—Dos bajas en la zona suroeste.— di las noticias a Hades.— Uno de ellos era el padre de Duke.—Mierda.— dijo entre dientes con actitud derrotada, dejando caer su cuerpo sobre el asiento como un saco de carne sin vida.Mientras él se hundía, yo trataba de gestionar el dolor real que me estaba provocando mi conexión con Duke. Probablemente él se estuviese esforzando por minimizarlo y esconderlo, pero yo tenía una presión aplastando mi pecho.—Necesitamos saber cuál es su siguiente movimiento.— conseguí expresar entre muecas de sufrimiento. —Claro, pero solo ellos lo saben.— contestó él apretando los puños.—Exacto.— de pronto, el daño dejó de nublar mi mente y se convirtió en combustible para mi cuerpo, podía sentirlo recorriendo mi cuerpo, de hecho tuve que mirar mis propias manos sorprendida de que pareciesen las mismas de siempre ya que sentía que con ellas podía partir un cráneo francés sin dificultad. —Reika...— me encontré con la mirada asustada y azul celeste de Hades.—¿estás b
—Où sont tes amis?— pregunté agarrando del cuello al primero que pillé. Le miré directamente a los ojos, creí estar dispuesta a matarlo frente a los suyos solo para dejar claro que iba en serio. De hecho, estaba claro que precisamente el joven que yo agarraba en ese momento no tenía ni idea de cuál era la estrategia, veía que ya me lo hubiese dicho. Comencé a apretar su cuello consciente de que sus vías aéreas se cerraban y el aire no llegaba a sus pulmones ni mucho menos a su cerebro. Comenzaba a tomar un tono rojizo y a patalear contra mí sin éxito, clavaba las uñas en la mano que sujetaba su cuello lleno de desesperación pero ni siquiera lograba atravesar mi piel.—S'il vous plaît patienter!!!— uno de ellos gritó desde la furgoneta. Me giré hacia él, pero no solté el cuello del otro chico. Era obvio que estaba enamorado de él, sabía que estaba dispuesto a arriesgarse por su bien.— Il connaît le plan.— señaló a un hombre más mayor que estaba a su lado. Debí haberlo sabido, tenía qu
Cerré la puerta del maletero deseando que las ataduras y el cansancio de los otros les impidiesen hacer daño a la pareja.—Où sont les autres?— repetí, esta vez con la seguridad de que él sí sabía dónde íbamos a ser atacados.Sabía que él no se iba a abrir tan fácilmente como el novato enamorado, de modo que tuve que sacar la artillería pesada.—Hades, vas a tener que alejarte.— agarré el botecito lleno de flores moradas que llevaba escondido en el sujetador.—¿Eso es acónito?— preguntó él lleno de incredulidad. Asentí y no esperó ni un segundo para salir corriendo y meterse dentro de la furgoneta, en el asiento del conductor. —Aconitum napellus.— mi francés tenía límites así que opté por darle su taxonomía esperando que el latín se pareciese a algo que él pudiese entender. Miró el bote con los ojos fuera de las órbitas, parecía haberlo entendido a la perfección. Abrí el bote y él francés estaba visiblemente incómodo ante la idea de que una sola espora pudiera llegar a él tan fácilm
Tras unos segundos de gritos desesperados y convulsiones desmensuradas, decidí retirar la flor con un soplido para que dejase de hacer contacto con su piel. Volví a meterla en el bote a sabiendas de que podía ser terriblemente peligroso dejarla ahí.La mitad superior de su cara había quedado realmente desfigurada, tenía aspecto de herida corrosiva y sus estragos estaban a punto de llegar hasta los ojos.—Cela ne fait que commencer.— le advertí de que aquello no había hecho más que empezar y moví el bote cerca de él, ante sus ojos llenos de lágrimas.—Suffisant.— exclamó y trató de llevar las manos hasta su bolsillo.—¡Alto!— exclamé poniendo el bote en una posición más horizontal y se llevó las manos a la cara. No iba a arr
—Combien il y a?— probablemente dijese mal esta frase pero estaba tan agitada que no era capaz de pararme a pensar en la gramática.—Mille neuf cent quatre-vingt-dix-ne...— hubiese seguido hablando pero le corté. Había más de mil novecientos hombres lobo franceses allí.—Allez, allez.— le agarré bruscamente del brazo y volví a meterlo en el maletero, estaba muy débil y no podría hacer daño a nadie. Los demás miraron su herida y quedaron aterrados.Al ver aquella escena me sentí bastante culpable. Había mutilado terriblemente a uno con el objetivo de sacarle información. Casi ahogo a otro para infundir respeto y lograr una confesión. Había vuelto a uno de ellos en contra de todos los demás al hacerle un soplón movido por el amor. Y había drogado a otro
—Arranca, tenemos que ir a Carballedo.— dije al sentarme junto a Hades.Él comenzó a intentar juntar dos cables bajo el volante.— ¿Has robado la furgoneta?— lo cierto es que debí imaginarlo al ver los letreros de publicidad de "Floristería Tía Catuxa".—Pediste una furgoneta y yo no tengo una maldita flota de ellas preparada, ¿qué querías que hiciese?— contestó él, justo cuando consiguió arrancarla.—Alquilarla.— lo hubiese hecho yo misma si supiera que además de los hombres lobo franceses también nos perseguiría la policía por culpa de Hades.—¿Por qué vamos a Carballedo?— cambió de tema pero dejé que lo hiciese porque era más importante.—Ahí hay dos mil hombres lobo franceses
Llamé a la puerta desesperada. Por suerte quién abrió fue María, hubiese sido mucho más complicado explicarle todo esto a su ama de llaves.—Tenemos que acabar con dos mil hombres lobo franceses que hay en Carballedo.— dije de carrerilla, ya me salía automático de tanto repetirlo.—Cuenta conmigo.—me quedé impresionada ante su reacción, una gran parte de mí esperaba que se limitase a cerrarme la puerta en la cara.—Es peligroso.— y tenía claro que a Hades no le iba a hacer ninguna gracia.—Te debo una, ¿recuerdas?— reflexioné unos segundos y me di cuenta de que tenía razón, al fin y al cabo yo había intentado protegerla desde el principio, incluso me arriesgué cuando Ezra la tenía secuestrada. Además, tener a otra lo
Aunque la mayoría de lo que había en aquel museo de odio hacia los lobos eran trozos de cadáveres como trofeos y amuletos contra ellos basados en supersticiones, resultó que pudimos encontrar algunas cosas útiles.Había dos escopetas acompañadas de varias cajas de balas de plata. Además nos llevamos decenas de cuchillos de plata que pensaba repartir entre los nuestros cuando nos encontrásemos en Carballedo. Pero aún nos quedaban por reunir algunas de las armas más potentes.Por fin llegamos a mi casa, no podía soportar más a Hades y sus críticas acompañadas de miradas asesinas por haber arrastrado a María a esto.Fui directa a la caseta donde mi abuela guardaba las plantas y allí encontré a Asena.—Reika, ¿qué haces aquí?— preguntó sorprendida.—¿Ya hemos ganado?&mdash