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Ambos miraron a Paz con sorpresa, sintiendo que el aire en la habitación se volvía denso.—¡Mamá, yo…!—Vístanse. Hablaremos después. —La voz de Paz fue un filo de hielo antes de salir y dar un portazo que resonó como un trueno en el pecho de Mia.El sonido pareció despertarlos de una fantasía fugaz. Eugenio suspiró y se llevó las manos al rostro, sintiéndose un cobarde.—Perdóname, Mia. Esto es mi culpa… Ayer yo…Ella negó con la cabeza, su mirada estaba nublada, pero no de confusión, sino de una certeza dolorosa.—Sé lo que pasó ayer. Me drogaron, tú me salvaste… pero… —hizo una pausa, sintiendo un nudo en la garganta— yo quería esto. Aún te deseo.Eugenio sintió que por un segundo el cielo se abría ante él, solo para cerrarse de golpe con la siguiente frase de Mia.—Tal vez mi amor por ti no ha muerto del todo… pero eso no significa que haya un futuro para los dos.El golpe fue seco, certero. Su corazón se encogió.Eugenio tomó su mano con desesperación, apretándola como si, al solt
—¡Aléjate, Francisco! —La voz de Mila tembló, pero su mirada se mantuvo firme—. Lo sé todo, sé que intentaste matar a Arly… Por eso ella te dejó.Francisco negó, con vehemencia, su rostro desencajado por la desesperación.—¡Es mentira! —gritó con un tono suplicante—. Es una cortina de humo que ella inventó para irse con Ryan, para ocultar que está embarazada… ¡Me engañaron, Mila! Nunca debí dejarte, ¡el traicionado soy yo!Mila sintió que el suelo se tambaleaba bajo sus pies. ¿Arly embarazada? No lo sabía… Pero recordó el video. Recordó su voz, el tono frío y calculador con el que había hablado sobre deshacerse de ella. Sus entrañas se revolvieron.—¡Vi el video, Francisco! —espetó con amargura—. Escuché tu voz, sé lo que planeabas.Francisco dio un paso al frente, con los ojos empañados por las lágrimas.—¡No, escúchame, mi amor! No es cierto… —Su voz se quebró—. Ella está manipulando a todos. Ese video… solo era una maldita broma. ¡Tienes que creerme! Quiere salvar su reputación, qui
Cuando Aldo llegó a casa, el aroma a especias y carne asada inundó sus sentidos. Sobre la mesa, un festín digno de un banquete lo esperaba: pasta al pesto, una botella de vino tinto abierta, y un postre que se derretía suavemente bajo la luz tenue de las velas.—¿Lo hiciste para mí? —preguntó con una sonrisa, sintiendo el calor del hogar envolviéndolo.Mila se acercó despacio, rodeándolo con sus brazos.—Quiero consentirte.Aldo entrecerró los ojos, disfrutando del roce de su piel contra la suya.La atrajo hacia él y la besó con ternura, paladeando el dulzor de sus labios, como si el momento pudiera durar para siempre.Pero el hechizo se rompió cuando el teléfono de Aldo vibró con insistencia.Al principio, pensó en ignorarlo, pero la sensación en su pecho le dijo que algo estaba mal.—Dame un segundo, amor —murmuró, deslizando el dedo por la pantalla—. ¿Ryan?Del otro lado, un grito de desesperación le heló la sangre.—¡Aldo, por favor! —la voz de Ryan estaba rota, llena de angustia—.
El hombre salió corriendo, el miedo reflejado en cada uno de sus movimientos torpes y desesperados. Pero Eugenio no se fijó en él. Su atención estaba fija en su madre.Los ojos de Eugenio se encendieron con furia. Sus manos temblaban, no de miedo, sino de rabia contenida.—¿Cómo pudiste hacer esto? —su voz se quebró por un instante, pero no permitió que su madre viera su dolor—. ¡No te voy a perdonar! Vine aquí con la intención de ayudarte… Pero ahora… Ahora no quiero volver a verte nunca más.Estaba a punto de girarse y marcharse para siempre, cuando sintió un tirón en su pantalón.—¡Hijo! —María cayó de rodillas ante él, sus manos temblorosas se aferraban a su pierna como si su vida dependiera de ello—. ¡Soy tu madre! ¡No lo olvides, por favor!Eugenio bajó la mirada. Su madre siempre había sido una figura imponente, alguien que lo había hecho sentir insignificante en incontables ocasiones. Pero en ese momento, no era más que una sombra, una mujer vencida que solo sabía suplicar cuan
Mila sintió un sudor frío recorrer su espalda, su mente trataba de hallar una salida, pero las palabras de Aldo y su padre la envolvían, presionándola.Las miradas de ambos, llenas de firmeza y desesperación, esperaban que ella negara lo que acababa de decir. No podía soportarlo más, el peso de la verdad la ahogaba, y el miedo se apoderaba de ella con cada segundo que pasaba.—¡No es así! —su voz tembló, y el pánico comenzó a invadir cada rincón de su ser—. Es cierto que vi a este hombre, pero lo vi por un momento, en la salida de un supermercado. Él me rogó perdón, solo fue un instante, y luego me fui de allí. ¡Hay cámaras en la zona! ¡Pueden comprobarlo! Yo no sé si él estuvo antes ahí, o si pagó a alguien para cometer ese crimen…Las palabras de Mila salían atropelladas, desesperadas, como si tratara de convencerse a sí misma de que estaba haciendo lo correcto. Pero el aire a su alrededor se volvió denso, casi irrespirable, y la mirada de Francisco se volvió aún más fría, más severa
Aldo y Mila viajaron en silencio durante todo el trayecto. El sonido del motor del coche era lo único que acompañaba la quietud del momento, como si el aire estuviera cargado de electricidad estática. Aldo no miraba a Mila. Su rostro estaba tenso, casi impenetrable, mientras que Mila, sumida en la oscuridad del miedo, sentía cada kilómetro como un suspiro más pesado que el anterior. Quería que le hablara, que rompiera el silencio que la estaba ahogando, pero él no decía nada. Ni una palabra, solo el sonido constante del volante y los ruidos que parecían retumbar dentro de su mente.Cuando llegaron a la casa, Aldo bajó del coche con un golpe tan fuerte en la puerta que resonó en la calle vacía. Mila, sorprendida por la explosión de rabia, no podía comprender el furor que se desbordaba en su esposo.—¿Por qué estás tan furioso? —su voz temblaba, sin saber si esperaba respuesta o si, en el fondo, ya lo sabía.Aldo se giró, sus ojos brillando con una furia que Mila jamás había visto. Camin
—¿Realmente quieres volver con él? ¿Ahora que es un hombre libre? —su voz se rompió, llena de tristeza y resentimiento. La rabia comenzaba a brotar desde lo más profundo de su ser—. ¡Estás completamente fuera de ti si piensas que puedes escapar de mí! —Su furia explotó en un grito que quedó ahogado en un beso abrupto y feroz, sus labios chocaron con los de ella con tal intensidad que Mila apenas tuvo tiempo de reaccionar.Intentó apartarse, sus manos se levantaron con fuerza, rechazando el contacto, pero Aldo no permitió que se alejara.En un abrir y cerrar de ojos, sus labios fueron a buscar la suavidad de su cuello, y mientras lo hacía, la sensación de su virilidad contra el cuerpo de Mila la dejó sin aliento.Él, imparable, se aferró a su cintura, atrayéndola hacia él, sus caricias se volvían cada vez más demandantes, más exigentes.Ella se resistía, y lo hacía con toda su fuerza. Estaba furiosa, dolida por las palabras crueles de Aldo.A pesar de la creciente presión, se movió, int
—¡Mia! ¿Qué dices? —La voz de su padre retumbó en la habitación, impregnada de incredulidad y furia—. No voy a permitir esto. ¿Olvidaste cómo este hombre te hirió? ¿Olvidaste cómo te abandonó?Las palabras cayeron sobre ella como un peso insoportable.Mia bajó la vista, incapaz de sostener la mirada de su padre. Su corazón latía con fuerza, enredado en la confusión de sus propios sentimientos.Paz, quien hasta ese momento se había mantenido al margen, dio un paso al frente y posó una mano en el hombro de Terrance.—Espera… si ella lo quiere…—¡No, Paz! —Terrance negó con la cabeza, su rostro crispado por la angustia—. Mia, si te vas con él… me perderás…Su voz se quebró, como si el solo hecho de pronunciar esas palabras le desgarrara el alma.—¡Terrance, basta! —dijo Paz con firmeza, tratando de calmarlo, aunque sus propios ojos reflejaban la preocupación que sentía.Mia no pudo soportarlo más.Las lágrimas, ardientes e imparables, comenzaron a rodar por sus mejillas. Su pecho subía y