117 Acónito

Cerré la puerta del maletero deseando que las ataduras y el cansancio de los otros les impidiesen hacer daño a la pareja.

—Où sont les autres?— repetí, esta vez con la seguridad de que él sí sabía dónde íbamos a ser atacados.

Sabía que él no se iba a abrir tan fácilmente como el novato enamorado, de modo que tuve que sacar la artillería pesada.

—Hades, vas a tener que alejarte.— agarré el botecito lleno de flores moradas que llevaba escondido en el sujetador.

—¿Eso es acónito?— preguntó él lleno de incredulidad. Asentí y no esperó ni un segundo para salir corriendo y meterse dentro de la furgoneta, en el asiento del conductor.

—Aconitum napellus.— mi francés tenía límites así que opté por darle su taxonomía esperando que el latín se pareciese a algo que él pudiese entender. Miró el bote con los ojos fuera de las órbitas, parecía haberlo entendido a la perfección.

Abrí el bote y él francés estaba visiblemente incómodo ante la idea de que una sola espora pudiera llegar a él tan fácilm
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