

No están difícil, pensó. Según Laurie, solo tendría que modelar cuando llegara su turno y luego esperar hasta que la subasta acabara. Pero no necesitaba decirlo en voz alta para saber que eso no era lo que la preocupaba.

Estaba aterrada de la idea de irse a la cama con un completo extraño. No es que se hubiera estado guardando para el chico perfecto. Si había permanecido virgen, era porque entre la enfermedad de su madre, el trabajo a medio tiempo y la universidad, apenas y tenía vida social.    

—Señorita, llegamos —anunció el chófer sacándola de su ensoñación. 

Observó a través de la ventana y vio que estaban frente a un edificio de dos pisos.  

—Muchas gracias —dijo pagándole al hombre antes de bajar del auto.

Se quedó parada observando el lugar aún mucho después de que el taxi desapareciera. Parecía como cualquier club de la ciudad. Tenía un letrero con luces en neón y la música llegaba desde el interior. Afuera había una fila de muchachos esperando para entrar. Dos hombres, que parecían más unos gorilas, resguardaban la puerta.

Caminó hasta la entrada y sacó la tarjeta de Laurie para mostrársela a uno de los guardias. El hombre miró el papel un segundo y luego su mirada la recorrió de pies a cabeza. Se aseguró de pararse con seguridad, pese a ser lo último que sentía. Cuando él le dio le dio una sonrisa lasciva lo miró con aburrimiento.

—¿Pase la evaluación? —preguntó altiva.

—Tienes carácter.

—No tengo tiempo para esto. Me llevarás con Laurie o debo encontrar el camino por mí misma.

—Sígueme, preciosa. —Ignoró como la llamó y caminó detrás de él.

Rodearon el edificio y entraron por una calle aledaña. Se detuvieron frente a una puerta y el guardia pasó una tarjeta para abrirla.

—Buena suerte, preciosa —dijo él sosteniendo la puerta para que entrara.

La puerta se cerró tan pronto ella entró.

—Idiota —dijo en voz baja.

Estando a solas sus hombros se hundieron y su confianza casi desapareció por completo.

Observó alrededor, estaba en lo que parecía una recepción de algún tipo. El lugar era elegante y para nada lo que había imaginado. Esperaba más un sótano secreto con olor a alcohol y cigarrillos.

Se dirigió hacia el pasadizo y caminó por él solo guiada por el ruido de personas hablando y riendo.

—Tu puedes hacerlo —murmuró tratando de darse valor mientras se recordaba que debía respirar.

Se detuvo en el umbral de las puertas de madera, una de las alas estaba abierta y le permitió ver hacia el interior. Si no hubiera estado en aquella situación, habría admirado el salón que tenía frente a ella. En su lugar solo pudo ser consciente de la cantidad de hombres que había, todos vestidos de traje y un gran porcentaje por encima de los cincuenta años. No es que sería más fácil estar con alguien más cercano a su edad.

Todavía no era tarde para echarse para atrás. Podía irse y fingir que eso nunca había pasado, pero no tendría el dinero y perdería la casa.

Estaba por entrar cuando vio a un hombre toquetear a una de las camareras con total descaro y en frente de otros sujetos.

No, no había manera de que pudiera hacerlo. Encontraría otra manera.

Se dio la vuelta antes de que alguien notara su presencia, dispuesta a salir de ese lugar.

—¡Maldición! —rechinó entre dientes cuando se estrelló con alguien.

—¿Estás bien?

—¿Por qué no te fijas por dónde vas? —reprochó.

—Eres tú la que debería tener más cuidado. —La voz del hombre demostraba molestia.

Esa voz se le hizo bastante conocida. Alzó la cabeza y se encontró con quién menos esperaba ver en un lugar como aquel. Jamás se le hubiera ocurrido pensar que alguien como aquel hombre necesitara pagar para obtener mujeres. Aunque que sabía ella sobre los ricos y lo que necesitaban.

—¿Qué haces aquí? —preguntó antes de poder detenerse a pensarlo. 

Dan no la había reconocido, al menos no al principio.

—No creo que eso sea de su incumbencia, señorita Rogers. A menos que esté interesada en decirme lo que hace usted aquí.

Skylar se preguntó si era en la escuela donde le habían enseñado a usar aquel tono arrogante o lo había aprendido por su cuenta.

—Buen punto. Fue un gusto volver a verlo —No estaba segura de cuan convincente sonó. Después de lo que había visto en su oficina no era precisamente alguien de su agrado; pero no podía tratarlo con descortesía cuando él la estaba ayudando—, pero me temo que me tengo que ir.

Sabía que tenía que preguntar si había hablado con su padre sobre lo que le dijo, pero decidió que era mejor esperar a que la llamaran para decírselo. No quería permanecer ni un segundo más allí.

Lo esquivó y se alejó sin esperar una respuesta de su parte.

Cuando llegó a la puerta se encontró frente a un nuevo problema. Al parecer la tarjeta que había usado el hombre de seguridad no era solo para entrar.

Soltó un suspiro y se recostó contra una de las paredes, esperando que el gorila volviera en algún momento y aprovechar para salir. No debía llevar ni diez minutos allí cuando escuchó otra vez la voz de Dan.

—Hablaremos cuando estemos en tu departamento. —No sabía con quién estaba hablando, pero parecía realmente molesto.

Miró en su dirección y lo vio acercarse junto con un joven, debía de tener la edad de Skylar a lo sumo.

—Señorita Rogers, otra vez usted —dijo él cuando notó su presencia. Casi creyó que parecía divertido al verla—. Asumo que no tiene la manera de salir de aquí.

—Y asumo que usted sí —dijo con una sonrisa para nada sincera.

—¿Quién es ella? —preguntó su acompañante—. No importa. Yo mismo me presentaré. —Él se acercó y le tendió una mano—. Soy James, primo de Dan.

Reconoció el parecido entre ambos hombres, aunque Dan era más atractivo. Sacudió la cabeza, no era el momento para pensar en cosas como esas.

—Skylar —dijo escueta tomando su mano por cortesía.

—Skylar, ¿no te gustaría ir a tomar algo conmigo?

—James —advirtió Dan, pero su primo lo pasó por alto.

—No estoy interesada.

—Vamos, te aseguró que te divertirás. —Él le guiñó un ojo.

Miró por encima de él, en dirección a Dan. Estaba cansada y solo quería irse a casa para pensar en un nuevo plan. No tenía tiempo para regodearse en su miseria.

—¿Puede abrir la puerta, por favor?

Él la miró en silencio por un segundo y luego se acercó a la puerta. Esta se abrió con un sonido.

—¿Desea que la lleve a algún lugar? —preguntó Dan en cuanto estuvieron afuera.

—No, muchas gracias, señor Harris. Buenas noches.

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