Capítulo 22. Lorenzo le exige a Antonella que se quite la careta Dos semanas después Zoe se estaba recuperando muy buen de la cirugía, la dieron de alta tres días después de la intervención y al fin pudieron volver a casa, aunque necesitaría de muchos cuidados hasta que su herida estuviera por completo curada. Sara estaba todo el tiempo con ella, temía que se lastimara o que intentara quitarse el vendaje. No era fácil mantenerla en cama, Zoe era muy inquieta y le gustaba andar brincando por todos lados como si fuera un canguro. —Mami, ¿cuándo veré a mi tía? —le preguntó mientras le daba el desayuno. Bárbara seguía ingresada en el hospital, se encontraba en estado de coma, no despertó cuando le bajaron la dosis de sedantes. Santiago no entendía por qué no reaccionaba, tenía actividad cerebral, debía haber vuelto en sí. Le había hecho estudios y exámenes y en todos salía bien. —Espero que muy pronto, muñequita. —¿Mi papi no puede curarla? ¿perdió sus poderes? —le preguntó con
Capítulo 23. El día más esperado Justo una semana antes del cumpleaños de Zoe, el milagro que tanto habían esperado sucedió: Bárbara salió del coma sin presentar ningún tipo de daño neurológico, aún tenía una larga batalla que enfrentar en rehabilitación para poder volver a caminar por sí misma, por la fractura en su pierna, pero, eventualmente, estaría bien. Enterarse que había perdido a su hijo fue muy duro, estaba tan ilusionada con ser mamá y le costó tanto conseguirlo que se sintió devastada, no había ninguna palabra que la consolara, estaba en duelo y con el corazón roto, solo el tiempo la ayudaría a sanar y a recuperar la esperanza. Había pasado casi un mes desde el violento ataque del que Zoe y Bárbara fueron víctimas y la policía aún no había hallado al responsable, no encontraron el vehículo y, aunque varias cámaras registraron el hecho, no pudieron rastrear al propietario del auto porque no tenía placas que lo identificaran y no tenían a ningún sospechoso. Ni Sara, Santia
Capítulo 24. La caída del heredero Apenas Lorenzo se fue, Antonella llamó a su amante y le dijo que lo esperaba en su apartamento, necesitaban pensar en un nuevo plan para quedarse con parte de la enorme fortuna del heredero de los Moretti, el hombre podía comprar un país si le daba la gana, y ni siquiera lo sabía. Le hicieron creer que su abuelo solo le había dejado el 10% de la empresa, pero su padre había modificado el testamento ilegalmente y comprado a quien fue el abogado del difunto Filippo Morreti y lo que en verdad le correspondía era el 50% de las acciones, convirtiendo a Lorenzo en el hombre joven más adinerado de Italia. Sabiendo todo eso, ella no iba a conformarse con limosnas, quería un gran trozo del pastel y no iba a irse sin él. Merecía una vida de reina y la tendría. —¿Has pensado en algo? —le preguntó Antonella a su cómplice en cuanto entró al apartamento. —Directo a los negocios, ¿eh? —apuntó, haciendo un gesto con las cejas—. Ya tendremos tiempo de hablar, en
Capítulo 25. ¿Y si dejas de pensarlo y lo haces? Lorenzo no tenía idea de que su madre iba a aparecerse en la fniesta de Zoe, ni siquiera sabía que se encontraba en Estados Unidos, no había hablado con ella desde la última vez que la vio en Milán, no le interesaba tener ningún tipo de relación con Vittoria, al contrario, entre más lejos estuviera de él, mejor. —Tienes que irte, Vittoria. Ahora —le ordenó hablando en voz baja, pero en tono contundente. —¿Por qué? Es el cumpleaños de mi nieta, ¿no? Tengo derecho a estar aquí —señaló enarcando las cejas. —No, no tienes derecho a nada, lo perdiste el día que decidiste mentirle a Sara y a mí —espetó disgustado justo antes de que Sara se plantara delante de Vittoria y la echara de la fiesta como la intrusa que era. —Sé que merezco su odio, que jamás debí mentirles como lo hice —admitió, tragándose su orgullo, tenía que convencerlos de que estaba arrepentida—. Les pido perdón y la oportunidad de conocer a mi nieta, de ser parte de su vi
Capítulo 26. Un beso dulce y un final amargoSara corrió abrir la puerta, pero no vio a nadie por ningún lado. ¿Lorenzo le había mentido? No podía creer que lo hiciera. ¿Por qué jugaba así con ella? —¡No estás! ¡Qué malo eres! —dijo haciendo un mohín como los de Zoe, en verdad esperara encontrarlo en el pasillo cuando abriera la puerta. —Estoy afuera del edificio y está haciendo un frío de muerte. ¿Puedes abrirme? —¡Ay, Dios! Sí, sí, enseguida te abro. —Corrió a presionar el botón que abría la puerta principal del edificio y escuchó mientras Lorenzo entraba, pero entonces recordó que el ascensor estaba averiado y que no podría subir. Se calzó los pies, tomó las llaves y salió del apartamento para encontrarse con él en el lobby. Mientras bajaba, sonreía, aquella parecía una escena de película de romance. Como la llamada seguía abierta, Lorenzo podía escuchar la respiración agitada de Sara. ¿Se estaba ejercitando a esa hora? Pero cuando vio el letrero de “averiado” colgado en la
Lorenzo miró su reloj por tercera vez en los últimos cinco minutos, Sara debía haber llegado ya, le escribió un mensaje diciéndole que estaba saliendo y había pasado media hora desde entonces. ¿Se había arrepentido? Esperaba que no, porque tenía muchas ganas de verla y de tenerla entre sus brazos de nuevo, no dejaba de pensar en ella y en ese beso tan apasionado como excitante que le había dado. A Sara no parecía importarle que fuera parapléjico, lo besaba con ganas y necesidad, como nunca lo hizo Antonella. Para su esposa, él solo era un medio para un fin, nunca lo amó, lo que la movía era el interés. ¿Cómo pudo ser tan ciego con Antonella? Una llamada entrante lo sacó de sus pensamientos, era de un número desconocido. Pocas veces contestaba llamadas de números que no tuviera registrados en los contactos, pero decidió hacerlo solo por curiosidad. —Buenos días, ¿es usted familiar de Vittoria Morreti? —le preguntó una mujer en cuanto él respondió. Lorenzo frunció el ceño, ¿por qué a
“La prueba de embarazo de su esposa salió positiva”, había anunciado el médico segundos antes, dejando a Sara por completo sorprendida. No era posible, su período no había faltado y ella usaba un implante anticonceptivo, se lo había cambiado dos meses atrás. ¿Cómo pudo quedar embarazada? Aquella noticia le cayó como un balde de agua helada, amaba ser mamá, pero no estaba en sus planes tener un bebé. En cambio, Santiago estaba encantado, en su rostro se había dibujado una sonrisa de oreja a oreja cuando lo supo, sonrisa que se borró en el momento que miró a Sara y vio la expresión en su rostro. Claro, el hijo es mío, si estuviera embarazada de Lorenzo, la historia sería otra, pensó sintiendo una mezcla de ira y dolor. ¡Soy un idiota! ¿Cuántas veces podía romperle Sara el corazón? —Pediré que le realicen una ecografía, volveré más tarde —enunció el médico dándose cuenta de la tensión entre los esposos, lo mejor era dejarlos solos para que pudieran hablar. Tan pronto el médico
Lorenzo solo necesitó un gesto de Sara para confirmar que era cierto, que estaba esperando un hijo de Santiago. Sin decir nada, giró la silla y salió del cubículo sintiéndose como un estúpido, no porque estuviera embarazada, sería un hipócrita si se molestara con ella cuando Antonella esperaba un hijo suyo, sino porque no fue honesta con él. Era obvio que no quería decírselo, por eso se puso tan pálida cuando lo vio entrar, y él preocupado por como un tonto. Pensaba que podía confiar en ella, que, de todas las personas de su pasado, Sara era la única que era sincera con él, pero se había equivocado otra vez. Estaba tan enojado que salió de la sala de urgencias sin esperar a Elizabeth y no se detuvo hasta cruzar las puertas del hospital y llegar afuera. Quería irse, lo habría hecho si no fuera por su madre, aunque no mereciera que se preocupara por ella. ¿Qué era lo que había pasado? Se volvió a preguntar Lorenzo mientras intentaba apaciguar la ira que lo consumía como un veneno. Neces