Reinando el Infierno
Reinando el Infierno
Por: CatalinaMC
Prólogo

Esta historia está registrada bajo derechos de autor con el número 2202060425061

Era un día lluvioso cuando mamá llegó a casa después de tres días sin aparecer. Había sentido frío y hambre cada noche. Ya no sentía miedo porque no era primera vez que esto sucedía, pero otras veces mamá dejaba comida, y supuse que ahora se le había olvidado. En el refrigerador solo encontré una caja de leche, que luego me di cuenta de que estaba vencida, porque los vómitos no tardaron en venir. Odiaba vomitar, y es que solo era una niña, apenas había cumplido los seis años. Deseaba que mamá hubiese estado acariciándome la espalda y diciéndome que todo estaría bien, pero no, estaba sola, en la oscuridad.

Había empezado la escuela, y me gustaba mucho ir, pero en estos días no había asistido, ya que mamá me dejó todas las puertas cerradas. Seguro sabía que se iba a demorar y quiso protegerme de que fueran a entrar desconocidos. En el fondo ella me quería.

Hacía tanto frío que estaba cubierta hasta el cuello con las mantas de mi cama mientras abrazaba mi muñeca, una que me trajo mamá una vez que estuvo varios días sin venir. Dijo que era para que no estuviera sola, que la muñeca me protegería, y tenía razón, como siempre. Cuando la abrazaba, me sentía más fuerte.

El sonido de la puerta me saca de mis pensamientos.

«Por Dios, ¡esa debe ser mamá!».

Corrí hacia la puerta, y claro que mamá estaba ahí, pero ella se veía muy mal. Al parecer, tuvo un accidente.

—Mamá, ¿estás bien? —le pregunté sin acercarme a ella. Tenía miedo y había dejado a mi muñeca en la cama.

—¿Qué quieres? —me cuestionó sin mirarme.

—Tengo hambre —contesté con lentitud.

Ella se veía muy mal y también muy molesta tenía miedo de que fuera a hacerme daño.

—¿Y por qué no comes? ¿Acaso eres estúpida? —me gritó muy enojada.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Odiaba que me gritara. No me había portado mal. De hecho, no había tocado nada de la casa, todo estaba como cuando se fue.

—No había comida —dije en un susurro.

Ella no dijo nada por unos segundos, supuse que se enojó más.

No había dinero tampoco para ir a comprar y aunque hubiera dejado, todas las puertas estaban cerradas.

—Ahí tienes. —Sacó unos billetes del bolsillo y los dejó en la mesa—. Ve y compra algo.

Se fue con rapidez al baño, pero cojeó un poco. Quise preguntarle qué le pasó, pero quizá se enojaría conmigo, y solo quería estar con ella. Ahora que ya estaba aquí me di cuenta de lo mucho que la extrañé.

Agarré el dinero y salí a comprar algo, porque mi estómago no dejaba de sonar. Se me apetecían unas papas fritas y unas cuantas golosinas, pero la verdad no sabía cuánto de eso me alcanzaría. Además, mamá no me dijo si la comida era para mí o para ambas.

Cuando llegué al negocio más cercano, pedí las papas fritas. No me alcanzaba para nada más, según me dijo la señora que me atendió, así que me senté en la mesa a esperar. De verdad que estaba ansiosa. Se me hacía agua la boca de solo pensar en el sabor.

—Aria, nena —me llamó la señora encargada. Sabía su nombre, pero ahora no podía recordarlo—, ¿estás bien?

—Tengo mucha hambre. ¿A qué hora estarán las papitas? —Sentía que se estaban demorando mucho.

—¿Hace cuánto que no comes, amor?

Su voz sonó tan delicada y amable que me reconfortó.

—Hace tres días, creo. Es que mamá salió y se le olvidó dejarme comida, y no podía salir porque las puertas estaban cerradas. Además, no tenía dinero. —Me encogí de hombros y me llevé una mano al estómago.

—¿Hace tres días? —Tenía los ojos abiertos, muy abiertos. Parecía sorprendida.

—Sí.

—¡Dios mío! —la escuché decir, pero no le respondí porque supuse que no me hablaba a mí.

Se dirigió a la cocina, quizás a buscar mis papitas. Esperé.

Igual no tenía otra opción.

Cuando llegué a casa después de comer mis papitas y con una bolsa extra que la señora muy amablemente me regaló, me percaté de que mamá no estaba, y eso me deprimió mucho. Quería que comiéramos las papitas juntas y que me contara lo que había hecho esos tres días.

De pronto, oí un grito, el cual me asustó. Me escondí detrás del sillón.

«Puede ser un ladrón».

Comencé a extrañar a mi muñeca.

—¡Oh, Dios, más fuerte!

Reconocí la voz. ¡Era mamá! Ella no me abandonó, estaba aquí.

—¿Te gusta, perra? —inquirió la voz de un hombre. Era una voz ronca que me dio escalofríos. No entendía nada—. Siempre has sido una p**a. ¿Te gusta así?

Tímida, me acerqué a la puerta de su habitación, que estaba cerrada, y golpeé.

—¿Mamá?

—¡Vete a tu pieza, Aria! —chilló—. Y no salgas hasta que te lo diga.

Asentí y caminé con la bolsa de mis papitas.

Mi muñeca estaba justo donde la dejé, y eso me reconfortó mucho.

Me senté en la cama para comer mis papitas.

°✾°

El hombre que mamá trajo a casa parecía que no me quería, porque me miraba feo, y cuando pasaba a mi lado, a veces me empujaba y se reía, pero yo no encontraba que fuera gracioso. Me daba miedo. Mamá no le decía nada, incluso a veces también se reía.

David, así era como se llamaba el novio de mamá, me golpeó muy fuerte porque le pregunté qué me iba a regalar para mi cumpleaños número ocho. Era la primera vez que lo hacía, ya que normalmente se mantenía alejado de mí o me daba empujones. Ahora mi mejilla dolía y mi espalda también. Me quería proteger, pero él me persiguió con su cinturón. Mientras corría, sentí el fuerte dolor en mi espalda. Nunca antes había sentido tanto dolor. Mamá nunca me golpeó. Ella lo vio y no hizo nada. Corrí llorando a mi habitación y me abracé a mi muñeca. David entró de golpe y me la quitó.

—Aprende a ser una mujer, ya no estás para estar jugando con muñecas —bramó.

Creí que me volvería a golpear, pero no lo hizo.

Esa noche me dormí entre sollozos. No tenía a mi muñeca, la única que me hacía sentir segura.

Fue una noche larga y fría.

°✾°

—¡Por favor, no! —le rogué entre lágrimas.

—¡Pon tus manos en la mesa! —me gritó enojado. Lo hice. Tenía mucho miedo—. Esto te va a enseñar, m*****a niña ladrona, a no sacar nunca más mi dinero.

Dicho esto, dejó caer el cinturón al menos cinco veces con todas sus fuerzas contra mis manos.

Lloré, grite y le rogué que parara, que no lo volviera a hacer, pero él nunca se detuvo. Sentía un odio imparable. Él parecía disfrutar cuando me maltrataba. Miré a mamá, que miraba la televisión para no verme.

—¡Mamá, por favor, ayúdame!

Pero ella no se movió, no volteo a verme y no dijo nada. Me dejó a merced de un hombre que me odiaba.

°✾°

Fueron años de maltrato. Sin embargo, cuando cumplí 14 años y empecé a desarrollarme, cuando me crecieron los pechos y me llegó la menstruación, se avecinó lo peor.

Un día, después de llegar del colegio, encontré a David en casa. Bebía en el sillón como cada día. Entretanto, mi mamá trabajaba hasta la noche. Quise entrar con celeridad y tratar de pasar desapercibida, pero él me vio. Me miró de arriba abajo.

—Vaya que has crecido, mocosa. —Se pasó la lengua por los labios.

Sentí asco y quise cubrirme.

Caminé con rapidez hacia mi habitación, pero tarde me di cuenta de que él venía detrás de mí y no alcancé a cerrar la puerta con el cerrojo. Me empujó a la cama. Pensé que me iba a golpear, ya que últimamente lo hacía por gusto, pero esta vez comenzó a tocarme los pechos. Los ojos se me llenaron de lágrimas.

«Por Dios, esto no puede estar pasando»

Su otra mano me recorría las piernas con brusquedad, tanto así que me quemaba. Lloré y grité con todas mis fuerzas, pero, como siempre, nadie vino a mi rescate. Estaba sola.

Me resistí todo lo que pude, incluso le propiné una patada. Él, muy enojado, me pegó un puñetazo en la cara tan fuerte que por un momento me dejó aturdida. Me congelé y miré el techo. Las lágrimas corrían por mi cara mientras él hacía lo que quería con mi cuerpo. Maldije a ese idiota. Me maldije por ser tan débil y dejar que esto pasara. Sobre todo, maldije a mi mamá, si es que se podía llamar así. Todo mi sufrimiento comenzó por su culpa, y ahora me lo habían arrebatado todo, lo poco y nada que tenía.

Ahora no tenía nada.

Ni siquiera mi alma.

Mi espíritu.

Mis ganas de vivir.

Todo eso desapareció ese día.

El odio por ese hombre ocupó todos mis pensamientos. Pagaría por todo esto, ¡por Dios que lo haría!

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