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—¡¿Qué dices?! Eso es… ¡Imposible! —exclamó Mila, sintiendo un nudo en la garganta.Arly tomó su teléfono con manos temblorosas y reprodujo la grabación.En la habitación solo se escuchaba el sonido de la respiración contenida de todos mientras la voz de Francisco resonaba, cada palabra impregnada de veneno y crueldad.Mila sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies.Su corazón latía desbocado, golpeándole el pecho como un martillo.Las palabras de Francisco eran como puñales en su piel, cada frase, un golpe, cada confesión, una grieta en la imagen que ella tenía de él.—¿Ahora entiendes por qué escapé, Mila? —susurró Arly, con la voz firme, pero los ojos empañados por las lágrimas.Mila abrió la boca, pero no pudo pronunciar palabra.Miró a Aldo, buscando un ancla en la tormenta de su mente.—Arly, discúlpala —intervino Aldo con suavidad, pero con una determinación inquebrantable—. Por favor, siéntete bienvenida en esta casa. Tienes todo nuestro apoyo. Te protegeremos.Arly asint
El amanecer trajo consigo una pesadez insoportable.Mila despertó sola en su habitación, pero la ausencia de Aldo era más que física: era un vacío que la ahogaba.No había rastro de él en la cama, ni su aroma en la almohada, ni el calor de su cuerpo en las sábanas.Sabía dónde estaba.Caminó hasta la habitación de huéspedes y, al ver la puerta entreabierta, su pecho se contrajo de dolor.Aldo estaba dormido, pero su expresión era la de un hombre que había pasado la noche en vela. Mila no dijo nada, no podía. Cerró la puerta con suavidad, como si con eso pudiera cerrar también el nudo en su garganta.¿Por qué dolía tanto?Un rato después.Bajó a la sala con el rostro serio.Aldo ya estaba ahí, pero apenas la miró. Ese gesto, esa indiferencia contenida, fue la daga que terminó de hundirse en su pecho.Entonces apareció Ryan, con Arly de la mano. La felicidad entre ellos contrastaba con la sombra de rencor y confusión que flotaba sobre Mila y Aldo.—Aldo, Mila, queremos pedirles un favor
Francisco se encontraba en la oscuridad de su departamento, con la única luz proveniente de la pantalla de su teléfono.Su mandíbula estaba tensa, sus nudillos blancos de tanto apretar el dispositivo. Sus pensamientos eran un torbellino de rabia e impotencia.Había perdido todo. Mila, la única mujer que alguna vez amó, ahora estaba con otro. Y todo por culpa de Arly.—¡Maldita seas, Arly! —gruñó entre dientes, golpeando la mesa con el puño furioso.Cerró los ojos con furia, intentando calmar su respiración. ¿Cómo había llegado a este punto?Su plan había sido perfecto: casarse con Mila, ganar la confianza de los Eastwood y, finalmente, apoderarse de su fortuna. Pero nada había salido como esperaba.Los Eastwood jamás le darían ni un centavo, incluso si era su esposo.La impotencia lo consumía.Todo lo que tenía era su orgullo herido y un odio visceral que le quemaba el pecho. Entonces, la idea se deslizó en su mente como una serpiente venenosa.—Si Aldo desaparece… Mila será una rica v
Mía quiso gritar, pero antes de que su voz pudiera salir, sintió una mano áspera aferrándola con fuerza, arrastrándola lejos de Eugenio. Su corazón latía desbocado, el pánico la inundaba, y su cuerpo se estremecía como si su mundo estuviera desmoronándose.El desconocido la sujetó con un agarre férreo, su aliento caliente y agrio rozando su cuello. Todo dentro de ella daba vueltas, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar. Su mente se nubló de confusión y miedo. Intentó forcejear, pero sus fuerzas flaqueaban.Eugenio, herido en su orgullo, bajó la vista. Su garganta se cerró, su pecho se encogió con una punzada brutal.«La he perdido… la he perdido para siempre».El pensamiento lo carcomía como un veneno lento. Sus manos temblaron de furia contenida. Estaba dispuesto a alejarse, a dejarla en manos de otro si eso era lo que ella deseaba. Pero no. No podía.Él era Eugenio Obregón. No era un hombre que se rendía, no era alguien que aceptaba la derrota con l
Ambos miraron a Paz con sorpresa, sintiendo que el aire en la habitación se volvía denso.—¡Mamá, yo…!—Vístanse. Hablaremos después. —La voz de Paz fue un filo de hielo antes de salir y dar un portazo que resonó como un trueno en el pecho de Mia.El sonido pareció despertarlos de una fantasía fugaz. Eugenio suspiró y se llevó las manos al rostro, sintiéndose un cobarde.—Perdóname, Mia. Esto es mi culpa… Ayer yo…Ella negó con la cabeza, su mirada estaba nublada, pero no de confusión, sino de una certeza dolorosa.—Sé lo que pasó ayer. Me drogaron, tú me salvaste… pero… —hizo una pausa, sintiendo un nudo en la garganta— yo quería esto. Aún te deseo.Eugenio sintió que por un segundo el cielo se abría ante él, solo para cerrarse de golpe con la siguiente frase de Mia.—Tal vez mi amor por ti no ha muerto del todo… pero eso no significa que haya un futuro para los dos.El golpe fue seco, certero. Su corazón se encogió.Eugenio tomó su mano con desesperación, apretándola como si, al solt
—¡Aléjate, Francisco! —La voz de Mila tembló, pero su mirada se mantuvo firme—. Lo sé todo, sé que intentaste matar a Arly… Por eso ella te dejó.Francisco negó, con vehemencia, su rostro desencajado por la desesperación.—¡Es mentira! —gritó con un tono suplicante—. Es una cortina de humo que ella inventó para irse con Ryan, para ocultar que está embarazada… ¡Me engañaron, Mila! Nunca debí dejarte, ¡el traicionado soy yo!Mila sintió que el suelo se tambaleaba bajo sus pies. ¿Arly embarazada? No lo sabía… Pero recordó el video. Recordó su voz, el tono frío y calculador con el que había hablado sobre deshacerse de ella. Sus entrañas se revolvieron.—¡Vi el video, Francisco! —espetó con amargura—. Escuché tu voz, sé lo que planeabas.Francisco dio un paso al frente, con los ojos empañados por las lágrimas.—¡No, escúchame, mi amor! No es cierto… —Su voz se quebró—. Ella está manipulando a todos. Ese video… solo era una maldita broma. ¡Tienes que creerme! Quiere salvar su reputación, qui
Cuando Aldo llegó a casa, el aroma a especias y carne asada inundó sus sentidos. Sobre la mesa, un festín digno de un banquete lo esperaba: pasta al pesto, una botella de vino tinto abierta, y un postre que se derretía suavemente bajo la luz tenue de las velas.—¿Lo hiciste para mí? —preguntó con una sonrisa, sintiendo el calor del hogar envolviéndolo.Mila se acercó despacio, rodeándolo con sus brazos.—Quiero consentirte.Aldo entrecerró los ojos, disfrutando del roce de su piel contra la suya.La atrajo hacia él y la besó con ternura, paladeando el dulzor de sus labios, como si el momento pudiera durar para siempre.Pero el hechizo se rompió cuando el teléfono de Aldo vibró con insistencia.Al principio, pensó en ignorarlo, pero la sensación en su pecho le dijo que algo estaba mal.—Dame un segundo, amor —murmuró, deslizando el dedo por la pantalla—. ¿Ryan?Del otro lado, un grito de desesperación le heló la sangre.—¡Aldo, por favor! —la voz de Ryan estaba rota, llena de angustia—.
El hombre salió corriendo, el miedo reflejado en cada uno de sus movimientos torpes y desesperados. Pero Eugenio no se fijó en él. Su atención estaba fija en su madre.Los ojos de Eugenio se encendieron con furia. Sus manos temblaban, no de miedo, sino de rabia contenida.—¿Cómo pudiste hacer esto? —su voz se quebró por un instante, pero no permitió que su madre viera su dolor—. ¡No te voy a perdonar! Vine aquí con la intención de ayudarte… Pero ahora… Ahora no quiero volver a verte nunca más.Estaba a punto de girarse y marcharse para siempre, cuando sintió un tirón en su pantalón.—¡Hijo! —María cayó de rodillas ante él, sus manos temblorosas se aferraban a su pierna como si su vida dependiera de ello—. ¡Soy tu madre! ¡No lo olvides, por favor!Eugenio bajó la mirada. Su madre siempre había sido una figura imponente, alguien que lo había hecho sentir insignificante en incontables ocasiones. Pero en ese momento, no era más que una sombra, una mujer vencida que solo sabía suplicar cuan