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Flash Back

Yuki hojeaba los libros de medicina con una tranquilidad alegre. Ella siempre fue muy estudiosa y todos lo sabían. Los sacerdotes que se centraban en la salud física y mental eran pocos y sin embargo habían tomado fama gracias a los avances que Gloria había hecho en esa rama. Gloria tenía una sola estudiante que había suplicado por sus enseñanzas y era su orgullo pues Yuki tenía un potencial increíble y se había consolidado ya con las artes básicas de los templos del cielo. Era inteligente y absorbía con facilidad todo lo que leía, aprendía rápido de la práctica y tenía un control de la fuerza vital que pocas veces se veía.

Ella pasaba horas en la biblioteca sin darse cuenta y generalmente alguien tenía que ir a sacarla o a recordarle que había un mundo ahí afuera. Ese día no era una excepción, pues ella estaba decidida a mejorar una técnica de su maestra y esta misma le había dado la aprobación para intentarlo. Yuki se tomaba las cosas muy en serio.

A ti… realmente te gustan los libros, ¿verdad?

Cuando ella levantó la mirada él estaba ahí. Pocas veces venía él solo, pues generalmente era para llevarla a alguna misión y el más entusiasta para ello era, de hecho, el chico zorro. Así que si él venía solo para la biblioteca probablemente no era nada importante, pero ese era uno de los momentos que pasaban a solas que ella atesoraba más, pues él no parecía un ser misterioso y oscuro… él era una persona cuando hablaban así a solas.

Yuki sonrió al verlo. Él preguntó con su voz grave qué era lo que ella hacía ahora encerrada con tanta seriedad en la biblioteca y con semejantes libros tan grandes abiertos a su alrededor. Ella respondió que era una investigación sobre una técnica especial de su maestra y él se interesó más, tomó la silla por el respaldo y se sentó junto a ella para escuchar la explicación que la peliroja tenía que dar. Sus ojos oscuros y profundos viajaron velozmente hacia los libros mientras él comprendía las cosas, pues él era inteligente también.

Ciertamente, Yuki… tú eres brillante.

Aquellas palabras habían sido tan sinceras y habían causado una enorme emoción en su interior, haciendo que su corazón diera saltitos de felicidad. Era como si la biblioteca estuviese vacía y ellos dos fueran los únicos mientras charlaban de las tantas formas en que ella podía mejorar la técnica. Era un momento para atesorar… pero los momentos felices jamás duraban. Los sueños dulces eran una burla de parte de las pesadillas, haciéndole creer que ella realmente podría tener un buen sueño, pero al final se revelaba la naturaleza salvaje y cruel que ese día le esperaba, como siempre.

Realmente eres hermosa.

El recuerdo de su mano tocando su mejilla aún se sentía caliente, incluso a pesar de que la naturaleza de la piel del vampiro era fría. Ese toque había sido tan cálido que jamás lo olvidaría, pero la siguiente escena, a diferencia de la primera, era oscura y fatigante, pero su mano continuaba en la mejilla. Ella estaba en un estado de confusión. Su cuerpo estaba cansado, pero no tenía la necesidad de detenerse, mucho menos con esos ojos mirándola. No era que ella se hubiese dejado hacer con facilidad, las cosas simplemente se dieron de esa manera. Su respiración se había acelerado y una de sus manos se sostenía con la de él, mientras que la otra reposaba junto a su rostro. Él repitió aquella frase.

Ahora… te haré mía para la eternidad.

No sintió miedo. Su cuerpo no reconoció el dolor como algo dañino, pues al principio no se dio cuenta. Él quería tenerla solo para él, eso lo comprendía… pero no había notado que sus intenciones eran aquellas hasta poco después de que dejó sus defensas en nada.

Parpadeó un par de veces y reconoció que lo hizo con una dificultad increíble, que todo el cuerpo le pesaba. No podía mover un dedo, aunque aún podía respirar… sí, pudo respirar hasta que él atravesó su piel de por debajo de las costillas con su mano y ella separó los labios sin poder quejarse, ni gritar. Y sus ojos se abrieron repentinamente, con una enorme fuerza, mientras que ella estaba incrédula. Era sorprendente que no hubiese llegado a reventar por completo sus órganos internos, mientras ella empezaba a dar bocanadas al aire que no entraba por completo a sus pulmones. E incluso en esa situación él no iba a dejarla respirar, pues no tenía ni la compasión ni la bondad para dejarla morir tranquila.

El beso fue bastante amargo gracias al sabor de su sangre envenenada. Él se había mordido su propia mano para después transmitirle a ella todas las toxinas de su ser en un profundo y largo beso que parecía el de un amante apasionado, que le obligó a tragarlo incluso cuando su propia sangre intentaba salir por su boca, pero apenas pasó por su garganta esta se metió entre la carne, moviéndose a voluntad propia, hiriendo y tomando posesión de todo su ser. Él no tuvo piedad para dejarla morir de una buena vez.

Volverás a nacer para mí y entonces vendrás a mis brazos donde perteneces.

Fue así como él desapareció en el silencio, en la oscuridad, sin nadie que se diera cuenta o lo parara. Todos lo dejaron pasar por un costado ya que él no llevaba encima evidencia alguna del crimen que había realizado y ni Jose ni nadie estaba ahí para detectar la atrocidad que a Yuki le había acontecido. Ningún sacerdote sintió la oscuridad de sus intenciones, nadie percibió el aroma a muerte hasta después. No hubo quien lo viera salir de la habitación pues era muy entrada la noche y quienes lo vieron lo pasaron por alto, mientras él caminaba tranquilamente a la puerta principal para salir de ahí como un sinvergüenza.

Yuki fue asesinada y abandonada por el hombre al que se había entregado con tanto amor. Él ni siquiera se dignó a detenerse en la puerta después de vestirse, girarse para verla aunque fuera por encima del hombro desde lo alto. Él simplemente cometió el crimen, la sentenció, se vistió con calma, abrió la puerta y desapareció entre las lágrimas que se desbordaron cuando lo vio poner el primer pie fuera de la habitación.

Entonces fue que la vida de Yuki se desvaneció.

Drui...

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