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Vivian sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba con rapidez, y sus manos temblaban al aferrarse instintivamente a su vientre.—¡No puedes hacer esto! —suplicó con la voz quebrada—. Por favor… yo no hice nada malo.Pero la furia en los ojos de Gabriel era implacable, dos pozos oscuros que la atravesaban con un juicio cruel.—¡No mientas! —bramó, avanzando hacia ella como un depredador, acechando a su presa—. Lilian ya lo admitió. ¡Admítelo tú también! Sabes que es verdad. Te acercaste a mí solo para ayudar a un loco con su venganza, pero cuando supiste que era muy rico, decidiste meterte en mi cama para luego chantajearme.Vivian negó con la cabeza, su rostro pálido, sus labios temblorosos.—No sé de qué diablos hablas… —susurró, intentando mantener la compostura—. Estás loco.—Primero quiero saber si ese hijo es mío —dijo él, su tono impregnado de veneno—. Pero si lo es… te encerraré hasta que des a luz. Y después, te lo arr
—¿Escapas del padre de tu hijo? —preguntó la doctora, observando con cautela el temblor en los labios de Vivian.Ella titubeó, con la respiración agitada y el corazón golpeándole el pecho.—¡Él quiere arrebatármelo! —susurró, suplicante—. ¡Por favor, ayúdeme!La doctora sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era la primera vez que veía a una mujer en una situación así, pero nunca con tanto pavor en los ojos.—¿Quieres que llame a la policía?Vivian negó frenéticamente con la cabeza, agarrando el brazo de la doctora con desesperación.—¡No! ¡No serviría de nada! ¡Es un Eastwood! —Su voz se quebró, un sollozo ahogado escapó de sus labios—. No se puede escapar de ellos…Los ojos de la doctora se abrieron de par en par. Conocía ese apellido. No era solo una familia rica, era una dinastía.Un imperio con tentáculos en la política, en los negocios y, probablemente, en la ley misma. Luchar contra ellos era como lanzarse contra una tormenta con las manos desnudas.La mujer tragó saliva
Vivian llegó a la estación de tren con la respiración entrecortada y el cuerpo tenso. No podía permitirse detenerse. Su vida dependía de ello.Al bajar del taxi, sus piernas temblaban, pero obligó a su cuerpo a moverse. Caminó con paso acelerado hasta el banco más cercano, lanzando miradas furtivas por encima del hombro. Sentía que en cualquier momento alguien la descubriría, que una sombra surgiría de la nada para arrancarla de su libertad.Entró al banco con las manos heladas y la garganta seca.—Quiero hacer un retiro —dijo con voz temblorosa, intentando sonar segura.El cajero le pidió su identificación y ella se la entregó con los dedos crispados.Los segundos se hicieron eternos. Cada sonido, cada movimiento a su alrededor, la hacía estremecerse.Finalmente, el hombre deslizó un sobre con su dinero a través del mostrador.Casi doscientos mil dólares.Era todo lo que tenía. Su única esperanza.—Gracias —susurró, tomando el sobre y guardándolo con rapidez en su bolso.No se quedó n
El sonido de su nombre en la boca de Gabriel le heló la sangre. Era un susurro bajo, casi imperceptible, pero en ese instante, resonó en sus oídos como una condena.Su instinto le suplicó que no se moviera. Le decía que, si permanecía en silencio, si se mantenía en las sombras, él no la vería. La oscuridad, su única aliada. Pero los pasos se acercaban. Rápido. Demasiado rápido. El sonido de sus zapatos marcaba cada segundo, cada latido del corazón de Vivian. Ella se congeló, apenas podía respirar.Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. Estaba paralizada por el miedo, por la ansiedad que la consumía. Cuando finalmente reaccionó, su mente gritaba que debía correr, huir, escapar, pero ya era demasiado tarde.Unos brazos fuertes la rodearon con una fuerza imparable, atrapándola en un abrazo que no pedía permiso. Gabriel la había alcanzado.—¡Vivian! —su voz era baja, grave, como un rugido contenido, una mezcla de angustia y algo más que no quería comprender.—¡Déjame ir! —gritó, su
—Señor, no encontramos a la mujer… No está por ningún lado en el puerto.El corazón de Gabriel se hundió en un abismo. Su pecho se encogió en una mezcla de incredulidad y rabia ciega. Sus puños se cerraron hasta que sus nudillos palidecieron.—¡Maldición! —rugió, su voz retumbando en la noche como un trueno.Sintió un escalofrío recorrerle la columna. Miedo. Algo que no solía permitir en su vida, pero que ahora lo consumía como un veneno lento.«Vivian… No puedes hacerme esto. No puedes alejarte de mí… ¡No puedes llevarte a mi hijo!»Su respiración era errática, sus pensamientos, un torbellino de desesperación.—¡Búsquenla! —ordenó con furia—. ¡Revuelvan cada rincón de esta maldita ciudad y tráiganmela! ¡Quiero verla aquí, frente a mí!Pero el mar ya la había reclamado… y ella estaba lejos.***Vila Real de Santo Antonio era un pequeño pueblo costero, con casas de techos bajos y calles empedradas que olían a salitre.Vivian bajó del barco con el cuerpo adolorido y el alma hecha pedazos
Mila y Mia llegaron a casa, sus corazones apesadumbrados por la noticia que acababan de recibir.Al ver a Gabriel, sentado en el sofá, con la mirada perdida y la expresión vacía, su dolor era palpable.La angustia en su rostro era tan profunda que incluso el aire alrededor parecía cargado de desesperación.Mila no pudo evitar estallar en rabia. Acercándose a él, lo miró fijamente, sus ojos ardían de frustración y preocupación.—Eres un tonto —dijo con una voz que, aunque cargada de reproche, también reflejaba el amor que sentía por su hermano.No podía soportar verlo así.—¡Mila! —exclamó Mia, alzando la voz, intentando calmar la situación.Ella no quería que el enojo se apoderara de la sala.Sabía que Gabriel ya estaba demasiado roto por dentro para recibir más recriminaciones.Mila no cedió, la rabia seguía ardiendo en su pecho, pero su tono se suavizó ligeramente.—Es la verdad, Gabriel. Eres un tonto, pero somos familia, te amamos, y no importa lo que pase, siempre estaremos aquí p
Aldo y Mila regresaron a casa después de un día lleno de tensiones y preocupaciones.La presencia de seguridad, que había sido ordenada por sus padres, estaba aún más palpable.Aunque intentaron evitarlo, sabían que era necesario, pero el hecho de tener guardias vigilando constantemente fuera de su hogar les hacía sentirse incómodos, como si su vida ya no fuera propia.La paz que alguna vez tuvieron se desvanecía lentamente, sustituida por un constante sentimiento de alerta.Pero, los dejaron afuera de la residencia, nadie podía violar su intimidad.Al entrar en la casa, Mila sonrió, intentando hacer que el ambiente se relajara un poco.—Se le antoja algo a nuestro bebé, creo que es… ¡Chocolate! —dijo con una suavidad que solo ella podía transmitir, buscando que el estrés del día se disipara al menos un momento.Aldo la miró, la gratitud en sus ojos por su presencia calmante, pero su mente no podía despejarse de las preocupaciones que lo atormentaban.Sin embargo, al abrir la puerta, t
En el hospital, la angustia de Aldo no hacía más que crecer.Mila fue llevada rápidamente a urgencias, y los médicos comenzaron a atenderla con rapidez.Él no podía dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir, en cómo había estado al borde de perder a la mujer que amaba.El miedo se le apoderaba, la idea de perderla lo destruía por dentro.Finalmente, la doctora salió del área de urgencias.—Ella está bien, solo fue el susto. El bebé está bien, no se angustien. —Las palabras de la doctora le trajeron un alivio momentáneo, pero Aldo no podía dejar de sentirse culpable por lo ocurrido.Paz, al llegar junto a su esposo Terrance, los miró con preocupación.—Aldo, te lo suplico, vengan a vivir con nosotros. Es la única forma en que podamos tener calma. —dijo con un tono de voz suave, pero lleno de desesperación.Aldo no lo dudó ni un segundo.Tenía tanto miedo de perder a Mila y a su hijo que aceptó sin pensarlo.Era lo que necesitaban, al menos por ahora. La seguridad de su familia era lo