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—¡Mia! ¿Qué dices? —La voz de su padre retumbó en la habitación, impregnada de incredulidad y furia—. No voy a permitir esto. ¿Olvidaste cómo este hombre te hirió? ¿Olvidaste cómo te abandonó?Las palabras cayeron sobre ella como un peso insoportable.Mia bajó la vista, incapaz de sostener la mirada de su padre. Su corazón latía con fuerza, enredado en la confusión de sus propios sentimientos.Paz, quien hasta ese momento se había mantenido al margen, dio un paso al frente y posó una mano en el hombro de Terrance.—Espera… si ella lo quiere…—¡No, Paz! —Terrance negó con la cabeza, su rostro crispado por la angustia—. Mia, si te vas con él… me perderás…Su voz se quebró, como si el solo hecho de pronunciar esas palabras le desgarrara el alma.—¡Terrance, basta! —dijo Paz con firmeza, tratando de calmarlo, aunque sus propios ojos reflejaban la preocupación que sentía.Mia no pudo soportarlo más.Las lágrimas, ardientes e imparables, comenzaron a rodar por sus mejillas. Su pecho subía y
—Lo vas a pagar, caro, Francisco —dijo Ryan con una mirada que destilaba furia contenida.La rabia lo quemaba por dentro, pero no podía permitir que se viera débil.Cada palabra que salía de su boca era una promesa de venganza.Francisco, por su parte, solo sonrió. Esa sonrisa arrogante que siempre había llevado en el rostro.Un gesto que encendía aún más la ira de Ryan, pero lo que más le dolía era saber que ese hombre había herido a lo que más amaba en este mundo.Sin decir nada más, Francisco dio media vuelta y comenzó a alejarse, sus pasos resonando con una frialdad que hacía eco en el alma de Ryan.Cada paso de Francisco parecía un recordatorio de la impotencia que sentía en ese momento, pero algo dentro de él sabía que esto no quedaría así.***Cuando Ryan llegó a casa, la quietud del lugar le dio una sensación de vacío.La casa estaba demasiado silenciosa, y lo primero que notó al entrar fue la luz tenue que salía de la habitación.Su esposa, Arly, aún descansaba. La habían dado
Los secuestradores desviaron sus miradas hacia Eugenio con una amenaza latente en sus ojos.El aire estaba tenso, el peso de la situación abrumaba a Terrance, pero en ese momento, algo cambió.Eugenio, con una rapidez inesperada, aprovechó la oportunidad para lanzar un golpe certero contra uno de los hombres.Sin dudar, Terrance se lanzó contra el otro, su cuerpo y mente actuando como uno solo. La lucha fue feroz.Los golpes resonaban en el silencio de la noche, y la tensión del momento parecía interminable.Ambos recibieron algunos golpes, pero con cada uno, su determinación se hacía más fuerte.Los secuestradores, sorprendidos por la resistencia de los dos hombres, comenzaron a retroceder. Terrance y Eugenio estaban exhaustos, pero no iban a ceder. En un último esfuerzo, casi logran derribar a los atacantes, cuando de repente, un sonido ensordecedor cortó la atmósfera.Las sirenas de la policía comenzaron a sonar a lo lejos, acercándose rápidamente.Los secuestradores, al ver que no
Eugenio llegó a la empresa, y al cruzar la puerta de Costa Coleman, una sensación indescriptible lo invadió.Todo ahí le parecía un sueño, como si el lugar fuera un reflejo de todo lo que había perdido y aún deseaba.El recuerdo de su padre se apoderó de él con una mezcla de nostalgia y frustración.Este lugar, esta oportunidad, era lo que siempre había querido, pero también era la representación del vacío dejado por sus decisiones pasadas.Respiró hondo, intentando calmar los nervios que lo recorrían.Terrance ya lo esperaba. Sentado detrás de un enorme escritorio de madera, su mirada fija como un juez, aguardando a que Eugenio se acercara.—Si hubieses sido un mejor yerno —dijo Terrance con una sonrisa algo amarga—, no dudaría ni un segundo en tenerte como nuestro científico principal. Gabriel es obligado a ser el CEO, pero tiene su propia empresa. Aldo, por parte de los Coleman, trabaja aquí como CEO, pero... si tan solo hubiera sabido que eras tan capaz, tal vez habrías sido el rel
Mía y Eugenio llegaron al parque botánico bajo un cielo despejado, donde el aroma de las flores recién abiertas flotaba en el aire.Caminaron en silencio por los senderos adornados con rosas y jazmines, sintiendo el crujir de la grava bajo sus pies. Finalmente, se sentaron en una banca de hierro forjado, envuelta en enredaderas florecidas.Mía tomó aire y lo miró fijamente.Había tantas cosas que quería decir, pero su corazón aún pesaba con el recuerdo del dolor.—Dime la verdad, Eugenio… ¿Por qué quieres volver? —su voz sonó quebrada, como si temiera la respuesta.Eugenio alzó la mano y, con delicadeza, acarició su rostro.Sus dedos trazaron la curva de su mejilla como si quisiera memorizar cada detalle. En sus ojos había arrepentimiento, pero también amor… un amor desesperado.—Soy un tonto, Mía… —susurró—. No sé cómo pude hacerte tanto daño… Y eso me mata. Saber que te rompí cuando lo único que debí hacer era protegerte.Su voz se quebró y apretó los labios, tragándose las palabras
Cuando Mila se quedó en casa, los guardias pusieron en marcha el plan. Sabían que Francisco no se marcharía tan fácilmente. Su obsesión lo delataba, y tarde o temprano, caería en la trampa.Uno de los guardias corrió tras él, encontrándolo estacionado a poca distancia, con el rostro sombrío y los ojos fijos en la mansión, como un depredador acechando a su presa. El guardia se acercó con cautela y golpeó la ventanilla del coche.Francisco bajó el cristal con desconfianza.—No estoy en un lugar inapropiado —gruñó, intentando mantener la compostura.El guardia miró a su alrededor y luego se inclinó un poco.—Señor, sé que necesita ayuda... si me paga bien, puedo hacer algo por usted.Los ojos de Francisco brillaron con un destello oscuro, como si acabara de encontrar la pieza clave de su jugada. Su sonrisa fue cruel.—Sube —ordenó.El guardia obedeció y se sentó a su lado.—Dime, ¿qué puedes hacer por mí?—Cualquier cosa, siempre que pague rápido.Francisco soltó una carcajada baja, como
Francisco se debatió entre la furia y la desesperación cuando los policías lo rodearon. Su rostro se transformó en una máscara de incredulidad y rabia.—¡No! ¡Soy inocente! —gritó, su voz cargada de desesperación.Pero entonces la vio a ella.Mila estaba de pie a unos metros, con la mirada firme, acompañada por el guardia que había fingido ser su cómplice. Fue en ese instante que lo comprendió todo.—¡Era una trampa! —rugió, sus ojos ardiendo de odio—. ¡Maldita seas, Mila! ¡Voy a matarte!Intentó abalanzarse sobre ella, pero los oficiales lo sujetaron con brutalidad, torciéndole los brazos hasta inmovilizarlo.Se resistió, forcejeó con toda la fuerza de su cuerpo, pero era inútil.En cuestión de segundos, lo redujeron al suelo y le colocaron las esposas.—¡No pueden hacerme esto! ¡Voy a salir de aquí, Mila! ¡Me las vas a pagar!Su voz se perdió en el aire mientras los policías lo arrastraban fuera de la mansión. Mila dejó escapar un largo suspiro, su cuerpo entero temblaba.No se había
Al día siguiente.Mila y Aldo se encontraban en el hospital, sus corazones palpitando al ritmo de la incertidumbre. El aire estaba pesado, y ambos sentían el peso de la ansiedad. Mila, nerviosa, jugaba con sus dedos, sin poder dejar de pensar en lo que estaba a punto de suceder. Habían pasado semanas esperando este momento, y ahora todo dependía de un simple resultado.—Si es negativo…La voz de Aldo interrumpió el silencio, su tono era calmado, pero Mila podía notar la preocupación que se escondía tras sus palabras.—No te preocupes por nada, amor —respondió él, tomando su mano con firmeza—. Si es negativo, lo intentaremos hasta que tengamos nuestro bebé. Lo prometo.Mila no pudo evitar ruborizarse ante sus palabras. La calidez de su promesa la envolvía, pero el miedo a la decepción la hacía temblar por dentro. Aldo, al ver su reacción, soltó una ligera risa, un sonido suave que intentaba calmar el remolino de emociones que los envolvía.En ese momento, la enfermera apareció en la pue