Blair tomó asiento frente a ella, sacando una carpeta de su maletín y colocándola sobre la mesa de vidrio.—Estamos investigando el ataque que sufrió María Elena Duque en prisión. Y también… —hizo una pausa, midiendo el impacto de sus palabras— los eventos que llevaron a la muerte de su hija, Rachel.El rostro de Martha se endureció, aunque intentó mantener su compostura.—Eso es un tema muy delicado para mí, teniente. Perdí a mi hija y ahora estoy enfocada en cuidar a mis nietos.Blair asintió, inclinándose ligeramente hacia adelante con aparente comprensión.—Entiendo su dolor. Pero hay algunas cosas que no cuadran, señora Carlson. Por ejemplo, hemos descubierto que usted ha estado en contacto con un hombre llamado Juan García, alguien con antecedentes penales.La mención del nombre hizo que Martha parpadeara, pero su expresión no cambió.—¿Juan García? No tengo idea de quién me está hablando.Blair abrió la carpeta y sacó una fotografía, colocándola sobre la mesa. Era la imagen que
La noche era oscura y fría, las luces neón del bar parpadeaban con un tono rojizo, iluminando las caras endurecidas de los hombres que bebían en su interior. Blair Vanderbilt estaba afuera, en el vehículo del equipo del FBI, observando el lugar a través del cristal empañado. Habían pasado días esperando las grabaciones de las cámaras que había en el sitio donde ocurrió el ataque a Rachel. Alguien desde adentro había retrasado el proceso y todo apuntaba a Grant.Luego de mirar las escenas, sabían que el hombre al que buscaban era peligroso, un asesino a sueldo con un historial de violencia brutal.—Todos listos —ordenó Blair por el auricular, su tono calmado pero autoritario.El equipo respondió afirmativamente, sincronizados como una máquina bien engrasada. Blair bajó del vehículo, ajustándose el chaleco antibalas debajo de su chaqueta y asegurándose de que su arma estuviera cargada.—Entramos en tres… dos… uno.La puerta del bar se abrió de golpe, los agentes ingresaron como una ráfa
El ambiente en el hospital St. Luke’s estaba tranquilo, pero Juanes Duque caminaba con pasos decididos, casi desesperados, por los pasillos. Había llegado en tiempo récord y, tras consultar en recepción, supo que Blair Vanderbilt estaba en una habitación del ala de urgencias. El problema era que no lo dejaban pasar.—Señor, solo familiares directos pueden ingresar —le explicó la enfermera del mostrador con tono profesional, mirándolo con desaprobación.Juanes, sin perder su sonrisa encantadora, se inclinó ligeramente sobre el mostrador y bajó la voz.—Vamos, señorita, ayúdeme aquí. Viajé desde el otro lado de la ciudad solo para verla. Es… muy importante para mí.La enfermera lo miró, dudosa, pero no pudo evitar fijarse en la intensidad de sus ojos y el carisma con el que le hablaba. Él sonrió aún más, inclinándose un poco más cerca.—Solo quiero asegurarme de que está bien. Dígame, ¿de verdad alguien como yo puede causar problemas? —dijo con tono suave, gesticulando con una mano.La
El hombre exhaló con pesadez, como si estuviera cansado de la conversación.—Pagó para que yo hiciera lo mismo de siempre. Unos golpes bien dados, lo suficiente para dejarla "creíble". Pero algo salió mal.Blair no apartó la mirada, manteniendo la presión.—Define "salió mal".El hombre alzó las cejas y soltó una carcajada seca.—Esa noche estaba más loca que nunca. Gritaba como una maniática, no dejaba de moverse. Me puso tan de los nervios que... bueno, no me pude resistir. La maté.El silencio en la sala fue ensordecedor. Anthony, en la otra habitación, se quedó helado. Cada palabra del hombre era como una daga que se clavaba más profundamente. Rachel no había sido una víctima inocente. Su propio desequilibrio y obsesión habían provocado su muerte.Blair respiró hondo, recuperando la compostura.—¿Conoce a María Elena Duque? ¿Está tratando de encubrirla?El hombre negó con la cabeza, frunciendo el ceño.—¿Quién diablos es esa? No tengo idea de quién es. —Se quedó pensativo—. Creo
La puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión
El sol de la tarde se colaba por los ventanales del elegante despacho de Anthony Lennox, proyectando sombras sobre las paredes de madera oscura. La mesa de reuniones, de cristal y acero, estaba rodeada por los socios de su firma. La discusión giraba en torno a un caso penal complejo, uno de esos que podían marcar el destino de la firma y de las personas implicadas. Anthony, sentado al final de la mesa, escuchaba en silencio, sus dedos tamborileando sobre los documentos mientras sus colegas intercambiaban opiniones.—El caso es complicado —comentó uno de los abogados—. La evidencia no es concluyente y la presión mediática está en nuestra contra.—No hay manera de ganar esto sin un acuerdo —agregó otro socio—. Si forzamos el juicio, arriesgamos mucho.Anthony, siempre implacable y calculador, alzó la mirada. Con un gesto de la mano, indicó que era hora de hablar. El silencio en la sala fue inmediato. Todos sabían que cuando Lennox hablaba, había una dirección clara que seguir.—Un acuer
El reloj en la pared marcaba las 7:30 a.m., y el ajetreo matutino en el apartamento de María Elena Duque estaba en su apogeo. Mientras intentaba encontrar sus llaves y revisar su agenda para el día, su hijo Michael comía su cereal tranquilamente, completamente ajeno a la prisa de su madre.—Michael, cariño, apúrate con ese desayuno. El bus escolar ya casi llega, y no podemos llegar tarde —dijo María Elena, apresurándose de un lado a otro.Michael, siempre curioso, levantó la vista de su tazón y la observó con sus grandes ojos claros, tan parecidos a los de Anthony.—Mamá, en la escuela dijeron que hay un evento la próxima semana, y tienen que ir todos los papás. —Michael la miró directamente, sus palabras saliendo con total naturalidad—. ¿Por qué mi papá no está conmigo? ¿Cuándo va a venir?La pregunta de su hijo la descolocó por completo. Cada vez que Michael preguntaba por su padre, sentía el mismo nudo en el estómago. Anthony. El hombre que nunca supo que tenía un hijo. Michael se
El aire en la sala se volvía más denso con cada segundo. María Elena sentía cómo la adrenalina subía por su cuerpo, alimentada por la furia y el desconcierto. Sin pensarlo, dio un paso hacia el hombre que acababa de soltar esa confesión devastadora. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, sus ojos azules llenos de rabia.—¿¡Qué dijiste!? —espetó, con la voz temblorosa de indignación—. ¡¿Vienes ahora, después de ocho años, a decirme que Luis Díaz es inocente?! ¡¿Por qué callaste todo este tiempo?!El hombre, visiblemente asustado, levantó las manos en un intento de defenderse, pero no se apartó. Sabía que merecía ese reclamo.—¡Tenía miedo! —respondió con la voz rota—. ¡Estaba amenazado! Si hablaba, iban a matarme... a mí, a mi familia. No podía hacer nada. Pero no puedo seguir con esto. No puedo dormir, doctora. Luis Díaz es inocente, ¡no fue él! El verdadero asesino fue su socio... Roberto Medina.María Elena sintió un frío recorrerle la espalda al escuchar el nombre. Recordaba a Medina,