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En la islaMila estaba en la cocina, moviendo la cuchara con cuidado mientras el aroma de la comida se impregnaba en el aire.Preparaba algo sencillo, pero con el cariño de quien espera aliviar a su ser querido.Cuando terminó, tomó la bandeja con la comida y la llevó hasta Aldo, que la observaba desde el sofá con una expresión que variaba entre la sorpresa y la gratitud.—Gracias. —dijo él, su voz suave, como si el gesto de Mila lo hubiera tocado de una manera que no sabía cómo expresar.Mila sonrió.Ella dejó la bandeja en la mesa, luego, con una delicadeza casi inusual, tomó la cuchara y, sin decir palabra alguna, la acercó a sus labios para darle de comer.Aldo la miró, no solo sorprendido por el gesto, sino también tocado por la ternura que Mila le estaba mostrando.Su sonrisa se amplió.—¿Sabes que hoy es la boda de Arly y Francisco? —preguntó Aldo, rompiendo el silencio, mientras observaba cómo Mila lo miraba fijamente.Mila asintió, pero su rostro se tornó serio de inmediato.A
El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, mientras Ryan y Arly caminaban hacia el muelle.Las olas del mar chocaban suavemente contra las maderas envejecidas del puerto, creando una melodía tranquila que contrastaba con la tormenta interna que se desataba en el corazón de Arly.A pesar de la belleza del atardecer, su alma estaba rota, fragmentada, como si no pudiera encontrar el consuelo ni el reposo en el mundo.Los recuerdos de lo vivido con Francisco aún la perseguían, pensó que, a esta hora con él, ya estaría muerta, pero no quería rendirse, sentía la necesidad de seguir adelante, de intentar sanar, de creer que quizás el amor podría llegar a sanar las heridas que todavía sangraban.De repente, Ryan se detuvo en seco.Arly lo miró, confundida, al ver que él se ponía de rodillas frente a ella, con la mirada fija en la suya.El viento soplaba con fuerza, desordenando su cabello, pero lo único que ella podía oír era el latido acelera
En la ciudad, todo era un caos.Los periódicos, las redes sociales y los noticieros explotaban con la noticia.La boda del año, el evento que todos esperaban, acabó en un desastre absoluto.Los Coleman estaban angustiados cuando Ryan desapareció, pero al enterarse de que estaba sano y salvo, una parte de su ansiedad se disipó.Sin embargo, cuando supieron la razón real por la que la ceremonia fue cancelada, sus emociones se mezclaron entre el alivio y la incredulidad.Pero para Francisco, el mundo se desmoronaba. Lo que en un instante fue un futuro prometedor, con una esposa rica y una vida resuelta, ahora era cenizas.No tenía nada.Su trabajo estaba perdido, èl mismo renunció al creer que viviría del dinero de Arly.Sus tarjetas de crédito, que pertenecían a Arly, habían sido canceladas.Su estatus, su estabilidad, su orgullo… todo le fue arrebatado en un pestañeo.La furia le quemaba las entrañas. No podía aceptarlo.No podía permitir que Arly se saliera con la suya, y mucho menos q
—¡¿Qué dices?! Eso es… ¡Imposible! —exclamó Mila, sintiendo un nudo en la garganta.Arly tomó su teléfono con manos temblorosas y reprodujo la grabación.En la habitación solo se escuchaba el sonido de la respiración contenida de todos mientras la voz de Francisco resonaba, cada palabra impregnada de veneno y crueldad.Mila sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies.Su corazón latía desbocado, golpeándole el pecho como un martillo.Las palabras de Francisco eran como puñales en su piel, cada frase, un golpe, cada confesión, una grieta en la imagen que ella tenía de él.—¿Ahora entiendes por qué escapé, Mila? —susurró Arly, con la voz firme, pero los ojos empañados por las lágrimas.Mila abrió la boca, pero no pudo pronunciar palabra.Miró a Aldo, buscando un ancla en la tormenta de su mente.—Arly, discúlpala —intervino Aldo con suavidad, pero con una determinación inquebrantable—. Por favor, siéntete bienvenida en esta casa. Tienes todo nuestro apoyo. Te protegeremos.Arly asint
El amanecer trajo consigo una pesadez insoportable.Mila despertó sola en su habitación, pero la ausencia de Aldo era más que física: era un vacío que la ahogaba.No había rastro de él en la cama, ni su aroma en la almohada, ni el calor de su cuerpo en las sábanas.Sabía dónde estaba.Caminó hasta la habitación de huéspedes y, al ver la puerta entreabierta, su pecho se contrajo de dolor.Aldo estaba dormido, pero su expresión era la de un hombre que había pasado la noche en vela. Mila no dijo nada, no podía. Cerró la puerta con suavidad, como si con eso pudiera cerrar también el nudo en su garganta.¿Por qué dolía tanto?Un rato después.Bajó a la sala con el rostro serio.Aldo ya estaba ahí, pero apenas la miró. Ese gesto, esa indiferencia contenida, fue la daga que terminó de hundirse en su pecho.Entonces apareció Ryan, con Arly de la mano. La felicidad entre ellos contrastaba con la sombra de rencor y confusión que flotaba sobre Mila y Aldo.—Aldo, Mila, queremos pedirles un favor
Francisco se encontraba en la oscuridad de su departamento, con la única luz proveniente de la pantalla de su teléfono.Su mandíbula estaba tensa, sus nudillos blancos de tanto apretar el dispositivo. Sus pensamientos eran un torbellino de rabia e impotencia.Había perdido todo. Mila, la única mujer que alguna vez amó, ahora estaba con otro. Y todo por culpa de Arly.—¡Maldita seas, Arly! —gruñó entre dientes, golpeando la mesa con el puño furioso.Cerró los ojos con furia, intentando calmar su respiración. ¿Cómo había llegado a este punto?Su plan había sido perfecto: casarse con Mila, ganar la confianza de los Eastwood y, finalmente, apoderarse de su fortuna. Pero nada había salido como esperaba.Los Eastwood jamás le darían ni un centavo, incluso si era su esposo.La impotencia lo consumía.Todo lo que tenía era su orgullo herido y un odio visceral que le quemaba el pecho. Entonces, la idea se deslizó en su mente como una serpiente venenosa.—Si Aldo desaparece… Mila será una rica v
Mía quiso gritar, pero antes de que su voz pudiera salir, sintió una mano áspera aferrándola con fuerza, arrastrándola lejos de Eugenio. Su corazón latía desbocado, el pánico la inundaba, y su cuerpo se estremecía como si su mundo estuviera desmoronándose.El desconocido la sujetó con un agarre férreo, su aliento caliente y agrio rozando su cuello. Todo dentro de ella daba vueltas, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Su mente se nubló de confusión y miedo. Intentó forcejear, pero sus fuerzas flaqueaban.Eugenio, herido en su orgullo, bajó la vista. Su garganta se cerró, su pecho se encogió con una punzada brutal.«La he perdido… la he perdido para siempre».El pensamiento lo carcomía como un veneno lento. Sus manos temblaron de furia contenida. Estaba dispuesto a alejarse, a dejarla en manos de otro si eso era lo que ella deseaba. Pero no. No podía.Él era Eugenio Obregón. No era un hombre que se rendía, no era alguien que aceptaba la derrota con l
Ambos miraron a Paz con sorpresa, sintiendo que el aire en la habitación se volvía denso.—¡Mamá, yo…!—Vístanse. Hablaremos después. —La voz de Paz fue un filo de hielo antes de salir y dar un portazo que resonó como un trueno en el pecho de Mia.El sonido pareció despertarlos de una fantasía fugaz. Eugenio suspiró y se llevó las manos al rostro, sintiéndose un cobarde.—Perdóname, Mia. Esto es mi culpa… Ayer yo…Ella negó con la cabeza, su mirada estaba nublada, pero no de confusión, sino de una certeza dolorosa.—Sé lo que pasó ayer. Me drogaron, tú me salvaste… pero… —hizo una pausa, sintiendo un nudo en la garganta— yo quería esto. Aún te deseo.Eugenio sintió que por un segundo el cielo se abría ante él, solo para cerrarse de golpe con la siguiente frase de Mia.—Tal vez mi amor por ti no ha muerto del todo… pero eso no significa que haya un futuro para los dos.El golpe fue seco, certero. Su corazón se encogió.Eugenio tomó su mano con desesperación, apretándola como si, al solt