Capítulo 3
Gabriel llamó a un taxi y llevó con cuidado a Carmen hasta el coche.

Yo nunca había experimentado esa atención suya.

...

No me quedé tontamente en la tienda esperando a que Gabriel volviera a por mí.

Podía regresar en un taxi sola, no dependía de él.

Mi coche llegó a la puerta, y le pedí al conductor que saliera con el paraguas a recogerme, para no empaparme.

Cuando te hacías mayor, te podías enfermar con cualquier cosa.

Por eso había que cuidarse más.

Gabriel volvió a casa más de dos horas después.

Nada más entrar me gritó con cara de mala leche: —Mónica, ¿no te dije que esperaras en la tienda? ¡Me empapé entero por volver a recogerte!

—¿Qué camino tan largo te hizo tardar más de dos horas? —pregunté retóricamente, dejando en la mesa el té que acababa de servirme.

No supo qué responder, y no insistió en el tema.

—Lleva la ropa a lavar y tráeme una limpia.

Fue entonces cuando vi que estaba medio mojado y que tenía el pelo mojado y pegado a un lado de la cara.

Gabriel arrojó a mis pies la ropa que acababa de quitarse.

En el pasado, ante semejante tono de voz obedecía como si fuera su sirvienta, considerando que él había tenido un día duro en el trabajo, y era mi deber como su esposa mantener la casa en orden.

Con el tiempo, me aconstumbré a servirlo.

Pero ahora, de repente, estaba un poco harta de esta relación desigualada.

Hice caso omiso de la ropa sucia a mis pies y saqué el álbum para preguntar:

—¿Alguna explicación que quieras dar?

Probablemente no esperaba mi insistencia con el tema, ya que normalmente era muy buena, con las cejas fuertemente arrugadas, sacó la actitud impaciente de un profesor tratando a los estudiantes que no se comportaban.

—En ese entonces, Carmen y yo nos separamos porque no nos quedaba más opción, luego se puso en contacto conmigo de nuevo, pero ya entonces teníamos a Juan, y como nuestra familia no podía estar sin ti, no opté por el divorcio. Pero ya pasaron tantos años, lo único que quiero ahora es cumplir ese sueño que no pude hacerlo de joven, ¿por qué te empeñas tanto en una explicación?

Escuché su “defensa” irrazonable.

Por primera vez en décadas, me enfrenté de forma tan visceral a este matrimonio no recíproco.

Gabriel no elegió el divorcio simplemente porque esta familia dependía mucho de mí.

Sí, todas las comidas, la ropa que se ponía cada día, la limpieza de la casa, llevar y recoger a los niños en el colegio...

Todo tipo de tareas, con importancia o no, me hizo envejecer durante los años.

Suspiré, cansada de repente y sin fuerzas para discutir con él.

—Ve a por la ropa tú mismo, estoy un poco cansada, me iré a la cama primero.

...

Mi actitud molestó aún más al empapado Gabriel.

Susurró un “Si es que no se puede hablar con ella”, recogió su ropa del suelo y se dirigió al baño.

Pero la nueva lavadora que nunca había utilizado era toda una nueva tecnología para él, estuvo intentando hacerla funcionar durante un buen rato, pero nada, solo se llevó un resfriado. Al final, se me acercó desganado para pedir ayuda.

Tumbada en la cama, no le hice caso.

Al cabo de un rato, el sonido de una lavadora en funcionamiento llegó desde el cuarto de baño.

Gabriel salió furioso y empezó a rebuscar de nuevo en el armario.

—¿Dónde está mi jersey azul claro, dónde me lo has puesto?

Me giré, e hice la vista gorda.

El ambiente de la habitación se tensó por un momento, como la tranquilidad de un volcán antes de recibir su erupción.

Finalmente, Gabriel no pudo contenerse.

Agarró albitrariamente algunas prendas y las arrojó sobre la cama, con la voz ronca y mezclado con disgusto:

—Te lo he explicado todo, ¿por qué sigues molesta? ¿Ya no quieres seguir esta convivencia?

Una camisa con botones me golpeó en la herida de la frente.

Siseé de dolor.

Gabriel se sorprendió y se acercó a toda prisa, diciendo:

—¿Cuándo te lastimaste? No lo sabía...

Desde el momento en que nos encontramos, su atención estaba totalmente puesta en su apreciado álbum, claro que desconocía de mi herida.

Lo miré cuidadosamente de arriba abajo.

De joven, fue atraída por su rostro bello, y cometí la insensatez de casarme.

Pero el matrimonio era algo que solo los participantes sabrían lo que realmente era.

Mi corazón estaba siendo derribado por la tristeza, pero mi tono era tranquilo:

—Sí, ya no quiero seguir, porque es imposible seguir.

Las palabras cayeron, y sentí que todos los sentimientos y apegos hacia Gabriel se desvanecieron ligeramente en ese momento.

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