Dafne, sorprendida por el movimiento de Luis, no retrocedió de inmediato. Por el contrario, durante un fugaz segundo, respondió al beso con la misma intensidad, como si se tratara de un duelo en el que ninguno quería ceder. Sin embargo, la consciencia de lo que estaba ocurriendo la golpeó como un balde de agua fría.Con una mezcla de furia y algo que no podía identificar, Dafne se separó bruscamente. No retrocedió; se quedó frente a él, enfrentándolo con la mirada encendida y una furia que parecía capaz de incendiar la habitación.—¡Estás completamente loco! —exclamó, y sin pensarlo dos veces, levantó la mano y lo abofeteó con fuerza. El sonido resonó en la sala como un trueno.Luis, lejos de parecer intimidado, sonrió con esa mezcla de descaro y desafío que tanto la irritaba.—Tú también lo estás, Duque. O no habrías correspondido —expresó en un tono bajo, cargado de insinuación.—¡No vuelvas a besarme jamás! —le espetó, apuntándolo con un dedo, como si lo estuviera sentenciando—. Ni
El sonido de pasos firmes resonó en el pasillo del hospital mientras Elliot Grant, con su porte siempre impecable y un maletín en la mano, se dirigía hacia la sala donde Rachel estaba ingresada. Había venido con la intención de tomar su declaración y avanzar en el caso, pero el aire cargado de tensión y el rostro pálido de una mujer que lo esperaba al final del pasillo indicaban que algo terrible había sucedido.Grant se detuvo frente a ella, observándola con atención.—Soy Elliot Grant, fiscal a cargo del caso de la señora Rachel —se presentó con tono profesional, extendiendo una mano.La mujer lo miró con ojos llenos de lágrimas, aferrándose a un pañuelo con fuerza antes de aceptar el saludo.—Martha… Martha Carlson, la madre de Rachel —respondió, su voz temblorosa mientras intentaba recomponerse—. Señor fiscal, mi hija… ella…Grant frunció el ceño al captar el quiebre en su tono.—¿Qué ocurrió? —preguntó con seriedad, sus palabras cargadas de preocupación.Martha tragó saliva, trat
En el apartamento de María Elena, los niños terminaban de acomodar los colchones que habían usado para el improvisado campamento. Entre risas y movimientos torpes, Micky intentaba coordinar a Ethan y Chloe para tender las sábanas correctamente.—¡Chloe, la esquina de allá! —decía con paciencia, señalando el extremo opuesto de la cama.—¡Lo estoy haciendo! —replicó la niña, tirando de la tela con todas sus fuerzas—, pero ayúdame, solo te gusta dar órdenes. —Se quejó.Micky asintió y fue en su ayuda.La vibración del teléfono sobre la mesa llamó la atención de María Elena. Estaba terminando de arreglar algunos cojines en la sala cuando vio el nombre de Anthony en la pantalla. Era un mensaje:"Estoy en el pasillo, ¿puedes salir?"Frunció el ceño al leerlo. Había algo extraño en esas palabras, en la urgencia silenciosa que transmitían. Dejó los cojines a un lado y caminó hacia la puerta, sintiendo un leve nudo en el estómago. Cuando abrió, encontró a Anthony de pie, con la espalda apoyada
María Elena miró la escena con lágrimas en los ojos, sintiendo el peso del momento. Se inclinó para acariciar el cabello de Cloe, quien seguía aferrada a Anthony, y luego colocó una mano sobre el hombro de Ethan.—Vamos a estar juntos en esto —dijo suavemente—. No están solos.Micky se unió, colocando una mano sobre la de Ethan.—Tampoco voy a dejarlos solos. Somos una familia, ¿recuerdan?Ethan levantó la mirada, viendo a Micky a través de las lágrimas. Aunque no dijo nada, su agarre en Anthony se apretó aún más.Anthony, conmovido por las palabras de Micky, extendió un brazo y atrajo a su hijo hacia él.Lo abrazó con fuerza, como si quisiera transmitirle todo el amor que le tenía y que, por momentos, temía que no hubiera sido suficiente.—Gracias, campeón —murmuró Anthony, besándole el cabello—. Gracias por ser tan valiente.Micky levantó la mirada hacia su padre, con los ojos azules llenos de determinación.—No hay de qué, papá. Sé que no va a ser fácil, pero vamos a salir adelante
El silencio en el apartamento era casi insoportable, solo interrumpido por los sollozos de Micky. Sentado en el regazo de María Elena, con el rostro enterrado en su pecho, el niño temblaba de puro miedo y tristeza.—Yo sé que tú no eres una asesina, mamá —susurró entre hipidos—, pero… pero ellos gritaban cosas horribles.María Elena acarició suavemente su cabello oscuro, su propio corazón quebrándose al escuchar la angustia de su hijo.—Lo sé, mi amor, lo sé. Nada de lo que dijeron es verdad. Martha está confundida y lastimada, y por eso dijo esas cosas —murmuró, su voz temblorosa pero firme.Anthony, sentado junto a ellos, miraba a Micky con el corazón hecho pedazos. A pesar de que había intentado proteger al niño de todo esto, las palabras de Martha habían dejado su marca.—Micky —empezó Anthony suavemente, colocando una mano en el hombro del niño—, tu mamá es la persona más fuerte y valiente que conozco. Siempre lucha por lo que es justo, y nunca haría algo tan horrible como lo que
Al día siguiente, la oficina de María Elena tenía una atmósfera profesional y elegante. Los documentos legales y el tablero estratégico en la pared hablaban del enfoque meticuloso con el que abordaba cada caso.Anthony estaba sentado frente a ella, repasando los últimos puntos de la estrategia para la custodia de Ethan y Cloe. Micky había vuelto a la escuela, y consideraron que era lo mejor para tener a su hijo distraído mientras ellos solucionaban la hecatombe que se les venía encima.—Martha va a usar todo en mi contra —mencionó, con un suspiro frustrado—. Pero no puedo permitir que esos niños crezcan sin alguien que realmente los ame y proteja.María Elena se inclinó hacia él, colocando una mano sobre la suya para calmarlo.—Lo lograremos, Tony. Con pruebas sólidas y tu vínculo emocional con los niños, tenemos una oportunidad.Antes de que pudiera continuar, la puerta se abrió de golpe, y Dafne irrumpió en la oficina con su habitual energía. Su bolso colgaba del brazo, y su expresi
La puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión
El sol de la tarde se colaba por los ventanales del elegante despacho de Anthony Lennox, proyectando sombras sobre las paredes de madera oscura. La mesa de reuniones, de cristal y acero, estaba rodeada por los socios de su firma. La discusión giraba en torno a un caso penal complejo, uno de esos que podían marcar el destino de la firma y de las personas implicadas. Anthony, sentado al final de la mesa, escuchaba en silencio, sus dedos tamborileando sobre los documentos mientras sus colegas intercambiaban opiniones.—El caso es complicado —comentó uno de los abogados—. La evidencia no es concluyente y la presión mediática está en nuestra contra.—No hay manera de ganar esto sin un acuerdo —agregó otro socio—. Si forzamos el juicio, arriesgamos mucho.Anthony, siempre implacable y calculador, alzó la mirada. Con un gesto de la mano, indicó que era hora de hablar. El silencio en la sala fue inmediato. Todos sabían que cuando Lennox hablaba, había una dirección clara que seguir.—Un acuer