Capítulo 4
Gabriel ni aceptó mi educada propuesta de divorcio ni la rechazó.

Se negaba a comunicarse conmigo y estábamos en una “guerra fría”.

Probablemente por haberse mojado con la lluvia ese día, y además de tener una edad ya, al día siguiente tuvo algo de fiebre.

Ya no actuaba como antes, eso de precuparme por él como si fuera un niño ya era cosa del pasado.

Cocinaba solo mi ración, iba al parque a pasear un poco después de cenar y de vez en cuando salía de compras con mis amigas.

También me puse a mirar pisos, pensando en mudarme en unos días.

Dejé de preocuparse por las tareas de casa y era un respiro para mí.

Pronto le llegó a mi hijo la noticia de mi intención de divorcio.

Él aún estaba en el extranjero y al principio no se lo tomó en serio, solo supuso que se me pasaría la idea en unos días, pero se dio cuenta de que no era así cuando la fiebre de Gabriel empeoró y los vecinos tuvieron que llamar a una ambulancia porque yo en ese momento estaba en mi paseo.

Mi hijo volvió corriendo del extranjero con su mujer y su hija.

Mi nuera se quedó en el hospital para cuidar de Gabriel, y mi hijo, a toda prisa, regresó a casa para preguntar lo que estaba pasando conmigo.

—¡Mamá! ¿Cuánto tiempo vas a seguir así? ¡Papá está en el hospital por tu culpa!

Estaba lleno de ira, como si yo hubiera hecho algo terriblemente malo.

—Tú y papá ya no están en la edad de bromear con el divorcio, la gente se va a reír de esto si se enterea. Tengan más tolerencia el uno con el otro y ya está, no se me pongan cabezotas.

En la llamada de antes, no le pregunté por qué ayudó a su padre a mentir por no molestarlo en su trabajo, ahora era la ocasión perfecta para hacerlo.

Le pregunté: —¿Sabes lo de tu padre y Carmen?

Mi hijo se quedó helado y luego pareció comprender por qué actuaba de esa manera, pero no parecía sentir ni pizca de culpabilidad por haberme mentido.

—¿Quieres divorciarte por esto? Pero si es solo una sesión de fotos. Mamá, papá es un hombre con bastante éxito, aunque sea mayor es normal que tenga a gente detrás de él, si no vas al hospital a cuidarlo ahora mismo, voy a llamar a Carmen para que vaya ella.

Le escuché decir barbaridades mientras doblaba mi nuevo conjunto de chandal para pasear.

Varias personas me habían propuesto pasear juntos, pero la hora coincidía con el desayuno de Gabriel y los rechacé.

Estos días, sin considerar nada más que a mí misma, fui a pasear todos los días y sentía que mi condición física se estaba mejorando.

Al ver a mi hijo tratarme como a una culpable, de repente una furia ardió en mi pecho y mis manos cobraron vida.

Se merecía una torta.

Con el sonido de un “paf”, le di una bofetada en la cara.

Desde que era niño, casi nunca le había pegado.

Se tapó la cara y me miró con los ojos muy abiertos, gritando incrédulo: —Mamá, ¿me pegaste? ¿Estás loca?

Respiré hondo, calmándome.

—Solo estoy educando a mi hijo. Veo que has tirado los años de educación por el váter, ya eres mayorcito, ¿acaso no posees el mínimo juicio? Tu padre y yo estamos casados legalmente, ¿qué pasa, no tengo derecho a reaccionar ante una infidelidad?

Evidentemente, mi hijo también estaba cabreado y tenía los ojos enrojecidos.

—No eres más que una grosera inculta, no me extraña que a mi padre le guste Carmen, ¡hace mejor pareja con alguien como Carmen!

Mientras hablaba, dio un fuerte portazo y se marchó.

Miré su figura yéndose, recordé cuando solo era un niño pequeño, y allí en esa misma puerta, llorando a cántaros no se quería separar de mí e ir al colegio.

Aquella pequeña figura se alejaba cada vez más, creciendo cada vez más, ahora ya estaba a la altura de enfrentar el mundo solo, pero al mismo tiempo se convirtió en una daga afilada que podía atraversarme.

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