Al día siguiente, la oficina de María Elena tenía una atmósfera profesional y elegante. Los documentos legales y el tablero estratégico en la pared hablaban del enfoque meticuloso con el que abordaba cada caso.Anthony estaba sentado frente a ella, repasando los últimos puntos de la estrategia para la custodia de Ethan y Cloe. Micky había vuelto a la escuela, y consideraron que era lo mejor para tener a su hijo distraído mientras ellos solucionaban la hecatombe que se les venía encima.—Martha va a usar todo en mi contra —mencionó, con un suspiro frustrado—. Pero no puedo permitir que esos niños crezcan sin alguien que realmente los ame y proteja.María Elena se inclinó hacia él, colocando una mano sobre la suya para calmarlo.—Lo lograremos, Tony. Con pruebas sólidas y tu vínculo emocional con los niños, tenemos una oportunidad.Antes de que pudiera continuar, la puerta se abrió de golpe, y Dafne irrumpió en la oficina con su habitual energía. Su bolso colgaba del brazo, y su expresi
El cuarto de interrogatorios tenía un aire frío y clínico, acentuado por las paredes grises y la luz blanca que caía sobre la mesa metálica en el centro. María Elena estaba sentada, con la espalda recta y los ojos fijos en Elliot Grant, que hojeaba un expediente con demasiada calma. A su lado, Anthony Lennox mantenía una postura firme, proyectando la confianza de un abogado que conocía todas las jugadas del fiscal antes de que siquiera las intentara.Grant levantó finalmente la mirada y dejó caer el expediente con un golpe seco sobre la mesa. Su sonrisa, cargada de burla, iba dirigida directamente a Anthony.—Doctora Duque —comenzó con voz suave pero afilada—. Según testigos, usted tuvo un altercado con Rachel Carlson poco antes de su muerte. También tenemos constancia de amenazas previas. ¿Tiene algo que decir al respecto?Anthony, siempre preparado, tomó la palabra antes de que María Elena pudiera responder.—Fiscal Grant, con todo el respeto, nos encantaría saber de qué testigos es
Horas después, el traslado se llevó a cabo con un protocolo eficiente pero frío. Los guardias acompañaron a María Elena por pasillos oscuros y ruidosos hasta llegar al área masculina. Aunque estaba designada a una zona aislada, no pudo evitar notar las miradas inquisitivas y, en algunos casos, malintencionadas que recibía al pasar.Finalmente, llegó a un pequeño espacio común donde los reclusos autorizados podían interactuar bajo supervisión. Allí, en una esquina, vio a Luis Díaz. Él la reconoció al instante, y su rostro pasó de la sorpresa a una expresión que mezclaba burla y desprecio.—Vaya, vaya... —dijo en voz alta, levantándose de su asiento—. ¿Qué hace la gran abogada María Elena Duque en un lugar como este?María Elena lo miró con calma, aunque su interior ardía de rabia y humillación. Caminó hasta una mesa cercana y tomó asiento, dejando claro que no pensaba intimidarse.Luis se acercó lentamente, sus pasos resonando en el espacio mientras los demás reclusos observaban en sil
Luis sonrió ampliamente, sin inmutarse.—Caballero andante no. Más bien, guardaespaldas ocasional. Aunque debo admitir que es entretenido verte en apuros.Dafne frunció el ceño, cruzándose de brazos.—¿Y ahora esperas que te dé las gracias? —replicó con sarcasmo.Luis se inclinó ligeramente hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos. Sus ojos brillaron con una mezcla de diversión y algo más difícil de descifrar.—No espero un simple gracias, pero… podría aceptar una visita conyugal como compensación.Dafne lo fulminó con la mirada.—Eres un imbécil, Díaz.Luis esbozó una sonrisa más amplia.—Un imbécil que te salvó el cuello.Dafne negó con la cabeza y, con una última mirada de advertencia, se giró hacia María Elena.—Sigamos hermana. —Se sentó ignorando a Díaz.Luis, con las manos en los bolsillos, se encogió de hombros.—Nos veremos pronto, Duque.Cuando Luis se alejó con una última sonrisa ladeada, María Elena no pudo apartar la mirada de su hermana. Había algo en la forma en
Dafne al darse cuenta del peligro que estaba corriendo ahí adentro su hermana, decidió no salir, no sin antes buscar protección para Elena.Caminaba por los pasillos del penal con paso firme, aunque sabía que no estaba autorizada para estar allí. No le importaba. Si tenía que enfrentarse a Díaz una vez más, lo haría, y no iba a dejar que su arrogancia la intimidara. Cuando lo encontró en el área común, apoyado contra la pared con esa actitud de quien domina su entorno, Luis alzó la mirada y esbozó su característica sonrisa burlona.—¿Tú otra vez? —preguntó, sin molestarse en ocultar su diversión. Dio un paso hacia ella, su presencia casi abrumadora—. ¿Vienes a la visita conyugal? ¿O será que te hacen falta mis besos, Duque?Dafne rodó los ojos y cruzó los brazos, parándose frente a él con la barbilla alzada.—Vine porque quiero que protejas a mi hermana, no para escuchar tus tonterías. ¿Podemos ir al grano o necesitas otra clase de motivación?Luis arqueó una ceja, claramente entreten
Anthony Lennox estaba sentado en las gradas del campo de entrenamiento, observando a Mike con una mezcla de orgullo y distracción. Su hijo, con su cabello oscuro despeinado y esa energía inagotable de los siete años, corría de un lado a otro, siguiendo las instrucciones de su entrenador. Cada movimiento reflejaba la misma determinación que Anthony veía en María Elena y, en cierto sentido, en él mismo.Mientras Mike practicaba con entusiasmo, Anthony, con el celular en mano, estaba inmerso en su propio campo de batalla. Había pasado las últimas horas haciendo llamadas, buscando formas de acelerar la liberación de María Elena. Aunque intentaba mantener una expresión calmada para no preocupar a su hijo, el peso de la situación era evidente en la forma en que apretaba la mandíbula cada vez que alguien le daba una respuesta insuficiente.—Lo entiendo —dijo al teléfono, su tono frío pero controlado—, pero necesitamos que revisen esa evidencia de inmediato. La doctora Duque no puede seguir d
El aire en la oficina de Blair Vanderbilt era tenso, pero no por incomodidad, sino por la imponente presencia de su dueña. La jefa de la División de Protección y Justicia para Mujeres, con su impecable uniforme y cabello recogido en un moño firme, transmitía autoridad con cada movimiento.Juanes Duque, en cambio, parecía todo lo contrario: relajado, seguro y con una sonrisa que sabía exactamente cómo usar.Blair alzó la vista de los papeles en su escritorio cuando lo vio entrar. Sus ojos azules lo estudiaron con una mezcla de sorpresa y cautela.—Juan Esteban, no esperaba verte aquí.El tono neutral de su voz contrastaba con el sutil cruce de sus manos frente a ella, como si quisiera mantener una barrera invisible.Juanes inclinó ligeramente la cabeza, dejando asomar una sonrisa ladeada.—Blair, qué gusto verte.Hizo una pausa, con un toque de burla en la voz.—Y, por favor, dime Juanes, como siempre lo has hecho.—Hoy no estamos en las fundaciones, si no en mi oficina, así que aquí e
Blair Vanderbilt avanzó por los pasillos del penal con una determinación que la hacía destacar entre los guardias y los detenidos que la miraban al pasar. Su porte impecable y la placa del FBI al cinto eran suficientes para abrir puertas sin preguntas, pero esta vez no era solo su autoridad la que la traía hasta allí. Había algo personal detrás de su visita, un favor a Juanes Duque, aunque intentara convencerse de que era solo trabajo.Cuando entró a la sala de entrevistas, encontró a María Elena Duque sentada al otro lado de la mesa metálica, con el rostro sereno pero marcado por el cansancio. Sus ojos azules se alzaron al verla entrar, y una sonrisa fugaz asomó en sus labios.—Tú debes ser Blair Vanderbilt, ¿cierto? —preguntó María Elena, inclinándose levemente hacia adelante.Blair, acostumbrada a las presentaciones formales, alzó una ceja ante el tono amigable de María Elena. Cerró la puerta detrás de ella y se sentó con calma.—Sí, soy yo. Juanes me pidió que viniera —respondió c