Los guardias llegaron corriendo, deteniendo a los atacantes mientras llamaban a los paramédicos.María Elena se inclinó hacia Luis, sosteniéndolo con la mano que no estaba herida.—¡Quédate conmigo! No puedes dejarme ahora, Díaz.Luis jadeaba con dificultad, su respiración entrecortada mientras la sangre empapaba su ropa. Sus ojos oscuros buscaron a María Elena, y aunque su fuerza comenzaba a desvanecerse, esa sonrisa arrogante que lo caracterizaba apareció, desafiando incluso al dolor.—Tu… hermana… —murmuró, su voz apenas un susurro.—No hables, Luis —le ordenó María Elena, mientras presionaba con fuerza su brazo contra la herida, desesperada por detener el sangrado—. ¡Concéntrate en respirar!Luis soltó un débil sonido, que parecía una risa rota.—Dile a… tu hermana… que no… le voy a dar el gusto… de morirme —susurró, sus palabras arrastradas pero cargadas de intención.María Elena lo miró con incredulidad, sintiendo un nudo en el pecho.—Cállate, Díaz —le espetó, intentando manten
El sonido de las ambulancias resonaba en las calles mientras dos camillas ingresaban de prisa al área de urgencias. María Elena, con el brazo ensangrentado, intentaba mantenerse despierta, pero la preocupación por Luis Díaz, que era llevado detrás de ella en estado crítico, la consumía.Anthony, que había insistido en acompañarla, se mantenía a su lado, sosteniendo su mano con fuerza.—Estoy aquí, Elena. No te dejaré sola —murmuró, aunque su voz traicionaba la tensión que sentía.—Luis… —susurró ella, mirando hacia la camilla que desaparecía tras las puertas de cirugía—. No puede morirse.—Lo sé —respondió, aunque su mandíbula se tensó al ver el estado en el que Díaz había quedado. No podía evitar sentir un torbellino de emociones: gratitud hacia el hombre que había protegido a María Elena.Minutos después, la familia llegó al hospital, llenando la sala de espera con una mezcla de tensión y esperanza. Dafne, manteniendo su compostura habitual, caminaba lentamente por el espacio mientr
La cafetería del hospital estaba casi vacía, con solo el murmullo ocasional de las máquinas dispensadoras y algún que otro visitante distraído. Salvador Arismendi y Anthony Lennox ocupaban una mesa en una esquina, sus tazas de café enfriándose mientras discutían con intensidad. Ambos hombres, titanes en el ámbito penal, proyectaban una mezcla de determinación y cansancio.Salvador fue el primero en romper el silencio, su voz grave pero calculada.—Este atentado no fue un simple mensaje, Anthony. Fue un intento deliberado de silenciar a alguien. Necesitamos saber exactamente por qué.Anthony apretó la mandíbula, sus dedos tamborileando sobre la mesa.—Esto tiene que ver con el caso de Díaz. Es demasiada coincidencia que esto ocurra justo cuando reabrimos su investigación. No me cabe duda de que alguien se siente amenazado. Y ese alguien no tiene límites.Salvador asintió, entrelazando las manos sobre la mesa. Su porte tranquilo no disimulaba la agudeza de su análisis.—Lo primero es de
El hospital estaba en penumbra, con el eco de pasos ocasionales resonando en los pasillos vacíos. Dafne, con su disfraz de enfermera impecablemente ajustado, caminaba con seguridad hacia la habitación de Luis Díaz. Había sobornado al personal adecuado y manejado las excusas con precisión, usando su ingenio para eludir cualquier sospecha. Con una carpeta en mano y la cabeza ligeramente inclinada como si revisara un informe médico, llegó hasta los guardias apostados en la puerta.—Buenas noches —dijo con tono profesional, aunque la ligera curva de sus labios traicionaba un dejo de nerviosismo controlado—. Necesito revisar los signos vitales del paciente. Es un procedimiento de rutina.Uno de los guardias levantó la ceja, mirando la identificación falsa que Dafne llevaba colgada del cuello.—¿Turno nocturno? —preguntó con desconfianza.Dafne lo miró directamente a los ojos, desarmándolo con su actitud autoritaria.—¿Quiere que le explique a su superior por qué el paciente empeoró porque
Dafne abrió la puerta del departamento con cuidado, intentando no hacer ruido, pero la luz de la sala se encendió de golpe. El destello la cegó momentáneamente, y al recuperar la vista, se encontró con Armando sentado en el sillón, cruzado de brazos y con una expresión entre sarcástica y preocupada.—No sabía que los hospitales contrataban modelos de pasarela como enfermeras —dijo él con ironía, levantando una ceja.Dafne cerró la puerta tras de sí y dejó caer el bolso en el sofá.—¿Qué haces despierto?—Esperándote —respondió Armando, poniéndose de pie y caminando hacia ella—. Y, por cierto, esperando también una buena explicación.Dafne comenzó a quitarse los tacones, haciendo caso omiso de su tono inquisitivo.—¿Es en serio? ¿Qué crees que andaba haciendo con esta ropa tan horrenda?Armando soltó una risa breve, más incrédula que divertida.—Es obvio que no te quedaste con las ganas de ver al imbécil que tanto dices odiar. ¿Y el disfraz de enfermera? ¿Era para darle un toque más dr
María Elena estaba sentada en la habitación del hospital, con la luz del sol entrando suavemente por la ventana. Su brazo vendado y el cansancio en su rostro no lograban opacar su determinación. Anthony estaba a su lado, repasando algunos documentos, cuando Blair Vanderbilt entró con su usual porte profesional y una carpeta en la mano.—Doctora Duque —saludó Blair, con un tono firme pero cortés—. Vengo a tomar su declaración sobre lo sucedido en prisión.María Elena asintió y miró a Anthony, quien le dedicó un breve gesto de apoyo antes de apartarse para dejarles espacio. Blair se sentó frente a María Elena y sacó un bolígrafo.—¿Puede contarme lo que sucedió? Desde el inicio, por favor.María Elena tomó aire antes de comenzar, relatando los detalles del ataque: cómo Luis Díaz había notado algo extraño, la forma en que la había protegido y, finalmente, cómo él había resultado gravemente herido. Su voz se mantuvo firme, aunque en algunos momentos se quebraba ligeramente al recordar los
En una oficina poco iluminada, Roberto Mendieta se encontraba sentado en su escritorio, con una copa de licor en la mano. Sus movimientos eran pausados, casi calculados, mientras sus ojos recorrían los documentos que tenía frente a él. La luz de una lámpara de escritorio proyectaba sombras en su rostro, acentuando la dureza de su expresión.La puerta se abrió con cautela, y dos de sus hombres entraron, intercambiando miradas nerviosas antes de hablar. Uno de ellos, de rostro marcado por cicatrices, tomó la iniciativa.—Señor Mendieta, no pudimos hacer nada.Roberto alzó la mirada, su ceño fruncido en señal de disgusto.—¿Cómo que no pudieron hacer nada?—Alguien se nos adelantó. Parece que la abogadita tiene más enemigos de los que pensábamos. La atacaron en el penal antes de que pudiéramos movernos.Mendieta dejó la copa en la mesa con un golpe seco, su mandíbula apretada mientras procesaba la información.—¿Y Díaz?—Jugó al héroe, es extraño, defendió a la mujer que lo condenó en pr
Anthony miró de reojo a Martha, su expresión endureciéndose.—Eso depende de algunas cosas. Pero voy a hacer todo lo posible para que podamos estar juntos.Samuel apretó los puños, desviando la mirada hacia el suelo. Cada palabra, cada gesto de los niños hacia Anthony, era una daga en su pecho. Sin embargo, no dijo nada más. Solo permaneció allí, como un espectador en una vida que le había sido arrebatada.Martha finalmente intervino, con una voz cargada de veneno.—Ya fue suficiente. Ethan, Cloe, regresen a su habitación.—Pero queremos quedarnos con Tony —insistió Cloe, aferrándose más fuerte a su brazo.Anthony se puso de pie, sosteniendo a los niños de las manos.—Ellos no tienen por qué sufrir por los errores de los adultos.Martha soltó un bufido, pero antes de que pudiera responder, Samuel habló con un tono bajo pero firme.—Tienen derecho a conocer la verdad.Anthony lo miró con atención, mientras Martha volvía a perder el color de su rostro. Claramente, la verdad era algo que