Ethan pisó el acelerador de la camioneta, con la mirada fija en el camino mientras el motor rugía bajo su control. La rabia hervía en sus venas, pero también una estrategia cuidadosamente planeada. No iba a huir. Él nunca huía. Detrás de él, Robin, en su forma grotesca y espeluznante, lo seguía, con pasos pesados. Aunque no era tan rápido como un alfa supremo, su tenacidad le permitía mantener el ritmo.Desde la camioneta, Ethan podía oír la risa distorsionada de Robin, como una mezcla de sonido humano y bestial que helaba la sangre.—¿Tienes miedo, bestia? —rugió Robin, con la voz desgarrada por su deformidad—. ¡Es divertido! ¡El gran alfa supremo huyendo como un cobarde!Ethan apretó los dientes, ignorando las provocaciones mientras salían de los límites de la ciudad. La carretera ahora era un tramo desolado, rodeado de árboles oscuros que apenas dejaban pasar la luz de la luna. Ahí, lejos de las miradas indiscretas, las cosas se resolverían como debían. Giró bruscamente el volant
En el castillo de la manada, la atmósfera pesaba en el momento que Cloe cruzó el umbral. Las miradas de los presentes se clavaron en ella como dagas. El desdén era claro, y aunque había esperado algo de hostilidad, no pudo evitar que la incomodidad la recorriera. Sin embargo, lo que realmente encendió su furia fue la presencia de Isabella, que parecía moverse con demasiada comodidad entre los suyos.«¿Qué hace aquí todavía?», pensó Cloe, quien, a pesar de la angustia por Ethan, sentía como los celos ardían en su pecho como un fuego incontrolable, mezclado con una punzada de inseguridad y rabia que no lograba reprimir.Sin esperar a que alguien la guiara, avanzó decidida hacia la alcoba que compartió con Ethan. Una vez allí, cerró la puerta tras de sí con fuerza y se quedó junto a la ventana, mirando hacia el horizonte.Las horas pasaron lentamente y la noche parecía interminable, y aunque el cansancio la invadía, no se permitió cerrar los ojos. Pues su mente no dejaba de imaginar las
Cloe levantó la cabeza, y sus ojos llenos de furia se encontraron con los de Isabella, quien estaba parada en la entrada con una expresión de superioridad.—¿Tu marido? —espetó Cloe, poniéndose de pie y enfrentándola directamente. No sabía si era loba o que, solo notaba su piel pálida, pero extrañamente no le temía.— ¿Qué demonios estás haciendo aquí?Isabella arqueó una ceja y esbozó una sonrisa desdeñosa.—Lo mismo que tú, supongo. Asegurarme de que mi hombre reciba el cuidado que merece. Aunque, siendo sincera, dudo que alguien como tú sea capaz de hacerlo.Kael y Noa intercambiaron miradas incómodas, pero no intervinieron. Cloe dio un paso hacia Isabella, ardiendo de celos y rabia.—Escucha bien. No tienes ningún derecho a estar aquí. Ethan es mi esposo, y si no quieres que te saque yo misma, te sugiero que te largues ahora mismo.Isabella no se inmutó, sino que su sonrisa se hizo más amplia.—Tu una humana débil y simplona me está amenazando a mí. ¡Diosa que chiste ni más pendej
El corazón de Cloe martilleaba mientras veía cómo las luces parpadeantes del calabozo proyectaban sombras inquietantes sobre las paredes de piedra. Ella estaba siendo escoltada bruscamente por dos lobos corpulentos. Y al llegar a la celda, vio con horror que su amiga Samira y su hermana Teresa ya estaban allí, reflejando desconcierto y miedo.—¡No! Esto es un error, ¡déjenlas ir! —gritó Cloe, forcejeando contra los guardias.Uno de ellos, con una mueca de burla, la empujó hacia el interior, cerrando la puerta metálica tras ella con un chirrido estridente.Teresa, que estaba encogida en una esquina, se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, mordiendo sus uñas con nerviosismo. Y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando vio a Cloe.—¡No entiendo! ¡No entiendo nada! ¿Por qué estoy aquí? ¡No hice nada malo! ¡Déjenme salir! —sollozaba desesperada.Cloe corrió hacia ellas y las abrazó, una a cada lado. Teresa temblaba violentamente, mientras Samira mantenía una expresión endurecida, aunque
La sonrisa de Isabella se desvaneció en cuanto Ethan, aún aparentemente inconsciente, comenzó a mover la cabeza hacia los lados, rechazando instintivamente el líquido que intentaba forzarlo a tragar. —¡Maldita sea! —gritó ella, retrocediendo unos pasos mientras lo observaba con rabia creciente—. Necesito recuperar mi posición como Luna, ¡y tú no me la estás poniendo fácil! Pensé que estando así podría tenerte, pero ni siquiera ahora me lo permites. ¡Y ahora rechazas mi sangre! Golpeó la mesita junto a la cama con furia, haciendo que el vaso de agua que había allí cayera al suelo y se rompiera en pedazos. —Por estar enojada contigo, ya me dio hambre —rezongó, levantándose de un salto de la cama y dirigiéndose a la puerta. Cuando iba a salir, una omega del servicio entró con una bandeja de comida para Ethan. Antes de que la joven pudiera reaccionar, Isabella tiró de su brazo, haciendo que la bandeja cayera al suelo con un estrépito. La omega apenas tuvo tiempo de emitir un jade
Aria se cubrió los labios con ambas manos, luchando por no soltar un grito. El horror de lo que acababa de escuchar la paralizó, y su corazón latía con tanta fuerza que temía ser descubierta. Caleb acababa de revelar no solo su ambición desmedida, sino también su disposición a sacrificar a su propio hijo en nombre del poder.Los alfas comenzaron a abandonar el salón. Con pasos pesados, como si cada uno cargara el peso de una decisión que ninguno estaba seguro de querer haber tomado. Algunos salían en silencio, con las cabezas bajas, mientras otros intercambiaban miradas tensas, conscientes de que acababan de sellar un destino oscuro. Caleb permaneció en su lugar, observándolos con una sonrisa satisfecha que parecía grabada en su rostro.Cuando la última figura desapareció por la puerta, Caleb tomó un vaso alto y vertió un licor oscuro y espeso que mantenía reservado para ocasiones especiales. Su mano no temblaba; no había duda en su mente, solo determinación. Llevó el vaso a sus la
El gran salón del castillo resonaba con las risas y voces de los invitados al banquete. Caleb, instalado cómodamente en el trono que antes pertenecía a Ethan, alzó su copa de licor con una sonrisa de triunfo. Los lobos presentes lo aclamaban con júbilo, aunque muchos de ellos ocultaban sus dudas tras expresiones forzadas. La noticia de su autoproclamado ascenso a Alfa Supremo había llegado a todas las manadas, pero el desconcierto sobre cómo planeaba consolidar su poder era un secreto que inquietaba a más de uno.En medio del bullicio, la puerta del salón se abrió de golpe, y Xiomara apareció, cubierta de polvo y sudor tras haber corrido desde los campos agrícolas. Los lobos se apartaron para dejarla pasar, susurrando entre ellos mientras ella se acercaba a Caleb, quien la observaba con desprecio y aburrimiento.—¿Qué quieres, Xiomara? —preguntó Caleb, sin molestarse en disimular su desdén.Sin decir una palabra, Xiomara intentó sentarse en su regazo, buscando un último resquicio de
—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó enel bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Perosólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto ycruel silencio.Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedócompletamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí,o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia eslo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estabaallí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en unbrutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero élno se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de sumente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como unatormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabellap