Un terrible dolor punza dentro de mi cabeza, haciendo palpitar mi cerebro como bomba de tiempo. Apenas soy consciente de mí misma. Siento el corazón acelerado y unas terribles náuseas que me tienen a punto de expulsar todo lo que tengo dentro de mi estómago. Intento recordar, pero mi mente está completamente en blanco.
―¿Crees que estará bien?
Aquellas palabras provocan un escalofrío a lo largo de mi columna vertebral. ¿Quién es ese hombre? Busco la fuente de la voz, pero descubro que no puedo moverme ni abrir los ojos. El miedo y el horror se roban mi aliento y cada latido que nace de mi corazón, al darme cuenta de que no puedo realizar ningún movimiento. ¿Qué está sucediendo? Intento moverme, pero no lo consigo. Es como si estuviera atrapada dentro de mi propio organismo.
―Espero que sí ―se escucha otra voz a la que tampoco reconozco―. Pero me temo que el jefe nos hará pagar por este error.
¿El jefe? ¿De quién están hablando?
―¡Todo por culpa de esa perra! ―protesta, con enojo, el primer hombre al que escuché hablar―. Se suponía que no iba a dar problemas, que estaba de acuerdo con todo.
Espeta otro hombre, profundamente molesto.
―Era de esperarse ―responde su compañero con hastío―. Esa mujer es una…
No llega a terminar la frase, porque en ese momento alguien lo interrumpe.
―Aterrizaremos en media hora ―la voz de este nuevo sujeto me parece conocida, pero no llego a ubicar de dónde―. Vamos a llegar con más de doce horas de retraso ―bufa con preocupación―. El jefe no estará muy contento con eso.
¿Aterrizaremos? ¿De qué está hablando? ¡Bendito sea Dios! ¿Por qué sigo sin poder moverme? Unas inmensas ganas de llorar me invaden repentinamente.
―¿Y cómo íbamos a lograrlo si esta estúpida no quiso colaborar?
Siento que un par de lágrimas se escurren por las esquinas de mis ojos.
―Lo sé, pero sabemos que somos nosotros los que vamos a pagar las consecuencias ―vuelve a explicar con preocupación―. Al jefe no le va a gustar que hayamos usado medidas extremas para llevarla de vuelta ―admite con pesar―. Fue muy tajante al decirnos que no la tocáramos ni con el pétalo de una rosa.
De un momento a otro, todo se queda en silencio por largo rato. Mientras tanto, lucho por salir de este extraño estado de aletargamiento e indefensión en el que me encuentro. Lucho con todas mis fuerzas, pero nada sucede. Todo sigue igual hasta que uno de ellos vuelve a hablar.
―Ha pasado demasiado tiempo, Rory, eso me tiene inquieto ―mi cuerpo se tensa en cuanto siento una mano sobre mí―. ¿Y si no vuelve a racionar? ―acerca su mano a mi nariz―. Apenas respira.
Escucho un fuerte golpe, como un manotazo, justo cuando dejan de tocarme.
―No la toques, idiota ―se escucha un golpe seco y un gemido de dolor―. El jefe puede matarte solo por eso.
Alguien bufa con enojo. Creo que es el tipo al que golpearon.
―Él ni siquiera está aquí ―lo escucho reír divertido―. No se va a enterar de nada.
¿Quiénes son estos sujetos? ¿En dónde estoy?
―Tiene ojos en todas partes, Félix. Así que quédate quieto y no me provoques. No te lo voy a volver a repetir.
Uno de ellos se aleja, oportunidad que aprovecha el pervertido para manosear uno de mis pechos.
―Ni que fueras jabón que se desgaste ―gimo de dolor cuando lo aprieta de forma brusca con sus dedos―. No se va a dañar la mercancía si juego un ratico con ella. ¿Verdad, cariño? ― con su toque, siento repulsión y ganas de vomitar―. Tienes unos senos muy bonitos ―ríe bajito―. Tengo que admitir que el jefe tiene buen gusto.
Si pudiera moverme, juro que le patearía las pelotas a este idiota y se las arrancaría de un solo tajo por abusador. Me siento indignada y ultrajada.
―¡Qué carajo!
Después de aquella exclamación se escucha un disparo. Sé que grito, pero no sé si es un hecho real o es producto de mi imaginación. Mi corazón comienza a bombear, atemorizado y fuera de control, en cuanto percibo gotas húmedas salpicándome el rostro y otras partes de mi cuerpo. ¿Qué pesadilla es esta?
―¡No voy a morir por tu culpa, maldito imbécil! ―vuelvo a escuchar pasos a mi alrededor, pero esta vez más agitados y apresurados―. Sáquenlo de aquí y métanlo en la bodega ―grita, el que supongo es el jefe, al resto de los hombres―. Que sea esto una advertencia para todos ustedes ―espeta con voz amenazante―. A esta mujer nadie la toca o sufrirá el mismo destino ―nadie dice nada, se limitan a obedecer sus órdenes―. Tú, busca a Grecia y dile que se encargue de este desastre. El jefe no puede verla así.
Robert, ¿dónde estás? ¿Qué es lo que está sucediendo?
―Podemos usar a dos de las chicas que están encerradas en las jaulas de la bodega ―¿Chicas? ¿Jaulas?―. No creo que la azafata pueda con ella. Necesita ayuda para cambiarle la ropa.
¿Fui secuestrada? ¿Son estos hombres miembros de alguna organización criminal? ¡No! ¡Esto no me puede estar pasando de nuevo! Dolorosos recuerdos regresan a mi mente. Unos que mantuve encerrados en una celda bajo llave durante todos estos años.
―Bien, ve por ellas y asegúrate de que no den problemas, o te prometo que pagarás las consecuencias.
―Le aseguro que no lo van a hacer, señor.
Mis miedos y temores van incrementándose a medida que pasan los segundos. ¿Cómo vine a parar en las manos de estos hombres? Intento recordar, pero mi mente se niega a cooperar. Deben ser los efectos de alguna substancia psicotrópica que me mantiene en esta especie de estado catatónico.
―Así que, de nuevo, nos volvemos a ver las caras, Victoria ―sus palabras me dejan entumecida. ¿Este hombre me conoce?―. No quedamos en muy buenos términos para aquel entonces ―se acerca y, esta vez, susurra cerca de mi oreja―. Estás en deuda conmigo y, aunque debería dejar que mis hombres se diviertan un rato contigo y hacerte pagar por lo que me hiciste ―chasquea su lengua―, mi vida vale mucho más que mi deseo de venganza ―trago grueso. ¿Por qué quiere vengarse de mí? Nunca le he hecho daño a nadie―. Pero te prometo que, en cuanto tenga la oportunidad, me las pagarás con creces.
Escupe con rabia y rencor.
―Señor, me dijeron que pidió por mí.
Su declaración de guerra finaliza en el instante en que escucho la voz de una mujer.
―Te encomiendo la responsabilidad de encargarte de esta mujer ―se aleja y se pone de pie―. Déjala presentable o te prometo que no vas a contar para vivirlo ―la amenaza de la misma manera que lo hace con todos―. Necesito que esta princesita parezca una verdadera reina.
Aquella palabra origina un recuerdo imprevisto que me comprime el corazón debajo de mi pecho…
―Voy a poner el mundo a tus pies, mi reina ―rodea mi cintura con su brazo y me da un tirón para pegarme contra su pecho―. Si me lo pides, prometo bajarte las estrellas y el cielo entero solo para ti ―me besa en el cuello, provocando un montón de sensaciones indescriptibles―. Lo que quieras será tuyo.
Mi corazón palpita frenético, de la misma forma que lo hizo el primer día que lo vi. Lo supe cuando nuestros ojos se encontraron. Su mirada me inundó por completo, me hizo suya si proponérselo.
―Lo único que quiero de ti es tu amor, Robert ―niego con la cabeza―. No necesito más.
Sonríe, pagado de sí mismo. De una forma tan varonil, sexi e irresistible, que me hace derretir como el chocolate bajo fuego.
―Mi amor siempre fue tuyo, Vicky, nunca existió nadie más.
¿Qué hice para merecer tanta felicidad? Nunca imaginé que la dicha tocaría a mi puerta, que la vida me devolvería con creces todo el sufrimiento que me hicieron padecer en el pasado. Borro aquel recuerdo casi de inmediato. No estoy dispuesta a volver allí, hay demasiada culpa pesando sobre mí, tanto dolor reprimido dentro de mi alma que no soportaría revivir los estragos de una época que fue tan devastadora y perjudicial para mi propia existencia. Vuelvo al presente, fuerzo una sonrisa y, elevada sobre la punta de mis pies, rodeo su cuello con mis brazos y lo miro a los ojos.
―Me devolviste la fe perdida ―un par de lágrimas ruedan por mi rostro―. Me enseñaste a amar de una manera que jamás me creí permitido ―acaricio su rostro con mis dedos―. Nunca existió o existirá otro hombre para mí que no seas tú ―niego con la cabeza―. Te pertenezco en cuerpo y alma.
Me eleva del suelo y gira sobre sus talones, mientras reímos como dos tontos enamorados. Detiene las vueltas, me pone sobre el suelo y ahueca mi rostro entre sus manos.
―Soy tuyo, tanto como tú eres mía.
Sonrío divertida.
―El señor posesivo está de regreso.
Una sonrisa cínica tira de las esquinas de su boca.
―Él siempre ha estado, cariño ―me besa en los labios de una forma que hacer revolotear las mariposas dentro de mi estómago―. Pero solo hace acto de presencia cuando lo considera necesario.
Elevo una ceja y le devuelvo la sonrisa.
―Ese "cuando lo considera necesario" se ha hecho muy recurrente por estos días.
Una chispa se enciende en sus pupilas oscuras.
―¿Así que, mi futura esposa, eleva la primera queja en contra de su futuro marido posesivo? ―chasquea su lengua y sonríe divertido―. Yo que pensaba que te encantaban mis maneras.
Suelto una carcajada que hace que los transeúntes que pasan a nuestro alrededor desvíen sus miradas de asombro hacia nosotros. Poco me importa lo que piensen los demás. Pongo una mano sobre su pecho terso y me acerco para susurrarle al oído.
―Tú mejor que nadie sabe que me encanta tu posesividad ―le insinúo con coquetería―. Sobre todo, cuando me haces el amor.
Un rugido potente y peligroso retumba debajo de su pecho.
―Eres una chica mala y provocadora, cariño ―apoya su frente sobre la mía y cierra los ojos―. Te haré pagar con creces cada uno de tus desafíos.
Me fascina cuando lo incito de esta manera.
―Apoyo su moción, señor Dawson.
Abre los ojos y me mira con intensión.
―Te amo, Victoria. Como jamás amé ni amaré a nadie.
―Y yo a ti, Robert. Como a ningún ser sobre esta tierra.
De manera brusca salgo expulsada de mis pensamientos cuando siento que alguien me carga entre sus brazos. Quiero rehusarme a que me toque, a que otro hombre ponga sus manos sobre mí, pero sigo bajo los efectos de la droga que me mantiene sumisa y controlada. Una puerta se abre y, segundos después, me tienden sobre un colchón.
―Hay ropa en aquella maleta, usa lo mejor que encuentres.
Percibo los pasos del hombre al alejarse y un clic cuando la puerta se cierra.
―¿Así que eres tú la mujer de la que tanto él habla? ¿Qué tienes de especial para que el señor te haya escogido? ―comenta la chica para sí misma con tono de enfado―. ¿Tienes alguna idea de las veces que tuve que soportar escuchar tu nombre en su boca mientras me follaba? ¿Lo humillada que me sentí al comprender que no me veía a mí sino a ti cada vez que me entregaba a él? ―empuja mi cuerpo de forma violenta para girarme y tira de mi vestido con violencia desmedida hasta hacerlo jirones―. ¡Nunca vas a amarlo como yo lo hago!
No entiendo nada de lo que dice. ¿De quién está hablando? De un momento a otro, la puerta vuelve a abrirse.
―Más les vale que no me den razones para terminar con sus vidas ―escucho el sollozo de dos mujeres detrás de la amenaza de aquel hombre cuya voz logro identificar con la del sujeto que fue a buscar a las dos chicas en la bodega―. Acatarán lo que se les ordena si quieren llegar intactas a su destino. ¿Entendido? ―ninguna responde―. ¿Tengo que volverlo a preguntar?
Ante aquella amenaza, las chicas se ven obligadas a responder.
―Sí, sí, señor.
―Así me gusta.
Seguido, la puerta se cierra con un fuerte azote.
―Por favor, ayúdanos a escapar. Nos forzaron a venir.
Implora una de las chicas que acaban de llegar.
―¡Cierra la boca! ¡Estúpida! Y haz lo que se te ordenó.
Me queda bastante claro de que esta mujer está implicada con esta banda de criminales despiadados. Durante los siguientes minutos me tratan como a una muñeca de juguete. Me cambian la ropa, me peinan y me maquillan. Hacen conmigo lo que se les antoja.
―Es hermosa.
Comenta una de las chicas, motivo que origina una discusión.
―¿Alguien te dio permiso para que hablaras? ―seguido, se escucha el sonido de una cachetada―. Haz silencio o te prometo que voy a coserte la boca en carne viva.
¿Esta gente lo único que sabe hacer es amedrentar con sus amenazas? El altercado termina en cuanto se abre la puerta.
―¡Fuera de aquí las dos! ―grita el mismo hombre que las trajo más temprano―. Las llevaré de vuelta a la bodega.
Entre gemidos y súplicas desesperadas, las saca a rastras de la habitación. Casi de inmediato se escucha la voz del hombre que me produce una extraña sensación de familiaridad que me eriza los vellos por completo.
―Vuelve a tu asiento, Grecia. Estamos a punto de aterrizar ―la chica se aleja y el sujeto vuelve a alzarme entre sus brazos―. Esto se pondrá interesante ―comenta en tono jocoso al sacarme de la habitación―. El jefe no está feliz con lo que hiciste ―sigo sin entender nada de lo que dicen. Me sujeta al asiento y se aparta para sentarse a mi lado―. Creo que vienen tiempos muy entretenidos para la familia.
¿Familia? Mi corazón se agita cuando aparece el rostro de mi pequeña princesa dibujado en mi mente. Por primera vez, siento un miedo aterrador que me comprime el pecho y amenaza con derrumbarme. No sé cómo lo consigo, pero logro mover los dedos de mi mano derecha. Comienzo a recuperar las sensaciones y la movilidad de mi cuerpo. Un sentimiento de alivio recorre mi cuerpo, a pesar de las difíciles circunstancias por las que estoy atravesando. No voy a permitir que estos desalmados le hagan daño a mi familia. Espero que, de la misma forma, pueda recuperar mis recuerdos y comprender cómo terminé metida en este lío. Movimientos incesantes se desatan a mi alrededor, pocos segundos después de que el avión aterriza. El hombre sentado a mi lado se levanta de su asiento y comienza a soltar ordenes a diestra y siniestra. Inhalo profundo e intento abrir los ojos, pero no es mucho lo que comsigo. Aun así, cerebro la vuelta de la movilidad en mi otra mano y la de mis pies. A medida que avanzan los segundos, el control sobre mi cuerpo es cada vez mayor.
―Bien, princesa, me despido de ti ―comenta con cierto aire de triunfalismo―. Pero te prometo que nos vamos a ver muy seguido a partir de ahora.
De repente, todo se queda en silencio, hasta que vuelvo a escuchar pasos de alguien al acercarse y el rechinido del cuero al sentarse en una de las butacas del frente. Mis músculos se tensan al percibir el aroma de una fragancia que se cuela a través de mis fosas nasales y que me trae recuerdos que perturban mi existencia.
―Bienvenida a casa, Victoria.
Cada uno de mis músculos se tensan al escuchar aquella voz. ¡No! ¡Esto no puede ser! Lucho con todas mis fuerzas para salir de mi letargo, pero se me hace imposible. Sin embargo, un pinchazo en mi cuello me devuelve todas las sensaciones pocos segundos después. Inhalo una bocanada de aire profundo y abro los ojos. La peor de mis pesadillas se hace realidad.
―Christopher…
Susurro su nombre con voz temblorosa. Aparta su mirada de mí y la dirige hacia el precioso niño rubio sentado en sus piernas.
―Hijo, esta es tu mami ―me quedo sin aliento cuando pronuncia aquellas palabras―. Vamos, Guillermo. Dile cuánto la extrañaste durante todos los años que estuvo ausente.
Me incorporo súbitamente, con el corazón agitado y el cuerpo completamente cubierto de sudor. Inhalo profundo y miro a los alrededores, nerviosa y aterrorizada, para asegurarme de que estoy en casa. Suspiro con alivio y me llevo la mano hasta el corazón al darme cuenta de que me encuentro en mi habitación. Por fortuna, Robert no está a mi lado. No quiero que haga preguntas, que no estoy dispuesta a responder. No tengo idea de cuál fue el detonante que provocó mis pesadillas, pero cada vez que cierro los ojos, una cadena de acontecimientos que sucedieron en un pasado cercano, amenazan con acabar con mi paz y mi tranquilidad. Desde que Robert apareció en mi vida, no volví a tenerlas. Así que me preocupa que hayan regresado y que, en esta oportunidad, sean más recurrentes que antes.Aparto la sábana de mi cuerpo y saco mis piernas temblorosas de la cama. Me niego a dejarme intimidar por mis recuerdos. Me dirijo al baño y, al entrar, me detengo frente al espejo del lavamanos. Manchas oscu
Me le quedo mirando sin saber cómo responder a su pregunta. ¿Qué clase de broma macabra es esta? Me siento mareada y confusa. Aún sigo sin recordar nada de lo que sucedió y, si no fuera por el niño, habría jurado que todo se trataba de una extraña pesadilla.―Papá, me dijo que me abandonaste porque no me querías, ¿es verdad?Abro la boca, pero no sale ninguna palabra de ella. De repente, la puerta se abre con brusquedad. Giro la cara y veo entrar a la misma mujer que se encargó de mí en el avión.―¡Maldito mocoso! Te dije que no salieras de tu habitación, pero nunca obedeces.Envuelve sus dedos alrededor de su bracito y le tal tirón que está a punto de desprenderlo de su hombro.―¡Suéltame, me haces daño!Me causa indignación la manera en que lo trata. Antes de siquiera pensarlo, salgo eyectada de la cama y me abalanzo sobre ella. Se lo arranco de las manos y lo ubico detrás de mí para protegerlo. Una vez que eres madre, todos los niños se convierten en tu hijo. No voy a permitir que