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—Padre, ¿qué está pasando? —preguntó Gabriel con el ceño fruncido, su voz cargada de impaciencia.Terrance lo miró fijamente, con una intensidad sombría en sus ojos oscuros. Su postura, normalmente erguida y segura, tenía un matiz de urgencia, como si estuviera a punto de revelar algo que cambiaría todo.—Siéntate, hijo. Debemos hablar.El tono de su padre lo desconcertó. Gabriel obedeció sin protestar, aunque sentía que su corazón latía con fuerza contra su pecho.—Habla. Dejé sola a Lilian y…—Tienes un enemigo, Gabriel. Alguien que ha estado moviendo sus piezas en las sombras, alguien que quiere destruirnos.El joven frunció el ceño aún más.—¿Qué? ¿Quién? —su voz se alzó con incredulidad.Terrance apretó la mandíbula.—Es alguien de mi pasado… Un hombre que ha regresado con un solo propósito: vengarse. Y ha comenzado por ti.Gabriel sintió un escalofrío recorrerle la espalda.—No entiendo, ¿qué tiene que ver eso conmigo?—Él envió a alguien para acercarse a ti —continuó su padre co
—¡Es mentira! —gritó Terrance con voz firme, su mirada fulminante—. Estás sembrando caos, puedo ver a través de ti. Sé que mientes.Lilian sonrió con burla, inclinando apenas el rostro con una expresión de perverso placer.—No miento… —susurró, disfrutando la duda sembrada en los ojos de Gabriel.Terrance, sin perder el control, hizo un gesto con la mano y dos guardias se acercaron de inmediato.Lilian intentó resistirse, pero la tomaron con fuerza y la ataron a una silla de metal.—¡Pagarás por esto, Eastwood! —espetó, escupiendo al suelo.Gabriel, con el pecho ardiendo de rabia, dio media vuelta y salió del sótano.Sus pasos resonaban con furia en el piso de mármol. Terrance lo siguió.—¡Gabriel! ¿A dónde vas? —lo alcanzó en la escalera, sujetándolo del brazo.Gabriel se giró bruscamente. Su mirada estaba llena de odio, sus puños apretados.—Voy a hablar con Vivian —gruñó entre dientes—. Ella va a confesarlo todo. ¡Si es una traidora, quiero escuchar de su propia boca por qué lo hizo
Mansión Eastwood.Lilian gritó con desesperación, su cuerpo contorsionándose por el dolor, pero las paredes del sótano eran como un muro infranqueable para los sonidos.Ningún suspiro, ni llanto, ni grito lograrían escapar de ese lugar.Estaba herida, y lo peor de todo: nadie parecía importarle. El aire, denso y pesado, parecía tragarse sus gemidos, ahogando cualquier rastro de humanidad que pudiera quedar.—¡Habla! —ordenó uno de los guardias con una voz autoritaria, fría como el acero.El hombre señaló un teléfono que resonaba entre el silencio del sótano, el teléfono de Lilian recibía una llamada.La tensión se apoderó del ambiente cuando Terrance tomó el teléfono.Todos los presentes guardaron silencio, conteniendo la respiración, incluso cubrieron la boca de Lilian para que no pudiera decir una sola palabra que pudiera escapar y alterar el curso de lo que estaba a punto de suceder.—Hola.La voz de Martín salió clara y fuerte a través del teléfono, una voz que Terrance reconoció a
Vivian sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba con rapidez, y sus manos temblaban al aferrarse instintivamente a su vientre.—¡No puedes hacer esto! —suplicó con la voz quebrada—. Por favor… yo no hice nada malo.Pero la furia en los ojos de Gabriel era implacable, dos pozos oscuros que la atravesaban con un juicio cruel.—¡No mientas! —bramó, avanzando hacia ella como un depredador, acechando a su presa—. Lilian ya lo admitió. ¡Admítelo tú también! Sabes que es verdad. Te acercaste a mí solo para ayudar a un loco con su venganza, pero cuando supiste que era muy rico, decidiste meterte en mi cama para luego chantajearme.Vivian negó con la cabeza, su rostro pálido, sus labios temblorosos.—No sé de qué diablos hablas… —susurró, intentando mantener la compostura—. Estás loco.—Primero quiero saber si ese hijo es mío —dijo él, su tono impregnado de veneno—. Pero si lo es… te encerraré hasta que des a luz. Y después, te lo arr
—¿Escapas del padre de tu hijo? —preguntó la doctora, observando con cautela el temblor en los labios de Vivian.Ella titubeó, con la respiración agitada y el corazón golpeándole el pecho.—¡Él quiere arrebatármelo! —susurró, suplicante—. ¡Por favor, ayúdeme!La doctora sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era la primera vez que veía a una mujer en una situación así, pero nunca con tanto pavor en los ojos.—¿Quieres que llame a la policía?Vivian negó frenéticamente con la cabeza, agarrando el brazo de la doctora con desesperación.—¡No! ¡No serviría de nada! ¡Es un Eastwood! —Su voz se quebró, un sollozo ahogado escapó de sus labios—. No se puede escapar de ellos…Los ojos de la doctora se abrieron de par en par. Conocía ese apellido. No era solo una familia rica, era una dinastía.Un imperio con tentáculos en la política, en los negocios y, probablemente, en la ley misma. Luchar contra ellos era como lanzarse contra una tormenta con las manos desnudas.La mujer tragó saliva
Vivian llegó a la estación de tren con la respiración entrecortada y el cuerpo tenso. No podía permitirse detenerse. Su vida dependía de ello.Al bajar del taxi, sus piernas temblaban, pero obligó a su cuerpo a moverse. Caminó con paso acelerado hasta el banco más cercano, lanzando miradas furtivas por encima del hombro. Sentía que en cualquier momento alguien la descubriría, que una sombra surgiría de la nada para arrancarla de su libertad.Entró al banco con las manos heladas y la garganta seca.—Quiero hacer un retiro —dijo con voz temblorosa, intentando sonar segura.El cajero le pidió su identificación y ella se la entregó con los dedos crispados.Los segundos se hicieron eternos. Cada sonido, cada movimiento a su alrededor, la hacía estremecerse.Finalmente, el hombre deslizó un sobre con su dinero a través del mostrador.Casi doscientos mil dólares.Era todo lo que tenía. Su única esperanza.—Gracias —susurró, tomando el sobre y guardándolo con rapidez en su bolso.No se quedó n
El sonido de su nombre en la boca de Gabriel le heló la sangre. Era un susurro bajo, casi imperceptible, pero en ese instante, resonó en sus oídos como una condena.Su instinto le suplicó que no se moviera. Le decía que, si permanecía en silencio, si se mantenía en las sombras, él no la vería. La oscuridad, su única aliada. Pero los pasos se acercaban. Rápido. Demasiado rápido. El sonido de sus zapatos marcaba cada segundo, cada latido del corazón de Vivian. Ella se congeló, apenas podía respirar.Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. Estaba paralizada por el miedo, por la ansiedad que la consumía. Cuando finalmente reaccionó, su mente gritaba que debía correr, huir, escapar, pero ya era demasiado tarde.Unos brazos fuertes la rodearon con una fuerza imparable, atrapándola en un abrazo que no pedía permiso. Gabriel la había alcanzado.—¡Vivian! —su voz era baja, grave, como un rugido contenido, una mezcla de angustia y algo más que no quería comprender.—¡Déjame ir! —gritó, su
—Señor, no encontramos a la mujer… No está por ningún lado en el puerto.El corazón de Gabriel se hundió en un abismo. Su pecho se encogió en una mezcla de incredulidad y rabia ciega. Sus puños se cerraron hasta que sus nudillos palidecieron.—¡Maldición! —rugió, su voz retumbando en la noche como un trueno.Sintió un escalofrío recorrerle la columna. Miedo. Algo que no solía permitir en su vida, pero que ahora lo consumía como un veneno lento.«Vivian… No puedes hacerme esto. No puedes alejarte de mí… ¡No puedes llevarte a mi hijo!»Su respiración era errática, sus pensamientos, un torbellino de desesperación.—¡Búsquenla! —ordenó con furia—. ¡Revuelvan cada rincón de esta maldita ciudad y tráiganmela! ¡Quiero verla aquí, frente a mí!Pero el mar ya la había reclamado… y ella estaba lejos.***Vila Real de Santo Antonio era un pequeño pueblo costero, con casas de techos bajos y calles empedradas que olían a salitre.Vivian bajó del barco con el cuerpo adolorido y el alma hecha pedazos