Tras unos segundos de gritos desesperados y convulsiones desmensuradas, decidí retirar la flor con un soplido para que dejase de hacer contacto con su piel. Volví a meterla en el bote a sabiendas de que podía ser terriblemente peligroso dejarla ahí.
La mitad superior de su cara había quedado realmente desfigurada, tenía aspecto de herida corrosiva y sus estragos estaban a punto de llegar hasta los ojos.
—Cela ne fait que commencer.— le advertí de que aquello no había hecho más que empezar y moví el bote cerca de él, ante sus ojos llenos de lágrimas.
—Suffisant.— exclamó y trató de llevar las manos hasta su bolsillo.
—¡Alto!— exclamé poniendo el bote en una posición más horizontal y se llevó las manos a la cara. No iba a arr
—Combien il y a?— probablemente dijese mal esta frase pero estaba tan agitada que no era capaz de pararme a pensar en la gramática.—Mille neuf cent quatre-vingt-dix-ne...— hubiese seguido hablando pero le corté. Había más de mil novecientos hombres lobo franceses allí.—Allez, allez.— le agarré bruscamente del brazo y volví a meterlo en el maletero, estaba muy débil y no podría hacer daño a nadie. Los demás miraron su herida y quedaron aterrados.Al ver aquella escena me sentí bastante culpable. Había mutilado terriblemente a uno con el objetivo de sacarle información. Casi ahogo a otro para infundir respeto y lograr una confesión. Había vuelto a uno de ellos en contra de todos los demás al hacerle un soplón movido por el amor. Y había drogado a otro
—Arranca, tenemos que ir a Carballedo.— dije al sentarme junto a Hades.Él comenzó a intentar juntar dos cables bajo el volante.— ¿Has robado la furgoneta?— lo cierto es que debí imaginarlo al ver los letreros de publicidad de "Floristería Tía Catuxa".—Pediste una furgoneta y yo no tengo una maldita flota de ellas preparada, ¿qué querías que hiciese?— contestó él, justo cuando consiguió arrancarla.—Alquilarla.— lo hubiese hecho yo misma si supiera que además de los hombres lobo franceses también nos perseguiría la policía por culpa de Hades.—¿Por qué vamos a Carballedo?— cambió de tema pero dejé que lo hiciese porque era más importante.—Ahí hay dos mil hombres lobo franceses
Llamé a la puerta desesperada. Por suerte quién abrió fue María, hubiese sido mucho más complicado explicarle todo esto a su ama de llaves.—Tenemos que acabar con dos mil hombres lobo franceses que hay en Carballedo.— dije de carrerilla, ya me salía automático de tanto repetirlo.—Cuenta conmigo.—me quedé impresionada ante su reacción, una gran parte de mí esperaba que se limitase a cerrarme la puerta en la cara.—Es peligroso.— y tenía claro que a Hades no le iba a hacer ninguna gracia.—Te debo una, ¿recuerdas?— reflexioné unos segundos y me di cuenta de que tenía razón, al fin y al cabo yo había intentado protegerla desde el principio, incluso me arriesgué cuando Ezra la tenía secuestrada. Además, tener a otra lo
Aunque la mayoría de lo que había en aquel museo de odio hacia los lobos eran trozos de cadáveres como trofeos y amuletos contra ellos basados en supersticiones, resultó que pudimos encontrar algunas cosas útiles.Había dos escopetas acompañadas de varias cajas de balas de plata. Además nos llevamos decenas de cuchillos de plata que pensaba repartir entre los nuestros cuando nos encontrásemos en Carballedo. Pero aún nos quedaban por reunir algunas de las armas más potentes.Por fin llegamos a mi casa, no podía soportar más a Hades y sus críticas acompañadas de miradas asesinas por haber arrastrado a María a esto.Fui directa a la caseta donde mi abuela guardaba las plantas y allí encontré a Asena.—Reika, ¿qué haces aquí?— preguntó sorprendida.—¿Ya hemos ganado?&mdash
Yo iba apretada junto a las armas de plata y los tarros de hierbas nocivas, mientras que en los asientos estaban Asena conduciendo y Hades con María abrazados.—Hola, solo quiero recordaros lo mucho que os quiero.— me esforcé por contener las lágrimas, lo cierto es que nada me apetecía más que volver a esos momentos en los que estábamos tirados en la cama sin hacer nada más que querernos.— Y que nadie se acerque a la iglesia de San Xoán da Cova.De pronto llegó un olor a mí que era como una bofetada sucia hasta los pulmones, lo reconocí al instante. Todos en la furgoneta lo notamos y cerramos las ventanillas, pero fue inútil.—Son los pedos de lobo.— aclaró Asena.— Parece que está empezando.Al parecer los franceses también lo notaban porque podía escuchar maldiciones y hasta arcadas a mis espaldas.
—Perdóname, Reika,— al oír decir eso a María me temí lo peor.— pero tengo que preguntártelo.— respiré un poco más tranquila al saber que era una pregunta y no una confesión de que estaba secretamente aliada con los franceses y su verdadero nombre era Marie.— ¿Qué diablos te ha pasado en la cara?— me sentí un tanto acomplejada, no pensé que fuera algo tan evidente.—La verdad es que no tengo ni idea, llevo así desde que mataron al padre de Duke.— me sinceré, sin dejar de colocar un par de flores de acónito en cada pulverizador portátil.—Es una respuesta que tenemos las lobismuller más poderosas ante una situación extrema de estrés.— aclaró Asena mientras se colocaba uno de los pulverizadores a la espalda y se alejaba de nosotras para comenzar a rociar el suelo de la
—Agh, me pica todo.— se quejó María mientras se rascaba los brazos compulsivamente.—Pues imagínate lo que les hará a los hombres lobo.—contesté, mientras terminaba de fumigar a prueba de lobos el altar de la iglesia.Al verme haciendo semejante sacrilegio me disculpé mentalmente con Dios y con mi abuela, pero creo que estaba justificado.—Bueno, esto ya está conectado.— anunció Asena, y después me pasó el micrófono.— Adelante.—¿Qué quieres que haga?— pregunté confusa.—Tienes que atraerlos.— contestó y puse los ojos en blanco. Sabía perfectamente que nuestro plan era hacer que los hombres lobo franceses viniesen hasta nuestra trampa, donde entre el acónito y las balas de plata acabaríamos con ellos; pero no sabía qué decir ante ese micr&oac
—¿Se puede saber qué estáis haciendo ahí?— preguntó Ayax en un tono que no sabría descifrar.—Recordad que no podéis entrar, quedaos fuera por si alguno se escapa.— me ahorré los detalles de lo que acababa de pasar en aquella iglesia.María cerró la puerta y vino corriendo con nosotras, que ya estábamos esperando con una escopeta cargada cada una.Entonces el primer lobo entró por la puerta reventándola de un golpe, la fiera grisácea no consiguió dar más de dos pasos dentro del templo y se convirtió en un hombrecillo desnudo dando alaridos y retorciéndose sobre el suelo.Después llegó otro, pero se quedó mirando cómo sufría su compañero desde fuera de la iglesia.—¿Cantamos otra vez?— preguntó María inocentemente, pero en cuant