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Días después, Gabriel viajó a Portugal.La distancia no aliviaba el dolor, solo lo hacía más palpable.El investigador le había dado una pista, una teoría sobre cómo Vivian había llegado hasta allí, viajando en un pequeño barco, el mismo día que casi la alcanzaba.Cada pieza del rompecabezas encajaba, pero la verdad solo hacía que Gabriel se sintiera aún más perdido en su propio sufrimiento.Si Vivian hubiera estado allí, su vida habría sido muy diferente. ¿Cómo podía haber sido tan ciego?Cuando llegó al pueblo costero, lo primero que hizo fue dirigirse al único hospital de la zona.Si Vivian estaba allí, sola y sin recursos, este debía ser el lugar en el que habría información de ella.De inmediato, se acercaron a las enfermeras y al director del hospital, quienes, después de una breve conversación, cedieron y entregaron los registros de las mujeres embarazadas de veinte semanas o más.Lo que Gabriel no sabía era que Vivian estaba precisamente allí, a punto de someterse a una revisió
El corazón de Vivian latía con una furia desbocada, retumbando en su pecho como un tambor de guerra. Estaba atrapada. Su mente gritaba en un torbellino de pánico mientras sus dedos temblorosos se aferraban a su vientre.«¡Qué destino tan cruel! Después de tanto esfuerzo por escapar, justo ahora el destino lo pone frente a mí…»Contuvo la respiración, obligándose a mantener la calma mientras la doctora tecleaba en la computadora.—No recuerdo a ninguna paciente llamada Vivian, señor —dijo la mujer con serenidad, sin sospechar la tormenta que estallaba en el interior de su paciente—, pero puedo indicarle cuántas mujeres embarazadas de veinte semanas o más he atendido.El hombre no respondió de inmediato.Se inclinó levemente sobre el escritorio, su imponente presencia cargada de un aura fría y peligrosa.Sus ojos afilados recorrieron el consultorio con una mirada calculadora, como si pudiera percibir su miedo, su agitación… su presencia.Vivian sintió un escalofrío recorrerle la columna.
Vivian retrocedió, su respiración entrecortada, su pecho subiendo y bajando con rapidez mientras el miedo le oprimía el corazón.Su mente le gritaba que corriera, que escapara, pero sus piernas estaban ancladas al suelo. No podía seguir negándolo. Ya no podía escapar todo el tiempo como un ladrón, entonces, le mirò fijamente, con rabia, con desesperación.—¡Déjame en paz! ¡Déjame ir! —su voz salió firme, pero su interior temblaba.Él negó de inmediato, su mirada ardía con una mezcla de desesperación y determinación.Ella era su Vivian, sin importar cuanto intentó ocultarse, ahora estaba frente a èl, sonriò levemente, estaba feliz de verla, pero que ella quisiera escapar aún ahora, dolía como el infierno.—¡Nunca! ¿No entiendes? ¡Te quiero a ti y a nuestro hijo en mi vida para siempre! Sé que me equivoqué, que fui lo peor para ti, pero te juro que he cambiado. Perdóname, Vivian. Nunca volveré a lastimarte.Ella soltó una risa amarga, sus ojos se llenaron de un brillo helado.—¿Perdón? —
Gabriel caminaba de un lado a otro como un animal enjaulado.Cada paso resonaba en el piso de la sala de espera, cada respiro era una punzada de angustia que lo carcomía desde adentro.Sentía que estaba perdiendo el control, que su mundo se desmoronaba. Solo podía pensar en ella.Vivian.Y en su bebé.Si las perdía, si ambas desaparecían de su vida, entonces él también se perdería. No había salvación para un hombre como él si Dios le arrebataba lo único que le quedaba.Sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó a sus padres. Su voz sonaba quebrada, irreconocible.—Vengan. Vengan ahora.No dio más explicaciones, no podía. Su garganta estaba hecha cenizas.Se dejó caer en una de las sillas, apretando los puños contra sus rodillas.Cerró los ojos con fuerza, y en la oscuridad de su mente solo había un pensamiento, una plegaria desesperada:«Hija, perdóname. Perdóname por arruinar tu hogar antes de que siquiera nacieras. ¡Soy un padre terrible! Pero prometo cambiar. Seré mejor por ti,
Cuando los padres de Gabriel llegaron, él no tuvo más opción que enfrentarse a la realidad.Su corazón palpitaba desbocado, pero sabía que ya no podía ocultar lo que había hecho, lo que había provocado.Con voz quebrada, les explicó la situación. Su madre lo miró con una tristeza profunda, una decepción que no podía ocultar, pero también con la fuerza de una madre dispuesta a hacer lo que fuera necesario para proteger a su familia.Paz, por su parte, decidió visitar a Vivian. Aunque Vivian solo la conocía de vista, siempre había admirado a la mujer que había sido clave en tantos avances científicos, a la que se le atribuían descubrimientos que cambiaron la vida de miles.Entró con pasos firmes, pero con una suavidad en la mirada que delataba su verdadera intención: ofrecer apoyo.—Vivian, quiero pedirte una gran disculpa en nombre de mi hijo. No es el hombre que crie, y estoy profundamente decepcionada de él —comenzó Paz, su voz temblorosa pero decidida—. Pero quiero que sepas que lo h
Vivian se alejó lentamente, rompiendo el beso con una mezcla de confusión y resentimiento.La distancia entre sus cuerpos era palpable, pero más aún lo era la tensión que se había instalado entre ellos, como una muralla imposible de derribar.Sus miradas se encontraron, y en el fondo de los ojos de Gabriel, ella pudo ver el peso de la culpa, ese dolor que tanto deseaba ocultar, pero que era imposible ignorar.—No he dicho que te perdono, Gabriel —su voz salió baja, como un susurro quebrado que traía consigo todo el daño acumulado, toda la tristeza que había guardado por tanto tiempo—. Y no quiero perdonarte, me heriste de una forma que no sé si podré olvidar.Las palabras de Vivian cortaron el aire como un cuchillo afilado.Gabriel tragó con dificultad, como si un nudo se formara en su garganta, impidiéndole hablar.Quiso decir algo, pero las palabras se le morían en los labios.—Lo sé —admitió él finalmente, con la voz rota, cargada de arrepentimiento—. No voy a obligarte a que me per
Mila se despertó sobresaltada, sintiendo una ligera presión en su vientre.Su bebé estaba moviéndose inquieto, enviando pequeñas pataditas que le hacían sonreír a pesar de todo.Pero algo no estaba bien. Su mano se deslizó hacia el otro lado de la cama, buscando a Aldo, como si fuera lo más natural del mundo, pero al sentir la frialdad de las sábanas vacías, su corazón dio un vuelco.—¿Aldo? ¿Dónde estás? —dijo en voz baja, casi como un susurro, esperando que su esposo apareciera en la oscuridad, como siempre lo hacía, con esa sonrisa tranquila que tanto la calmaba.Pero no hubo respuesta.El silencio llenó la habitación, un silencio espeso que se apoderó de su mente, confundiendo sus pensamientos.Aldo nunca había pasado la noche fuera de casa, no desde que estaba embarazada.Nunca.Este sentimiento de ausencia la golpeó con fuerza, y la incertidumbre la envolvió como una niebla espesa.Una nueva patadita de su bebé la hizo estremecer, como si el pequeño percibiera la tensión en el ai
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡Me abandonaste en el pasado! Dime, ¿qué es lo que quieres de mí?Las palabras de Aldo flotaron en el aire como un grito desesperado, y su voz temblaba con la furia acumulada de años de abandono.Martín, parado frente a él, se quedó completamente perplejo.Los ojos de Aldo estaban llenos de dolor y rabia, y su respiración era entrecortada.La tristeza en su corazón palpitaba con fuerza, y sentía como si todo su mundo se estuviera desmoronando una vez más.Pero el rostro de Martín, por un instante, pareció desconcertarse, como si esas palabras fueran un golpe que nunca había esperado recibir.Martín bajó la mirada, como si las palabras de su hijo lo hubieran herido de alguna manera.Su cara se tensó, y negó lentamente, sin poder encontrar las palabras correctas para justificar lo que había hecho.—¡No, hijo! —dijo finalmente, su voz cargada de una mezcla de arrepentimiento y desesperación—. Yo no te abandoné… fue ella, fue Deborah, tu madre. ¡Ella nunca me dijo qu