En una oficina poco iluminada, Roberto Mendieta se encontraba sentado en su escritorio, con una copa de licor en la mano. Sus movimientos eran pausados, casi calculados, mientras sus ojos recorrían los documentos que tenía frente a él. La luz de una lámpara de escritorio proyectaba sombras en su rostro, acentuando la dureza de su expresión.La puerta se abrió con cautela, y dos de sus hombres entraron, intercambiando miradas nerviosas antes de hablar. Uno de ellos, de rostro marcado por cicatrices, tomó la iniciativa.—Señor Mendieta, no pudimos hacer nada.Roberto alzó la mirada, su ceño fruncido en señal de disgusto.—¿Cómo que no pudieron hacer nada?—Alguien se nos adelantó. Parece que la abogadita tiene más enemigos de los que pensábamos. La atacaron en el penal antes de que pudiéramos movernos.Mendieta dejó la copa en la mesa con un golpe seco, su mandíbula apretada mientras procesaba la información.—¿Y Díaz?—Jugó al héroe, es extraño, defendió a la mujer que lo condenó en pr
Anthony miró de reojo a Martha, su expresión endureciéndose.—Eso depende de algunas cosas. Pero voy a hacer todo lo posible para que podamos estar juntos.Samuel apretó los puños, desviando la mirada hacia el suelo. Cada palabra, cada gesto de los niños hacia Anthony, era una daga en su pecho. Sin embargo, no dijo nada más. Solo permaneció allí, como un espectador en una vida que le había sido arrebatada.Martha finalmente intervino, con una voz cargada de veneno.—Ya fue suficiente. Ethan, Cloe, regresen a su habitación.—Pero queremos quedarnos con Tony —insistió Cloe, aferrándose más fuerte a su brazo.Anthony se puso de pie, sosteniendo a los niños de las manos.—Ellos no tienen por qué sufrir por los errores de los adultos.Martha soltó un bufido, pero antes de que pudiera responder, Samuel habló con un tono bajo pero firme.—Tienen derecho a conocer la verdad.Anthony lo miró con atención, mientras Martha volvía a perder el color de su rostro. Claramente, la verdad era algo que
María Elena avanzaba por el pasillo acompañada de Anthony, quien se aseguraba de que no encontrara ningún inconveniente en su camino.Cuando llegaron frente a la puerta de la habitación de Luis Díaz, un guardia los detuvo.—¿Quiénes son? —preguntó, su tono seco pero cortés.—Soy María Elena Duque, abogada de Luis Díaz. Estoy aquí para hablar con mi cliente —dijo ella, mostrando su identificación.—Ambos somos sus abogados —añadió Anthony para que le permitieran entrar con Elena, mostró su carnet.El guardia examinó la credencial antes de asentir y abrir la puerta. María Elena entró primero, seguida de Anthony, quien permaneció unos pasos detrás de ella.Luis Díaz estaba recostado en la cama, conectado a una máquina que monitoreaba sus signos vitales. A pesar de su estado, mantenía esa mirada penetrante que siempre parecía desafiar al mundo. Cuando vio a María Elena, sus labios se curvaron en una sonrisa débil, pero sarcástica.—Vaya, doctora Duque. No esperaba verla tan pronto. ¿Viene
Un par de días después. Majo y Salvador volvieron a Colombia, conocían las habilidades de Anthony así que no dudaron un segundo en confiar en él, al igual que Maryluz y Mabel quienes retomaron sus actividades.La sala del tribunal estaba repleta de expectación. En un lado, Anthony Lennox, impecablemente vestido, con su presencia que dominaba la sala, y en el otro, Elliot Grant, visiblemente tenso pero con su característico aire de superioridad. Frente a ellos, el juez presidía con una expresión severa, evaluando cada palabra que ambos pronunciaban.Anthony se levantó con calma cuando llegó su turno para hablar.—Honorables miembros de este tribunal —comenzó, su tono firme pero respetuoso—. Estoy aquí para demostrar que el Fiscal Elliot Grant no solo actuó con negligencia, sino con un abuso de autoridad y una conducta profesional inapropiada al decidir enviar a mi cliente, la doctora María Elena Duque, a un penal que representaba un riesgo evidente para su integridad.Grant lo miró con
El traslado de Luis Díaz al nuevo penal había sido silencioso pero significativo. Las medidas de seguridad eran estrictas, y las celdas más pequeñas, aisladas. Luis no se quejaba; después de todo, estar lejos de la constante amenaza del anterior penal era un alivio. Pero en su mente, las imágenes de una mujer rubia con carácter indomable no dejaban de perseguirlo.Dafne Duque.Recostado en la litera de su celda, con las manos detrás de la cabeza, miraba al techo mientras una sonrisa cínica se dibujaba en su rostro. Los besos que compartieron, las palabras filosas que se cruzaron… todo volvía a él como un torbellino."Eres una tormenta, Duque," pensó, mientras su sonrisa se desvanecía. Había sentido muchas cosas en su vida: rabia, frustración, incluso desesperanza. Pero lo que Dafne le hacía sentir era diferente. Ella lo retaba, lo desafiaba a seguir adelante. Pero ahora, su ausencia empezaba a calar hondo.—¿Será que me vendió falsas promesas? —murmuró para sí mismo, con un dejo de sa
Blair tomó asiento frente a ella, sacando una carpeta de su maletín y colocándola sobre la mesa de vidrio.—Estamos investigando el ataque que sufrió María Elena Duque en prisión. Y también… —hizo una pausa, midiendo el impacto de sus palabras— los eventos que llevaron a la muerte de su hija, Rachel.El rostro de Martha se endureció, aunque intentó mantener su compostura.—Eso es un tema muy delicado para mí, teniente. Perdí a mi hija y ahora estoy enfocada en cuidar a mis nietos.Blair asintió, inclinándose ligeramente hacia adelante con aparente comprensión.—Entiendo su dolor. Pero hay algunas cosas que no cuadran, señora Carlson. Por ejemplo, hemos descubierto que usted ha estado en contacto con un hombre llamado Juan García, alguien con antecedentes penales.La mención del nombre hizo que Martha parpadeara, pero su expresión no cambió.—¿Juan García? No tengo idea de quién me está hablando.Blair abrió la carpeta y sacó una fotografía, colocándola sobre la mesa. Era la imagen que
La noche era oscura y fría, las luces neón del bar parpadeaban con un tono rojizo, iluminando las caras endurecidas de los hombres que bebían en su interior. Blair Vanderbilt estaba afuera, en el vehículo del equipo del FBI, observando el lugar a través del cristal empañado. Habían pasado días esperando las grabaciones de las cámaras que había en el sitio donde ocurrió el ataque a Rachel. Alguien desde adentro había retrasado el proceso y todo apuntaba a Grant.Luego de mirar las escenas, sabían que el hombre al que buscaban era peligroso, un asesino a sueldo con un historial de violencia brutal.—Todos listos —ordenó Blair por el auricular, su tono calmado pero autoritario.El equipo respondió afirmativamente, sincronizados como una máquina bien engrasada. Blair bajó del vehículo, ajustándose el chaleco antibalas debajo de su chaqueta y asegurándose de que su arma estuviera cargada.—Entramos en tres… dos… uno.La puerta del bar se abrió de golpe, los agentes ingresaron como una ráfa
El ambiente en el hospital St. Luke’s estaba tranquilo, pero Juanes Duque caminaba con pasos decididos, casi desesperados, por los pasillos. Había llegado en tiempo récord y, tras consultar en recepción, supo que Blair Vanderbilt estaba en una habitación del ala de urgencias. El problema era que no lo dejaban pasar.—Señor, solo familiares directos pueden ingresar —le explicó la enfermera del mostrador con tono profesional, mirándolo con desaprobación.Juanes, sin perder su sonrisa encantadora, se inclinó ligeramente sobre el mostrador y bajó la voz.—Vamos, señorita, ayúdeme aquí. Viajé desde el otro lado de la ciudad solo para verla. Es… muy importante para mí.La enfermera lo miró, dudosa, pero no pudo evitar fijarse en la intensidad de sus ojos y el carisma con el que le hablaba. Él sonrió aún más, inclinándose un poco más cerca.—Solo quiero asegurarme de que está bien. Dígame, ¿de verdad alguien como yo puede causar problemas? —dijo con tono suave, gesticulando con una mano.La