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Capítulo 2 Prueba de fe

Me le quedo mirando sin saber cómo responder a su pregunta. ¿Qué clase de broma macabra es esta? Me siento mareada y confusa. Aún sigo sin recordar nada de lo que sucedió y, si no fuera por el niño, habría jurado que todo se trataba de una extraña pesadilla.

―Papá, me dijo que me abandonaste porque no me querías, ¿es verdad?

Abro la boca, pero no sale ninguna palabra de ella. De repente, la puerta se abre con brusquedad. Giro la cara y veo entrar a la misma mujer que se encargó de mí en el avión.

―¡Maldito mocoso! Te dije que no salieras de tu habitación, pero nunca obedeces.

Envuelve sus dedos alrededor de su bracito y le tal tirón que está a punto de desprenderlo de su hombro.

―¡Suéltame, me haces daño!

Me causa indignación la manera en que lo trata. Antes de siquiera pensarlo, salgo eyectada de la cama y me abalanzo sobre ella. Se lo arranco de las manos y lo ubico detrás de mí para protegerlo. Una vez que eres madre, todos los niños se convierten en tu hijo. No voy a permitir que esta amargada le haga daño a esta criatura indefensa.

―¡Quítale tus manos de encima!

Abre los ojos como platos al percatarse de mi reacción. Sin embargo, su sorpresa dura poco.

―¡Qué te has creído, arrastrada!

Cuando menos me lo espero, me da una bofetada que resuena en los confines de esta habitación. Por supuesto, mi vasta experiencia me ha enseñado cómo defenderme de arpías como estas. Casi de inmediato, le devuelvo la bofetada con una contundencia que la hace trastabillar y por poco la envía de culo sobre el piso. Eleva la mano y frota la zona en la que acabo de golpearla.

―¡Que te quedo claro que nunca voy a permitir que vuelvas a lastimarlo! ―me le acerco de forma amenazante―. Si vuelves a tocarlo, te prometo que te arranco la mano.

Retrocede un par de pasos, asustada por mi vehemencia.

―¡Mami! ―el niño corre hacia mí y, con mirada orgullosa, se aferra a mis piernas con sus bracitos y me regala una preciosa sonrisa―. Te quiero.

Aquellas palabras provocan algo inesperado en mi interior. Cierro los ojos y aspiro profundo. Pienso en mis dos pequeños hijos y en lo mucho que deben estar extrañándome en este momento. Tengo que averiguar qué es lo que está pasando y por qué razón me han traído a este lugar.

―Así que la bella durmiente ya está de regreso.

Pego un respingo y abro los ojos en cuanto escucho aquella voz. 

―No puede ser…

Susurro en voz baja. Es la última persona a la que jamás creí volver a ver.

―Sí, cariño. Sí, puede ser.

Responde, pagado de sí mismo. La morena se acerca a él, apenas lo ve aparecer.

―¿Puedes creer que esa mujer se atrevió a golpearme, Chris?

Juro por Dios que, si no fuera porque la presencia de ese hombre me causa escalofríos, habría rodado los ojos por la patética actuación de esa mujer. Él ni siquiera le presta atención a sus quejas.

―¿Pensaste que podías escapar de mí? ―esboza una sonrisa malévola que me pone la carne de gallina―. Espero que te hayas divertido jugando a la casita con ese imbécil que tienes por marido ―se acerca, así que retrocedo para alejarme de él. Su expresión cambia dramáticamente―. Tus vacaciones en villa feliz, acaban de finalizar.

Niego con la cabeza.

―No me puedes hacer esto.

Observa al niño que, hasta este momento, no me había dado cuenta de que se estaba escondiendo detrás de mí.

―Guillermo, hijo. ¡Ve con, Grecia, por favor!

 Puedo sentir el temblor que recorre su frágil cuerpecito, mientras se aferra a mí con todas sus fuerzas.

  ―Quiero quedarme con mi mami.

Menciona con su vocecita temblorosa. Christopher entrecierra sus ojos y lo mira con malicia.

―No me hagas repetirlo de nuevo.

Conozco muy bien a este hombre. Aunque el tono que usa para hablarle parece gentil y cariñoso, no hay nada más alejado de la realidad. Es un tipo violento, explosivo y de mal carácter.

―Déjalo en paz.

Aparta su mirada del niño y la vuelca en mi dirección.

―¿Están despertando tus instintos maternales? ―sonríe con cinismo―. Eres tan adorable.

¡Maldito! ¿Cómo se atreve a jugar con los sentimientos de este pequeño inocente? ¿Cuál es su intención al hacerle creer que soy su madre?

―Eres un ser despreciable.

Después de haber pronunciado aquellas palabras, me arrepiento. No por él, sino por el niño.

―Me han acusado de cosas peores ―gira su cara y mira por encima de su hombro―. Grecia, lleva al niño a su habitación.

La morena se acerca hacia nosotros con sonrisa triunfal, pero se detiene en cuanto la apunto con mi dedo índice.

―No te acerques, o te juro que voy a cumplir la promesa que te hice.

Antes de que pueda darme cuenta, Christopher, se acerca en dos zancadas, me hace a un lado de manera brusca, toma al niño del brazo y lo aleja de mí.

―¡No! ¡No! ¡Quiero quedarme con mi mami! ―se me parte el corazón al escucharlo gritar de aquella forma―. ¡Ellos son malos conmigo, no dejes que me lastimen!

 Intento darle alcance, pero él se interpone en mi camino y me sujeta para que la tal Grecia pueda llevárselo. Lo último que veo antes de que lo saquen de la habitación, es su rostro empapado de lágrimas. Siento tanta impotencia y dolor por lo que le están haciendo a este niño. Una vez que abandonan la habitación, me desprendo de su agarre con un manotazo.

―¡No vuelvas a ponerme tus manos encima! ―me alejo lo suficiente para evitar su contacto―. ¿A qué estás jugando? ¿Por qué estoy aquí?

Eleva una de sus cejas y mete las manos en los bolsillos de su pantalón.

―Estás en casa. Lugar del que nunca debiste irte. Junto a tu familia.

¿Qué tonterías está diciendo?

―Esta nunca fue ni será mi casa. Tengo una familia que espera a que regrese.

Saca sus manos de los bolsillos y, antes de que pueda reaccionar, me empuja contra la pared y me atrapa entre esta y su cuerpo. Volteo la cara para evadir su asqueroso aliento.

―Este es tu hogar ―susurra al pie de mi oreja―. No pienso volver a dejarte ir, Victoria. Junto vamos a criar a nuestro hijo.

Como puedo, subo mis brazos, planto las manos sobre su pecho y lo alejo con un empujón. Por supuesto, no es mucha mi fuerza en comparación con su robusta contextura. Apenas puedo alejarlo unos centímetros de mí.

―¿Cómo te atreves a jugar con los sentimientos de ese niño? ―le grito con rabia―. ¿Qué clase de madre permite que juegues de esa manera con él?

Chasquea su lengua y sonríe divertido.

―Y yo pensaba que era cierto eso que decían sobre el vínculo materno ―niega con la cabeza―. Cierto, olvidaba que esa conexión entre madre e hijo solo se construye a través de la interacción, el contacto físico, la mirada, el cuidado y la respuesta a las necesidades del bebé ―encoge sus hombros con indiferencia―. Así que, como no estuviste para crear ese lazo con él, es imposible que exista.

¿Qué está diciendo? ¿Piensa que puede engañarme con un truco tan bajo y ruin? Me acerco a él y cruzo su cara con una sonora bofetada.

―¿Cómo te atreves? ―tiemblo de pies a cabeza―. No voy a aceptar que juegues con el recuerdo de mi bebé ―mi voz se desvanece―. ¡Tú lo mataste!

Suelta una carcajada que me llena de ira.

―¿Matarlo? ¿Qué tonterías estás diciendo?

La seriedad con la que lo dice, me hace dudar.

―¡Basta! ―no voy a permitir que juegue con mente―. No puedes retenerme en este lugar. Me iré de la misma forma que lo hice la primera vez.

Se hace a un lado y hace un ademán con su mano para indicarme que tengo el camino libre.

―Adelante. Puedes irte cuando quieras.

No lo pienso dos veces. Me dirijo hacia la puerta, pero antes de que pueda abrirla, dice algo que detiene mis pasos.

―Si sales de esta casa, te prometo que nunca volverás a ver a tu hijo, Victoria.

Furiosa, me doy la vuelta y lo miro a los ojos.

―¡Deja de mentir!

Se me queda mirando por largo rato, antes de responder.

―¿Crees que miento? ―pasa por mi lado y abre la puerta―. Espera aquí. Te voy a convencer de que te estoy diciendo la verdad. Voy a darte la prueba de fe que necesitas.

Sale de la habitación y ni siquiera se asegura de poner el seguro para evitar que escape. Sin embargo, no lo hago. Ha sembrado tantas dudas con respecto a mi hijo, que no puedo irme de aquí hasta asegurarme de que solo me está manipulando. De que se trata de un artificio para obligarme a quedarme. Mi corazón se precipita cuando escucho pasos acercándose. Una vez que la puerta se abre, me quedo petrificada al ver a la mujer que está a su lado.

―¿Rosalía?

Asiente en respuesta.

―Sí, soy yo, Victoria.

¿Cómo es posible?

―Vamos, Rosalía. Dile a tu niña adorada ―se para detrás de ella y apoya las manos en sus hombros―. ¿Quién es Guillermo?

Un par de lágrimas ruedan por su rostro.

―Él es tu hijo, mi niña.

De repente, todo se vuelve oscuro y pierdo la consciencia.

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