HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER REGÁLAME TU LIKE EN EL CAPÍTULO ♥
Gabriel caminaba de un lado a otro como un animal enjaulado.Cada paso resonaba en el piso de la sala de espera, cada respiro era una punzada de angustia que lo carcomía desde adentro.Sentía que estaba perdiendo el control, que su mundo se desmoronaba. Solo podía pensar en ella.Vivian.Y en su bebé.Si las perdía, si ambas desaparecían de su vida, entonces él también se perdería. No había salvación para un hombre como él si Dios le arrebataba lo único que le quedaba.Sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó a sus padres. Su voz sonaba quebrada, irreconocible.—Vengan. Vengan ahora.No dio más explicaciones, no podía. Su garganta estaba hecha cenizas.Se dejó caer en una de las sillas, apretando los puños contra sus rodillas.Cerró los ojos con fuerza, y en la oscuridad de su mente solo había un pensamiento, una plegaria desesperada:«Hija, perdóname. Perdóname por arruinar tu hogar antes de que siquiera nacieras. ¡Soy un padre terrible! Pero prometo cambiar. Seré mejor por ti,
Cuando los padres de Gabriel llegaron, él no tuvo más opción que enfrentarse a la realidad.Su corazón palpitaba desbocado, pero sabía que ya no podía ocultar lo que había hecho, lo que había provocado.Con voz quebrada, les explicó la situación. Su madre lo miró con una tristeza profunda, una decepción que no podía ocultar, pero también con la fuerza de una madre dispuesta a hacer lo que fuera necesario para proteger a su familia.Paz, por su parte, decidió visitar a Vivian. Aunque Vivian solo la conocía de vista, siempre había admirado a la mujer que había sido clave en tantos avances científicos, a la que se le atribuían descubrimientos que cambiaron la vida de miles.Entró con pasos firmes, pero con una suavidad en la mirada que delataba su verdadera intención: ofrecer apoyo.—Vivian, quiero pedirte una gran disculpa en nombre de mi hijo. No es el hombre que crie, y estoy profundamente decepcionada de él —comenzó Paz, su voz temblorosa pero decidida—. Pero quiero que sepas que lo h
Vivian se alejó lentamente, rompiendo el beso con una mezcla de confusión y resentimiento.La distancia entre sus cuerpos era palpable, pero más aún lo era la tensión que se había instalado entre ellos, como una muralla imposible de derribar.Sus miradas se encontraron, y en el fondo de los ojos de Gabriel, ella pudo ver el peso de la culpa, ese dolor que tanto deseaba ocultar, pero que era imposible ignorar.—No he dicho que te perdono, Gabriel —su voz salió baja, como un susurro quebrado que traía consigo todo el daño acumulado, toda la tristeza que había guardado por tanto tiempo—. Y no quiero perdonarte, me heriste de una forma que no sé si podré olvidar.Las palabras de Vivian cortaron el aire como un cuchillo afilado.Gabriel tragó con dificultad, como si un nudo se formara en su garganta, impidiéndole hablar.Quiso decir algo, pero las palabras se le morían en los labios.—Lo sé —admitió él finalmente, con la voz rota, cargada de arrepentimiento—. No voy a obligarte a que me per
Mila se despertó sobresaltada, sintiendo una ligera presión en su vientre.Su bebé estaba moviéndose inquieto, enviando pequeñas pataditas que le hacían sonreír a pesar de todo.Pero algo no estaba bien. Su mano se deslizó hacia el otro lado de la cama, buscando a Aldo, como si fuera lo más natural del mundo, pero al sentir la frialdad de las sábanas vacías, su corazón dio un vuelco.—¿Aldo? ¿Dónde estás? —dijo en voz baja, casi como un susurro, esperando que su esposo apareciera en la oscuridad, como siempre lo hacía, con esa sonrisa tranquila que tanto la calmaba.Pero no hubo respuesta.El silencio llenó la habitación, un silencio espeso que se apoderó de su mente, confundiendo sus pensamientos.Aldo nunca había pasado la noche fuera de casa, no desde que estaba embarazada.Nunca.Este sentimiento de ausencia la golpeó con fuerza, y la incertidumbre la envolvió como una niebla espesa.Una nueva patadita de su bebé la hizo estremecer, como si el pequeño percibiera la tensión en el ai
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡Me abandonaste en el pasado! Dime, ¿qué es lo que quieres de mí?Las palabras de Aldo flotaron en el aire como un grito desesperado, y su voz temblaba con la furia acumulada de años de abandono.Martín, parado frente a él, se quedó completamente perplejo.Los ojos de Aldo estaban llenos de dolor y rabia, y su respiración era entrecortada.La tristeza en su corazón palpitaba con fuerza, y sentía como si todo su mundo se estuviera desmoronando una vez más.Pero el rostro de Martín, por un instante, pareció desconcertarse, como si esas palabras fueran un golpe que nunca había esperado recibir.Martín bajó la mirada, como si las palabras de su hijo lo hubieran herido de alguna manera.Su cara se tensó, y negó lentamente, sin poder encontrar las palabras correctas para justificar lo que había hecho.—¡No, hijo! —dijo finalmente, su voz cargada de una mezcla de arrepentimiento y desesperación—. Yo no te abandoné… fue ella, fue Deborah, tu madre. ¡Ella nunca me dijo qu
La puerta de la habitación se abrió con un chirrido suave.Al instante, Mila dio un paso atrás, casi tropezando, cuando vio a Aldo allí, atado a una silla, su rostro marcado por golpes, su cuerpo rígido y dolorido.Un nudo se formó en su garganta. La angustia la invadió de inmediato.—¡Aldo, mi amor! —gritó, corriendo hacia él, el sonido de su voz quebrado por el miedo.Con manos temblorosas, intentó desatarlo, pero el miedo la paralizaba. No podía perderlo.El sonido de su nombre, cargado de desesperación, hizo que Aldo alzara la vista, sus ojos cansados pero llenos de amor.—¡Mila! —la llamó con voz rasposa, llena de dolor.—¡Déjalo ir! —exclamó, volteándose hacia Martín, quien observaba la escena con una sonrisa envenenada.Su mirada fría e implacable llenaba la habitación de una tensión insoportable.Mila sentía que su pecho a punto de estallar. El terror la envolvía, pero debía mantenerse firme por Aldo, por su bebé.—¿Qué quieres de nosotros, Martín? ¡Dime qué diablos quieres!Ma
El grito de Mila rasgó la noche como un relámpago, desgarrando el corazón de Terrance.Su hija se retorcía en el asiento trasero, jadeando entre espasmos de dolor. Su frente, perlada de sudor, brillaba bajo la tenue luz de los faros. Se aferraba con desesperación a las manos de Aldo, sus dedos temblaban, crispados por la agonía.—Resiste, amor… ya casi llegamos —le susurró Aldo, su voz quebrada por la angustia.Pero Mila apenas lo escuchó. Su cuerpo era una tormenta de dolor, una lucha constante entre la vida y el agotamiento.Terrance conducía con la mirada fija en la carretera, los nudillos blancos sobre el volante. El mundo a su alrededor se desdibujaba en un borrón de luces y sombras. Cada kilómetro era un castigo, cada segundo, una daga clavándose más profundo en su pecho. No podía soportar, verla sufrir. La impotencia lo estaba devorando.***El hospital cobró vida en cuanto llegaron. Voces, pasos apresurados, luces parpadeantes.—¡Traigan una camilla! —gritó una enfermera al ver
Paz y Terry recibieron la noticia del nacimiento de su primer nieto con una mezcla de alegría y preocupación.La urgencia con la que todo había ocurrido los tenía inquietos. No era así como imaginaban este momento. No con miedo. No con incertidumbre.Caminaron en silencio hacia la sala de incubadoras, sus pasos resonando en los pasillos fríos del hospital. Paz sintió un nudo en la garganta cuando vio al pequeño a través del vidrio.Allí estaba, tan diminuto, envuelto en un halo de luces y cables. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, pero estaba vivo.Un sollozo escapó de sus labios cuando apoyó una mano temblorosa contra el cristal.—Mi pequeño… —susurró con la voz rota—. Eres fuerte, mi amor, tienes que ser fuerte. Todos te estamos esperando en casa. Te amamos, mi niño, te amamos tanto…Terry la abrazó desde atrás, sintiendo cómo su esposa se estremecía entre sus brazos. Él mismo se sentía deshecho.No podía soportar ver a su nieto así, tan frágil, luchando por cada respiro.—Perdóna