Mientras sostenía el arma con ambas manos, el corazón de Nina latía en sus oídos.Hay cosas que deben hacerse. Arrebatar el arma del hombre que la ata a una silla o disparar cuando la amenaza es inminente, es de esas cosas.No se planean.No se piensan.Son, simplemente, acciones desesperadas. — No te vas a exponer así.El General Domoniccie se ajustaba el chaleco antibalas e ignoraba a Dante.— Si los hombres de Greco te ven, no habrá manera de evitar que las cosas dentro se salgan de control.Pero Salvador disfrutaba tomar el control con sus propias manos, más cuando se ensuciaba con la sangre de sus enemigos. — Nina… — susurró Mauricio, con los ojos abiertos de par en par.Nina era embestida contra el suelo por los dos gorilas que intentaban amarrarla, pero ya era tarde.Ella había logrado tomar el arma que sobresalía del cinturón de uno de ellos y disparado en dirección a Julieta sin siquiera apuntar demasiado.Ensordecida por el estruendo del disparo, veía el rostro de Julieta
Greco sentía su cuerpo cada vez más pesado, pero no dejaba de asesinar con la mirada a la joven parada delante de él.Nina apretaba las manos alrededor del arma y hasta los dientes apretaba.Su estómago estaba tenso.Igual que cuando Julieta cayó delante de ella, mientras miraba a Greco, no podía pensar en absolutamente nada más, concentrada en distinguir el momento preciso en que la vida abandonara el cuerpo de esos dos.Solo se relajaría cuando la amenaza hubiera pasado, cuando su vida al fin estuviera fuera de peligro… Los hombres de Salvador corrieron en el interior del taller junto con los de Dante.Vidrios, balas, sangre… Para todos ellos, eso era normal, para ella, era inevitable.La cabeza de Greco colgó de su cuello con un movimiento brusco y el anciano se desplomó en el suelo con un ruido seco.Nina cerró los ojos con fuerza y soltó el aire contenido.Al fin.Estaba a salvo.Como alma que huye del diablo, Salvador corrió hacia ella y alcanzó a tomarla entre sus brazos antes
— ¿Hasta qué hora me dijiste que te esconderías aquí?Daniela se cruzó de brazos delante de Nina, dando golpecitos con la punta del pie contra el piso— No te dije – Nina se encogió de hombros.Con el cabello recogido en una coleta, un short negro y una camiseta blanca holgada, Nina se rehusaba a levantarse del sillón de Daniela.— Nina… tengo cosas que hacer.— No te retengo, ve, ve… ¿O es que no confías en mí como para dejarme sola?— Nina… — Daniela – no tengo ningún problema con que te quedes aquí mientras no estoy, pero quedé con un amigo aquí…— ¿Y no puedo conocer a tu amigo?— ¿El General no se molestará si te ves con otros hombres?— No es mi problema que se enoje… ¿Tú te enojarás si no me voy? ¿Por qué me corres por ese amigo? — Porque es un amigo con el que me veo una vez a la semana para… liberar estrés ¿Necesitas que te lo diga más claro?— Magnolia sale de su terapia en media hora… ya me voy.— Gracias – se colocó unos aretes con una sonrisa.— Pero no me voy para no mo
Años atrás, o incluso tan solo unos meses antes de la muerte y la invalidez de Julieta, Magnolia no podía salir de la mansión por cuestiones de seguridad.Ser la hija del General Domoniccie, aún la definía de cierta manera como un blanco para quienes tuvieran diferencias con Salvador, al menos ya no tenían que temer a las personas más cercanas, así que luego de llevar a su terapia, Nina pasó la tarde con la pequeña en una plaza cercana.Lamentablemente, para Nina la panza de ocho meses de embarazo le volvía imposible seguirle el ritmo a la niña que, entusiasmada, corría por todo el lugar, así que luego de tan solo una hora, emprendió el regreso a casa.Claro que durante todo el camino se la pasó pensando cómo seguir evitando al General y optó por esconderse en su estudio.— Dani ¿Sigues ocupada? — Nina, ya son las doce de la noche.— No me puedo dormir.— Ponte a leer.— Dani ¿Puedo ir a verte?— No jodas Nina, estaba durmiendo.— Nunca duermes temprano.— No es temprano.— Pero… pero
Sentada sobre su falda, Nina sentía que todo su cuerpo se calentaba.— ¿Qué debo hacer, Eva? – le preguntó Salvador con la voz áspera por el deseo. Y a Nina se le secó la garganta.Tenía sed… de él.A dos centímetros de su boca, la tentación palpitaba dentro de ella.Rozó los labios del hombre con anhelo Hay cierta magia en el cuerpo humano, cierto misterio envuelto en tanto placer.Es instintivo, natural… primitivo.Trascendental.Y la hulla de Salvador en su cuerpo, llenaba a Nina de ansiedad.— Quiero… — susurró sin aliento.— ¿Quieres ir de a poco? – Salvador coló una mano debajo de la camiseta de Nina y la levantó hasta arriba de su busto.Un hormigueo recorrió la piel de la joven.Salvador estaba fascinado con la mujer sobre él, su piel parecía más suave y luminosa desde que estaba embarazada y el exceso de grasa corporal volvía más excitante cada una de sus curvas.Quería apretar, pellizcar y morder, sus mejillas, sus pechos, su cadera, sus muslos… Había notado cada cambio en
Nina despertó en el cuarto de Salvador en una mañana de ensueño.Entreabrió los ojos despacio, por la luz del sol que iluminaba la habitación entera, traspasando el ligero paño de la cortina blanca, supuso que no eran más de las diez.El aire gélido era una caricia sobre su piel descubiertaNo tenía idea de a qué hora se habían mudado allí, solo recordaba el calor del pecho de Salvador al cargarla entre sus brazos hasta esa cama.No pudo evitar sonreír al pensar en lo sucedido.Al principio fueron sugerentes, provocadores… e incluso competitivos, como si se tratara de ver quién tenía más poder sobre el cuerpo del otro. Pero luego de la segunda ronda, fue incluso divertido.“¿Eso es todo, General?” se burló… y entonces comenzaron a debatir sobre quién duró más la vez anterior, cuántas veces él se había detenido porque luego del sexto orgasmo, ella alcanzaba su límite e incluso sacó a relucir la capacidad natural de Nina para dormirse rápidamente.Y entre chiste y chiste, él la mantuvo
— Necesito cambiarme – Eva respiraba hondo, tratando de mantener la calma.— Tenemos que ir al hospital.— No voy a ir desnuda, Salvador – se cubrió con la sábana.— ¿Hace cuánto comenzaron los dolores? – Sara se cruzó de una habitación a otra para buscarle ropa.— Antes de dormir.— ¿Comenzó anoche? ¿Por qué no me lo dijiste? – Salvador estaba más pálido que ella.— Nos dormimos hace unas horas y no creí que fuera algo serio.— Aun así, por más mínimo que fuera el dolor…— Comparado con el dolor del parto de Magnolia, estos no eran nada... hasta ahora que son más fuertes… Oh, por Dios… — Eva se aferró al brazo de Sara, que la ayudaba a levantarse. — ¿Qué ocurre? – Salvador se acercó a ellas.— ¿Cada cuánto son las contracciones, Señora? – Sara no le prestó atención al hombre.— ¿Ves que tenga un reloj encima, Sara? – resopló Eva.— Señora, es importante saberlo.— Lo sé… Pero cómo quieres que te responda si apenas… Ay… otra… contracción.— General, pídale a Felipe que prepare el auto
Mauricio se quitó un guante, luego el otro.Quitarse el equipo de protección no era nada de otro mundo y siempre lo hacía de manera mecánica, sin pensar demasiado.Cuidar de que su piel no tocara las partes del equipo que estuvieron expuestas en el quirófano ya era un hábito en que no reparaba demasiado, había incorporado cómo hacerlo sin errores cuando apenas era un estudiante. Pero esa vez, lo hizo a conciencia, tomándose el doble de tiempo.Incluso ojeaba el interior del contenedor de residuos cuando tiraba cada prenda.- ¿Qué sigue? - preguntó a su secretaria con la misma distancia de siempre.- Es hora de ir a casa, Doctor.- ¿No hay nada más? - arrugó la frente.Estaba seguro de llenar su agenda.- Son las cuatro de la mañana, Doctor.- ¿No hay nada que podamos adelantar esta noche?- Nada que el comité del hospital apruebe- ¿Por qué no? - Se sentó en la silla de su oficina soltando el aire con fastidio.- Hay gente que duerme, Doctor.- Claro… por eso al otro día tienen tanta