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Capítulo 3 Reminiscencia (parte 1)

Quince años atrás

Me tapo los oídos al escuchar los insultos que, papá, le grita a mi madre. Cada vez son más recurrentes las palizas, las humillaciones, los maltratos y sus borracheras. Ya no lo soporto. Quiero largarme de esta casa para nunca más volver a saber nada de él, pero mi madre insiste en seguir aguantando esta situación, alegando que lo ama y que mi padre, por desgracia, solo está atravesando un momento muy complicado de su vida debido a que no tiene trabajo. ¿Por qué lo sigue justificando? ¿Cuándo va a reconocer que nuestra situación económica se complica gracias a su vicio?

Estoy temblando y mi corazón martilleando debajo de mi pecho. Sé muy bien que mi padre es otro hombre cuando se emborracha y ahora mismo lo está. Abro la puerta de mi guardarropa y me escondo en el interior para que no pueda encontrarme. No demora el momento en que se ponga violento y las botellas comiencen a volar por los aires y a estrellarse contra las paredes de la cocina.

—¡Eres una maldita estúpida!

El primer grito me hace tragar grueso. Mi pecho comienza a subir y a bajar de manera desenfrenada. De un momento a otro, el caos se desatará y no habrá poder en esta tierra que pueda detenerlo.

 —Lo siento, cariño ―responde, nerviosa―. Olvidé comprar más cervezas, pero te prometo que mañana temprano iré a la licorería por ellas.

―Ah, ¿sí? ¿Y qué se supone que voy a beber esta noche?

Casi de inmediato se escucha el sonido de un plato al estrellarse contra el suelo.

―Toda… Todavía es temprano, Camilo. Puedo ir a la tienda ahora mismo.

Detesto cuando mi madre intenta calmarlo, aun sabiendo cómo terminarán las cosas entre ellos. La historia se repite una y otra vez. Se ha transformado en un círculo vicioso del que ninguno de nosotros podrá escapar, a menos que, nos larguemos de este lugar.

—Ves qué fácil es ser una buena esposa ―ríe, satisfecho―. ¿Tienes dinero para comprarlas? 

Me reiría a carcajadas de su chiste si no fuera por lo delicada de la situación. ¿Dinero? Me gustaría poder enfrentarlo y gritarle a la cara que no tenemos dinero porque es un flojo y un ocioso irresponsable que, debido a su repugnante vicio, ha perdido cada trabajo en el que lo han contratado porque no se presenta, llega borracho o termina entrándose a golpes con su jefe.

 —No, cariño, pe… pero puedo hacer planchado ajeno, o tal vez ofrecer mis servicios para limpiar alguna casa.

Aprieto los ojos cuando suena el primer impacto.

—¡Jodida idiota!... ¿Piensas que planchando o limpiando casas vas a resolver los problemas económicos de esta familia?

Espeta con enfado. Mi corazón está a punto de salirse de mi pecho, late desbocado y acelerado. Sé que en cualquier momento en el infierno abrirá sus puertas y dejará escapar al demonio.

—Lo puedo intentar, Camilo. Si me dejas salir a trab…

Suena el segundo golpe. Mi madre grita y suelta un quejido doloroso que cala hasta lo más profundo de mi alma. Aprieto las palmas de mis manos sobre mis oídos para silenciar los gritos. Pero nada de lo que haga podrá evitar que los siga escuchando.

—¡Maldita zorra! ¿Piensas que no sé cuáles son tus intenciones?

―Por… Por favor, no me hagas daño.

Comienzo a temblar de pies a cabeza. Acaba de comenzar

―¡Cállate! ―pego un respingo―. Sé que añoras con volver a abrirte de piernas para esos ricos, para los que antes trabajabas ―los latidos de mi corazón se detienen―. ¿Se te olvida lo que hice por ti? ―abro los ojos y pongo atención a sus palabras―. ¿Qué otro hombre te hubiera aceptado con un bastardo en tu vientre?

¿Qué quiere decir papá con eso? Casi de inmediato se escuchan más piezas de vidrio estrellarse contra el piso.

―No, Víctor, ¡yo no! ―grita mamá, aterrorizada―. Siempre fui sincera contigo. ¡Eras consciente de mi situación!

¿Situación? Estoy tan asustada que no puedo organizar mis pensamientos.

―¡Sobre mi cadáver! Tu coño me pertenece, soy su dueño hasta que reciba de vuelta cada puñetero centavo que he invertido en ti y en la buena para nada de tu hija ―las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas―. No trabajarás en la casa de ninguno de esos malditos hijos de puta, ya tengo planes para ustedes dos ―se carcajea y, la manera en que lo hace, provoca que los vellos de mi piel se ericen y mi estómago se revuelva―. De ahora en adelante trabajarán para mí. ¿Me oíste bien, zorra?

¿Trabajar para él? ¿Pero qué absurda idea se le ha ocurrido ahora? Lo cierto es que no me gusta para nada lo que acaba de decir. Mamá sigue sollozando sin emitir ninguna respuesta a la pregunta que acaba de hacerle mi padre. Quisiera salir de mi escondite y ayudarla, evitar que ese engendro del demonio siga haciéndole daño, pero por más que lo intento, las piernas no quieren responderme.

—¡¿Dónde se ha metido la zorra de tu hija?¡ ―grita a todo pulmón―. Tan igual de puta que la madre ―vocifera con rabia―. No sé en qué demonios estaba pensando cuando decidí enredarme con una mujer como tú ―menciona con desprecio, pero, en lo que a mí respecta, sus palabras hace mucho tiempo que dejaron de hacerme daño. Sin embargo, sé que a mi madre la destruyen. A pesar del daño que él le ha hecho, lo sigue amando con toda su alma―. Ha heredado tus genes inservibles. No cabe duda de que, el hombre que te preñó, malgastó sus espermatozoides en esa basura de la que no he podido sacar ningún provecho. Pero, te prometo, que a partir de ahora me encargaré de que las cosas sean diferentes.

¿Qué está diciendo? ¿Acaba de indicar que no soy su hija?

—¡Victoria! ¡Sal de donde quieras que te encuentres!

Mi corazón comienza a saltarse los latidos en el momento en que lo oigo mencionar mi nombre con rencor y alevosía. La única manera en que suele hacerlo desde que tengo uso de razón; sin embargo, en esta oportunidad, la ira se acentúa con mayor vehemencia. Pocos segundos después, escucho los escalones sucumbir bajo su peso. El temblor en mi cuerpo se recrudece y las palpitaciones de mi corazón son tan intensas que tengo el temor de que pueda escucharlas. Sus pasos se reproducen sobre la madera del corredor, una vez que deja atrás el último escalón y comienza a buscarme por todos los rincones. Su cercanía me aterroriza, pero, sobre todo, lo que sucederá si logra dar con mi escondite. Llevo las manos hasta mi boca para silenciar mis sollozos. Si llega a encontrarme, desatará toda su furia contra mí y no habrá nadie ni nada que pueda detenerlo.

―Puedo percibir tu aroma, putita ―pronuncia en tono que me hiela la sangre―. Te encontraré en cualquier lugar en el que te ocultes.

Cuando la puerta de mi habitación se abre, comienzo a hiperventilar, producto del pánico que siento. El sonido bullicioso que proviene de mi pecho por el esfuerzo que hago para poder respirar lo conduce directo hasta mi guardarropa.

—¿Con qué aquí es donde te escondes, pequeña zorrita?

Suelto un grito en cuanto la puerta se abre. Sus palabras resuenan en mis tímpanos como el alarido de una bestia furiosa. Me sujeta por el cabello y me saca a rastras del armario. Trato de soltarme, pero mis pequeñas manos apenas pueden hacer algo, enfrente de su enorme poder.

—Pa… Papá, por favor… ¡Suéltame!

Grito, aterrada, pero ignora mis súplicas. Arrastra mi cuerpo sobre el piso de madera vieja, sin apiadarse de mis quejidos, producto de lo doloroso que resulta que, las astillas que sobresalen de los maderos rotos, se incrustan en diferentes zonas de mi cuerpo. Mis uñas se parten, cuando, en repetidas ocasiones, lo araño para que me suelte. No obstante, solo consigo enfurecerlo más.

—¡Maldita malagradecida! ¿Te atreves a morder la mano de quien te da de comer?

Con un fuerte impulso me eleva por los aires y avienta mi frágil humanidad contra las duras paredes de madera. El sonido hueco de un hueso al partirse y el grito de dolor que escapa de mi boca, antes de que caiga tendida sobre el piso y a punto de la inconsciencia, predice lo destructiva que será la tormenta que acaba de desatarse.

—¡Vicky, Vicky! ¡Despierta, por favor!

Abro los ojos. Apenas puedo recordar lo que sucedió. Me debato entre la consciencia y la inconsciencia. Al tratar de moverme, un dolor insoportable me estremece de pies a cabeza.

―¿Mamá? ―aúllo de dolor―. Creo que tengo el brazo roto.

De repente, el recuerdo de todo lo que sucedió se desata como una avalancha dentro de mi mente. El hombre al que, por mucho tiempo, creí que era mi padre, me hizo esto.

―Te tropezaste y caíste por la escalera, cariño ―me le quedo mirando, estupefacta. ¿Por qué lo protege después de lo que me hizo?―. Ven, hija. Déjame colocarte un poco de pomada para que el dolor se calme.

¿Para que el dolor se calme? No le digo nada al respecto, porque, ahora mismo, lo que importa es que salgamos de aquí.

—Mamá, tenemos que irnos. Esta es nuestra oportunidad de escapar.

Me mira como si acabara de decir una herejía.

―¿Irnos? ―niega con la cabeza―. ¿A dónde? ― Me ayuda a levantar del piso, pero el dolor es tan fuerte, que me siento mareada―. No aguantaríamos ni un día fuera de esta casa.

Pasa uno de sus brazos por encima de mi hombro y, con el otro, me rodea por la cintura para sostenerme.

―Tenemos que ir a un hospital, mamá. No me siento bien ―elevo mi brazo sano y palpo la enorme protuberancia que tengo en la cabeza―. Necesito que un médico me revise.

Mi visión se torna borrosa.

—No podemos irnos, hija ―me lleva de regreso a mi habitación―. Tu padre se enojaría mucho si salimos de aquí. No quiero hacerlo enfurecer ―me acuesta en la cama, apenas puedo mantenerme de pie―. Debemos obedecerlo, por la tranquilidad de esta familia. Además, él nos necesita.

¿Qué está diciendo? No puedo creer que, aún después de lo que ese hombre me hizo, lo ignore y prefiera quedarse aquí, a riesgo de nuestras propias vidas.

―¡Ese hombre no es mi padre!

De repente, siento que mis fuerzas se desvanecen. Segundos, después, caigo en los brazos de la inconsciencia.

Janeth Aguilar (janetha2004)

Comenzamos a indagar en el pasado de Victoria!!

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