24. Rugido del alfa. 

Continuación:

—¿Y a tu madre qué le harás? —susurró Elyria, inclinándose sobre el escritorio con una sonrisa que no alcanzaba a tocar sus ojos.

Gregor la observó con el entrecejo fruncido.

—¿A mi madre…?— preguntó, sin comprender a qué se refería Elyria.

—Sí. A ella —Elyria ladeó la cabeza—. Porque hace poco hizo que unos lobos me golpearan. ¿No deberías castigarla?

Gregor apoyó ambas manos en el escritorio, con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos por furia.

—Pero yo no te veo golpeada.

Elyria dejó escapar una risa seca, casi burlona.

—Obviamente no. Después de que me torturaron, Mairen usó su poder de sanación —explicó ella, cruzándose de brazos—. Pero eso no borra lo que pasó.

Gregor agudizó su olfato, buscando cualquier rastro que confirmara su declaración. Y ahí estaba… la esencia de Mairen impregnada en su piel.

Un fuego denso y sofocante que no podía controlar, ardió en su pecho.

Se irguió lentamente, mientras su mirada se tornaba oscura, y letal.

—¿Te golpearo
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