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El sonido de su nombre en la boca de Gabriel le heló la sangre. Era un susurro bajo, casi imperceptible, pero en ese instante, resonó en sus oídos como una condena.Su instinto le suplicó que no se moviera. Le decía que, si permanecía en silencio, si se mantenía en las sombras, él no la vería. La oscuridad, su única aliada. Pero los pasos se acercaban. Rápido. Demasiado rápido. El sonido de sus zapatos marcaba cada segundo, cada latido del corazón de Vivian. Ella se congeló, apenas podía respirar.Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. Estaba paralizada por el miedo, por la ansiedad que la consumía. Cuando finalmente reaccionó, su mente gritaba que debía correr, huir, escapar, pero ya era demasiado tarde.Unos brazos fuertes la rodearon con una fuerza imparable, atrapándola en un abrazo que no pedía permiso. Gabriel la había alcanzado.—¡Vivian! —su voz era baja, grave, como un rugido contenido, una mezcla de angustia y algo más que no quería comprender.—¡Déjame ir! —gritó, su
—Señor, no encontramos a la mujer… No está por ningún lado en el puerto.El corazón de Gabriel se hundió en un abismo. Su pecho se encogió en una mezcla de incredulidad y rabia ciega. Sus puños se cerraron hasta que sus nudillos palidecieron.—¡Maldición! —rugió, su voz retumbando en la noche como un trueno.Sintió un escalofrío recorrerle la columna. Miedo. Algo que no solía permitir en su vida, pero que ahora lo consumía como un veneno lento.«Vivian… No puedes hacerme esto. No puedes alejarte de mí… ¡No puedes llevarte a mi hijo!»Su respiración era errática, sus pensamientos, un torbellino de desesperación.—¡Búsquenla! —ordenó con furia—. ¡Revuelvan cada rincón de esta maldita ciudad y tráiganmela! ¡Quiero verla aquí, frente a mí!Pero el mar ya la había reclamado… y ella estaba lejos.***Vila Real de Santo Antonio era un pequeño pueblo costero, con casas de techos bajos y calles empedradas que olían a salitre.Vivian bajó del barco con el cuerpo adolorido y el alma hecha pedazos
Mila y Mia llegaron a casa, sus corazones apesadumbrados por la noticia que acababan de recibir.Al ver a Gabriel, sentado en el sofá, con la mirada perdida y la expresión vacía, su dolor era palpable.La angustia en su rostro era tan profunda que incluso el aire alrededor parecía cargado de desesperación.Mila no pudo evitar estallar en rabia. Acercándose a él, lo miró fijamente, sus ojos ardían de frustración y preocupación.—Eres un tonto —dijo con una voz que, aunque cargada de reproche, también reflejaba el amor que sentía por su hermano.No podía soportar verlo así.—¡Mila! —exclamó Mia, alzando la voz, intentando calmar la situación.Ella no quería que el enojo se apoderara de la sala.Sabía que Gabriel ya estaba demasiado roto por dentro para recibir más recriminaciones.Mila no cedió, la rabia seguía ardiendo en su pecho, pero su tono se suavizó ligeramente.—Es la verdad, Gabriel. Eres un tonto, pero somos familia, te amamos, y no importa lo que pase, siempre estaremos aquí p
Aldo y Mila regresaron a casa después de un día lleno de tensiones y preocupaciones.La presencia de seguridad, que había sido ordenada por sus padres, estaba aún más palpable.Aunque intentaron evitarlo, sabían que era necesario, pero el hecho de tener guardias vigilando constantemente fuera de su hogar les hacía sentirse incómodos, como si su vida ya no fuera propia.La paz que alguna vez tuvieron se desvanecía lentamente, sustituida por un constante sentimiento de alerta.Pero, los dejaron afuera de la residencia, nadie podía violar su intimidad.Al entrar en la casa, Mila sonrió, intentando hacer que el ambiente se relajara un poco.—Se le antoja algo a nuestro bebé, creo que es… ¡Chocolate! —dijo con una suavidad que solo ella podía transmitir, buscando que el estrés del día se disipara al menos un momento.Aldo la miró, la gratitud en sus ojos por su presencia calmante, pero su mente no podía despejarse de las preocupaciones que lo atormentaban.Sin embargo, al abrir la puerta, t
En el hospital, la angustia de Aldo no hacía más que crecer.Mila fue llevada rápidamente a urgencias, y los médicos comenzaron a atenderla con rapidez.Él no podía dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir, en cómo había estado al borde de perder a la mujer que amaba.El miedo se le apoderaba, la idea de perderla lo destruía por dentro.Finalmente, la doctora salió del área de urgencias.—Ella está bien, solo fue el susto. El bebé está bien, no se angustien. —Las palabras de la doctora le trajeron un alivio momentáneo, pero Aldo no podía dejar de sentirse culpable por lo ocurrido.Paz, al llegar junto a su esposo Terrance, los miró con preocupación.—Aldo, te lo suplico, vengan a vivir con nosotros. Es la única forma en que podamos tener calma. —dijo con un tono de voz suave, pero lleno de desesperación.Aldo no lo dudó ni un segundo.Tenía tanto miedo de perder a Mila y a su hijo que aceptó sin pensarlo.Era lo que necesitaban, al menos por ahora. La seguridad de su familia era lo
Cuando Vivian regresó a Vila Real, el miedo la consumía.Cada sombra, cada ruido, cada rostro desconocido en la calle parecía una amenaza. Su paranoia crecía con cada paso, con cada golpe de su propio corazón desbocado.Alquiló un pequeño departamento en un edificio modesto, apenas un refugio en el que esconderse.Dos habitaciones: una diminuta sala con comedor, y el otro espacio que servía de dormitorio. No necesitaba más. Solo un techo, solo tiempo… solo una oportunidad de seguir adelante sin que la encontraran.Frente al espejo, contempló su reflejo con angustia.Su largo cabello, tan característico, era un riesgo. Debía deshacerse de todo lo que la identificara, pero… no podía. Hubiera preferido teñirse, pero estaba embarazada y había leído que los químicos podrían hacer daño.¿Y si lastimaba a su bebé?Suspiró con frustración, apretando los labios. No podía darse el lujo de ser reconocida. La peluca oscura y rizada que tenía en las manos era su única opción.Con dedos temblorosos,
Mila y Aldo estaban en la sala de ultrasonido, tomados de la mano, con el corazón latiendo a toda velocidad.El embarazo había llegado a casi siete meses, y aunque para muchos el tiempo parecía volar, para Mila era como si cada día se arrastrara con una lentitud desesperante.Esperaba con ansias la llegada de su pequeño, contando las semanas, los días, las horas.La doctora pasó el gel frío sobre su abdomen y comenzó a mover el transductor con suavidad.La pantalla cobró vida con la imagen de su hijo, y Mila sintió un nudo en la garganta.Cada latido del corazón del bebé resonaba en la habitación como una melodía sagrada, fuerte y firme, llenando cada rincón con su existencia.—Todo va muy bien —anunció la doctora con una sonrisa—. Su pequeño niño está creciendo fuerte y sano.Mila dejó escapar un suspiro entrecortado. Su pecho se infló de alivio y felicidad.Aldo, sin poder contener la emoción, llevó la mano de su esposa a sus labios y la besó con ternura. Sus ojos brillaban con una m
En el hospitalEl aire en la sala de espera era sofocante, cargado de ansiedad y miedo.Eugenio caminaba de un lado a otro sin descanso, pasándose la mano por el cabello una y otra vez.Sus pasos resonaban en el suelo como un metrónomo frenético, marcando el ritmo de su angustia.—Dios… —murmuró entre dientes, cerrando los ojos con fuerza—. Mia, por favor…No podía perderla. No otra vez.El recuerdo de haberla dejado ir en el pasado aún lo atormentaba, y ahora la idea de que algo pudiera estar mal con ella lo destrozaba. Sus manos temblaban, su respiración era errática.—¡Por qué tardan tanto! —explotó, golpeando la pared con el puño.Paz intentó calmarlo, pero antes de que pudiera decir algo, la puerta se abrió de golpe.Un médico apareció con rostro serio.—¿Son familiares de Mia Eastwood?Eugenio sintió cómo el corazón se le detenía un segundo.—Sí… sí, yo soy su esposo —dijo casi sin aire.—¿Qué le pasa a mi hija? —intervino Terrance con urgencia.El doctor suspiró, dándoles un mom