Luis sonrió ampliamente, sin inmutarse.—Caballero andante no. Más bien, guardaespaldas ocasional. Aunque debo admitir que es entretenido verte en apuros.Dafne frunció el ceño, cruzándose de brazos.—¿Y ahora esperas que te dé las gracias? —replicó con sarcasmo.Luis se inclinó ligeramente hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos. Sus ojos brillaron con una mezcla de diversión y algo más difícil de descifrar.—No espero un simple gracias, pero… podría aceptar una visita conyugal como compensación.Dafne lo fulminó con la mirada.—Eres un imbécil, Díaz.Luis esbozó una sonrisa más amplia.—Un imbécil que te salvó el cuello.Dafne negó con la cabeza y, con una última mirada de advertencia, se giró hacia María Elena.—Sigamos hermana. —Se sentó ignorando a Díaz.Luis, con las manos en los bolsillos, se encogió de hombros.—Nos veremos pronto, Duque.Cuando Luis se alejó con una última sonrisa ladeada, María Elena no pudo apartar la mirada de su hermana. Había algo en la forma en
Dafne al darse cuenta del peligro que estaba corriendo ahí adentro su hermana, decidió no salir, no sin antes buscar protección para Elena.Caminaba por los pasillos del penal con paso firme, aunque sabía que no estaba autorizada para estar allí. No le importaba. Si tenía que enfrentarse a Díaz una vez más, lo haría, y no iba a dejar que su arrogancia la intimidara. Cuando lo encontró en el área común, apoyado contra la pared con esa actitud de quien domina su entorno, Luis alzó la mirada y esbozó su característica sonrisa burlona.—¿Tú otra vez? —preguntó, sin molestarse en ocultar su diversión. Dio un paso hacia ella, su presencia casi abrumadora—. ¿Vienes a la visita conyugal? ¿O será que te hacen falta mis besos, Duque?Dafne rodó los ojos y cruzó los brazos, parándose frente a él con la barbilla alzada.—Vine porque quiero que protejas a mi hermana, no para escuchar tus tonterías. ¿Podemos ir al grano o necesitas otra clase de motivación?Luis arqueó una ceja, claramente entreten
Anthony Lennox estaba sentado en las gradas del campo de entrenamiento, observando a Mike con una mezcla de orgullo y distracción. Su hijo, con su cabello oscuro despeinado y esa energía inagotable de los siete años, corría de un lado a otro, siguiendo las instrucciones de su entrenador. Cada movimiento reflejaba la misma determinación que Anthony veía en María Elena y, en cierto sentido, en él mismo.Mientras Mike practicaba con entusiasmo, Anthony, con el celular en mano, estaba inmerso en su propio campo de batalla. Había pasado las últimas horas haciendo llamadas, buscando formas de acelerar la liberación de María Elena. Aunque intentaba mantener una expresión calmada para no preocupar a su hijo, el peso de la situación era evidente en la forma en que apretaba la mandíbula cada vez que alguien le daba una respuesta insuficiente.—Lo entiendo —dijo al teléfono, su tono frío pero controlado—, pero necesitamos que revisen esa evidencia de inmediato. La doctora Duque no puede seguir d
El aire en la oficina de Blair Vanderbilt era tenso, pero no por incomodidad, sino por la imponente presencia de su dueña. La jefa de la División de Protección y Justicia para Mujeres, con su impecable uniforme y cabello recogido en un moño firme, transmitía autoridad con cada movimiento.Juanes Duque, en cambio, parecía todo lo contrario: relajado, seguro y con una sonrisa que sabía exactamente cómo usar.Blair alzó la vista de los papeles en su escritorio cuando lo vio entrar. Sus ojos azules lo estudiaron con una mezcla de sorpresa y cautela.—Juan Esteban, no esperaba verte aquí.El tono neutral de su voz contrastaba con el sutil cruce de sus manos frente a ella, como si quisiera mantener una barrera invisible.Juanes inclinó ligeramente la cabeza, dejando asomar una sonrisa ladeada.—Blair, qué gusto verte.Hizo una pausa, con un toque de burla en la voz.—Y, por favor, dime Juanes, como siempre lo has hecho.—Hoy no estamos en las fundaciones, si no en mi oficina, así que aquí e
Blair Vanderbilt avanzó por los pasillos del penal con una determinación que la hacía destacar entre los guardias y los detenidos que la miraban al pasar. Su porte impecable y la placa del FBI al cinto eran suficientes para abrir puertas sin preguntas, pero esta vez no era solo su autoridad la que la traía hasta allí. Había algo personal detrás de su visita, un favor a Juanes Duque, aunque intentara convencerse de que era solo trabajo.Cuando entró a la sala de entrevistas, encontró a María Elena Duque sentada al otro lado de la mesa metálica, con el rostro sereno pero marcado por el cansancio. Sus ojos azules se alzaron al verla entrar, y una sonrisa fugaz asomó en sus labios.—Tú debes ser Blair Vanderbilt, ¿cierto? —preguntó María Elena, inclinándose levemente hacia adelante.Blair, acostumbrada a las presentaciones formales, alzó una ceja ante el tono amigable de María Elena. Cerró la puerta detrás de ella y se sentó con calma.—Sí, soy yo. Juanes me pidió que viniera —respondió c
Los guardias llegaron corriendo, deteniendo a los atacantes mientras llamaban a los paramédicos.María Elena se inclinó hacia Luis, sosteniéndolo con la mano que no estaba herida.—¡Quédate conmigo! No puedes dejarme ahora, Díaz.Luis jadeaba con dificultad, su respiración entrecortada mientras la sangre empapaba su ropa. Sus ojos oscuros buscaron a María Elena, y aunque su fuerza comenzaba a desvanecerse, esa sonrisa arrogante que lo caracterizaba apareció, desafiando incluso al dolor.—Tu… hermana… —murmuró, su voz apenas un susurro.—No hables, Luis —le ordenó María Elena, mientras presionaba con fuerza su brazo contra la herida, desesperada por detener el sangrado—. ¡Concéntrate en respirar!Luis soltó un débil sonido, que parecía una risa rota.—Dile a… tu hermana… que no… le voy a dar el gusto… de morirme —susurró, sus palabras arrastradas pero cargadas de intención.María Elena lo miró con incredulidad, sintiendo un nudo en el pecho.—Cállate, Díaz —le espetó, intentando manten
El sonido de las ambulancias resonaba en las calles mientras dos camillas ingresaban de prisa al área de urgencias. María Elena, con el brazo ensangrentado, intentaba mantenerse despierta, pero la preocupación por Luis Díaz, que era llevado detrás de ella en estado crítico, la consumía.Anthony, que había insistido en acompañarla, se mantenía a su lado, sosteniendo su mano con fuerza.—Estoy aquí, Elena. No te dejaré sola —murmuró, aunque su voz traicionaba la tensión que sentía.—Luis… —susurró ella, mirando hacia la camilla que desaparecía tras las puertas de cirugía—. No puede morirse.—Lo sé —respondió, aunque su mandíbula se tensó al ver el estado en el que Díaz había quedado. No podía evitar sentir un torbellino de emociones: gratitud hacia el hombre que había protegido a María Elena.Minutos después, la familia llegó al hospital, llenando la sala de espera con una mezcla de tensión y esperanza. Dafne, manteniendo su compostura habitual, caminaba lentamente por el espacio mientr
La cafetería del hospital estaba casi vacía, con solo el murmullo ocasional de las máquinas dispensadoras y algún que otro visitante distraído. Salvador Arismendi y Anthony Lennox ocupaban una mesa en una esquina, sus tazas de café enfriándose mientras discutían con intensidad. Ambos hombres, titanes en el ámbito penal, proyectaban una mezcla de determinación y cansancio.Salvador fue el primero en romper el silencio, su voz grave pero calculada.—Este atentado no fue un simple mensaje, Anthony. Fue un intento deliberado de silenciar a alguien. Necesitamos saber exactamente por qué.Anthony apretó la mandíbula, sus dedos tamborileando sobre la mesa.—Esto tiene que ver con el caso de Díaz. Es demasiada coincidencia que esto ocurra justo cuando reabrimos su investigación. No me cabe duda de que alguien se siente amenazado. Y ese alguien no tiene límites.Salvador asintió, entrelazando las manos sobre la mesa. Su porte tranquilo no disimulaba la agudeza de su análisis.—Lo primero es de