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—Debo decirle la verdad al señor Gabriel. Si me odia, está bien, pero merece saber que tendremos un hijo.Las palabras resonaban en la mente de Vivian mientras caminaba hacia la empresa, el corazón apesadumbrado, cargado de la angustia que la atormentaba.En el fondo, sabía que no podía seguir ocultando su embarazo, pero la verdad le pesaba como una losa.No estaba preparada para las consecuencias, pero había llegado el momento de enfrentarlas.Al llegar a la oficina, se detuvo frente a la puerta.Su mano tembló al tocar la perilla, el nudo en su garganta casi la ahogaba.Abrió lentamente, y lo que vio hizo que su mundo se desmoronara en pedazos.Gabriel, el hombre al que amaba, besaba a otra mujer con pasión, como si no existiera un mañana.Sus ojos se abrieron desmesuradamente, el dolor la atravesó de una forma tan intensa que su cuerpo se sintió incapaz de soportarlo.Estaba allí, paralizada, viendo cómo un pedazo de su alma se rompía.El mundo parecía desvanecerse a su alrededor.S
Vivian soltó un grito desgarrador, pero los hombres se abalanzaron sobre ella como bestias hambrientas, sofocando su voz con sus manos ásperas y sucias.—¡Cállate, mujer, o te matamos! —gruñó uno de ellos, acercando la fría hoja de un cuchillo a su cuello.Un escalofrío le recorrió la espalda. El miedo la paralizó, le quemó las entrañas como un fuego incontrolable.Los hombres la examinaron con ojos lascivos.—Es bonita… —murmuró uno con una sonrisa repugnante—. Hay que aprovechar.Vivian sintió que la bilis le subía a la garganta. Terror. Desesperación. Repulsión. Todo se mezcló en su mente en un torbellino caótico cuando sintió manos inmundas rasgar su ropa. Intentó gritar otra vez, pero una mano ruda le cubrió la boca, ahogando su alarido en un silencio aterrador.Su cuerpo entero temblaba. Quería morir antes de que esos monstruos la tocaran.De repente, un estruendo sacudió el lugar.—¡Policía! ¡Manos arriba!La puerta cayó hecha añicos y los uniformados irrumpieron en la habitació
—Padre, ¿qué está pasando? —preguntó Gabriel con el ceño fruncido, su voz cargada de impaciencia.Terrance lo miró fijamente, con una intensidad sombría en sus ojos oscuros. Su postura, normalmente erguida y segura, tenía un matiz de urgencia, como si estuviera a punto de revelar algo que cambiaría todo.—Siéntate, hijo. Debemos hablar.El tono de su padre lo desconcertó. Gabriel obedeció sin protestar, aunque sentía que su corazón latía con fuerza contra su pecho.—Habla. Dejé sola a Lilian y…—Tienes un enemigo, Gabriel. Alguien que ha estado moviendo sus piezas en las sombras, alguien que quiere destruirnos.El joven frunció el ceño aún más.—¿Qué? ¿Quién? —su voz se alzó con incredulidad.Terrance apretó la mandíbula.—Es alguien de mi pasado… Un hombre que ha regresado con un solo propósito: vengarse. Y ha comenzado por ti.Gabriel sintió un escalofrío recorrerle la espalda.—No entiendo, ¿qué tiene que ver eso conmigo?—Él envió a alguien para acercarse a ti —continuó su padre co
—¡Es mentira! —gritó Terrance con voz firme, su mirada fulminante—. Estás sembrando caos, puedo ver a través de ti. Sé que mientes.Lilian sonrió con burla, inclinando apenas el rostro con una expresión de perverso placer.—No miento… —susurró, disfrutando la duda sembrada en los ojos de Gabriel.Terrance, sin perder el control, hizo un gesto con la mano y dos guardias se acercaron de inmediato.Lilian intentó resistirse, pero la tomaron con fuerza y la ataron a una silla de metal.—¡Pagarás por esto, Eastwood! —espetó, escupiendo al suelo.Gabriel, con el pecho ardiendo de rabia, dio media vuelta y salió del sótano.Sus pasos resonaban con furia en el piso de mármol. Terrance lo siguió.—¡Gabriel! ¿A dónde vas? —lo alcanzó en la escalera, sujetándolo del brazo.Gabriel se giró bruscamente. Su mirada estaba llena de odio, sus puños apretados.—Voy a hablar con Vivian —gruñó entre dientes—. Ella va a confesarlo todo. ¡Si es una traidora, quiero escuchar de su propia boca por qué lo hizo
Mansión Eastwood.Lilian gritó con desesperación, su cuerpo contorsionándose por el dolor, pero las paredes del sótano eran como un muro infranqueable para los sonidos.Ningún suspiro, ni llanto, ni grito lograrían escapar de ese lugar.Estaba herida, y lo peor de todo: nadie parecía importarle. El aire, denso y pesado, parecía tragarse sus gemidos, ahogando cualquier rastro de humanidad que pudiera quedar.—¡Habla! —ordenó uno de los guardias con una voz autoritaria, fría como el acero.El hombre señaló un teléfono que resonaba entre el silencio del sótano, el teléfono de Lilian recibía una llamada.La tensión se apoderó del ambiente cuando Terrance tomó el teléfono.Todos los presentes guardaron silencio, conteniendo la respiración, incluso cubrieron la boca de Lilian para que no pudiera decir una sola palabra que pudiera escapar y alterar el curso de lo que estaba a punto de suceder.—Hola.La voz de Martín salió clara y fuerte a través del teléfono, una voz que Terrance reconoció a
Vivian sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba con rapidez, y sus manos temblaban al aferrarse instintivamente a su vientre.—¡No puedes hacer esto! —suplicó con la voz quebrada—. Por favor… yo no hice nada malo.Pero la furia en los ojos de Gabriel era implacable, dos pozos oscuros que la atravesaban con un juicio cruel.—¡No mientas! —bramó, avanzando hacia ella como un depredador, acechando a su presa—. Lilian ya lo admitió. ¡Admítelo tú también! Sabes que es verdad. Te acercaste a mí solo para ayudar a un loco con su venganza, pero cuando supiste que era muy rico, decidiste meterte en mi cama para luego chantajearme.Vivian negó con la cabeza, su rostro pálido, sus labios temblorosos.—No sé de qué diablos hablas… —susurró, intentando mantener la compostura—. Estás loco.—Primero quiero saber si ese hijo es mío —dijo él, su tono impregnado de veneno—. Pero si lo es… te encerraré hasta que des a luz. Y después, te lo arr
—¿Escapas del padre de tu hijo? —preguntó la doctora, observando con cautela el temblor en los labios de Vivian.Ella titubeó, con la respiración agitada y el corazón golpeándole el pecho.—¡Él quiere arrebatármelo! —susurró, suplicante—. ¡Por favor, ayúdeme!La doctora sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era la primera vez que veía a una mujer en una situación así, pero nunca con tanto pavor en los ojos.—¿Quieres que llame a la policía?Vivian negó frenéticamente con la cabeza, agarrando el brazo de la doctora con desesperación.—¡No! ¡No serviría de nada! ¡Es un Eastwood! —Su voz se quebró, un sollozo ahogado escapó de sus labios—. No se puede escapar de ellos…Los ojos de la doctora se abrieron de par en par. Conocía ese apellido. No era solo una familia rica, era una dinastía.Un imperio con tentáculos en la política, en los negocios y, probablemente, en la ley misma. Luchar contra ellos era como lanzarse contra una tormenta con las manos desnudas.La mujer tragó saliva
Vivian llegó a la estación de tren con la respiración entrecortada y el cuerpo tenso. No podía permitirse detenerse. Su vida dependía de ello.Al bajar del taxi, sus piernas temblaban, pero obligó a su cuerpo a moverse. Caminó con paso acelerado hasta el banco más cercano, lanzando miradas furtivas por encima del hombro. Sentía que en cualquier momento alguien la descubriría, que una sombra surgiría de la nada para arrancarla de su libertad.Entró al banco con las manos heladas y la garganta seca.—Quiero hacer un retiro —dijo con voz temblorosa, intentando sonar segura.El cajero le pidió su identificación y ella se la entregó con los dedos crispados.Los segundos se hicieron eternos. Cada sonido, cada movimiento a su alrededor, la hacía estremecerse.Finalmente, el hombre deslizó un sobre con su dinero a través del mostrador.Casi doscientos mil dólares.Era todo lo que tenía. Su única esperanza.—Gracias —susurró, tomando el sobre y guardándolo con rapidez en su bolso.No se quedó n