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Mia, Gabriel y Ryan entraron al bar con la intención de celebrar.La victoria que acababan de conseguir merecía un brindis, aunque ninguno de ellos imaginaba que la noche terminaría de forma tan amarga.—Brindemos por la maldad descubierta —dijo Ryan con una sonrisa que apenas ocultaba el agotamiento.Chocaron sus copas y bebieron sin titubear. Pero justo cuando el alcohol comenzaba a calentar sus gargantas, un sonido los detuvo. Sus teléfonos vibraron al mismo tiempo. Una notificación, una invitación.Ryan sintió un nudo en la garganta. Sus manos temblaron al abrir el mensaje. Su mirada se oscureció y un brillo de tristeza lo delató.Era la invitación a la boda de Arly y Francisco.El mundo pareció derrumbarse a su alrededor. Era como si la realidad le arrebatara el aire. Sintió que se ahogaba, que se desangraba desde dentro.—Debo irme —susurró con voz ronca, poniéndose de pie abruptamente.Gabriel lo miró con preocupación. Sabía exactamente lo que pasaba. Sabía que Ryan estaba al bo
Mia empujó a Eugenio con tal fuerza que rompió el beso en seco. La ira la invadió como un torrente, oscureciendo su visión. Su respiración era rápida y entrecortada, el corazón golpeando furiosamente contra su pecho.—¡No, Eugenio! —su voz temblaba, pero la rabia la mantenía firme—. ¿De verdad crees que un beso puede solucionar todo el dolor que me diste? Esto acabó, ya no hay más que hablar, déjame ir.Con esas palabras, Mia se dio la vuelta y salió del bar sin mirar atrás.Su cuerpo se movía con determinación, aunque por dentro sentía que todo su ser se desmoronaba.En el fondo, el amor aún latía, pero la traición lo había herido de tal manera que no podía concebir perdonarlo.Eugenio, por un momento, permaneció en su lugar, mirando cómo ella se alejaba. El peso de sus propios errores lo aplastaba. Sintió que las fuerzas lo abandonaban.Se apresuró a seguirla, pero al llegar al estacionamiento, vio cómo Mia subía al auto, acompañada por los guardias. Era demasiado tarde. Ella se marc
Eugenio negó con desesperación, sus ojos llenos de súplica.—¡No, Mia! No quiero perderte, te amo, por favor, no…Mia bajó la mirada, luchando por mantener el control.—Quiero el divorcio, Eugenio. Esto va a ser por las buenas o por las malas, tú decides.Eugenio tragó saliva, sintiendo el peso de sus propias palabras ahogándolo.—¿Es lo que realmente quieres? ¿De verdad no hay ni un atisbo de oportunidad para nosotros?Mia lo miró fijamente a los ojos, y por un momento, su corazón vaciló.Pero los recuerdos, como fantasmas que no la dejaban en paz, comenzaron a invadirla.Recordó los días felices, esos momentos que una vez compartieron en el calor de la complicidad, cuando todo parecía perfecto, cuando él la hacía sentir especial.Pero esos días ya no pesaban tanto como los tristes, como las heridas abiertas que Eugenio había dejado en su alma.Recordó la vez que más lo necesitó, cuando estuvo a punto de irse y él la dejó ir, sin intentar detenerla. Ese silencio hiriente fue todo lo q
Mila abofeteó a Francisco con una fuerza que resonó en la habitación.El golpe no solo dejó una marca roja en su mejilla, sino que también fracturó el aire entre ellos, cargándolo de una tensión imposible de ignorar.Francisco la miró con incredulidad, llevando una mano a su rostro adolorido. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, reflejaban un atisbo de sorpresa, como si no pudiera creer que ella hubiera tenido el valor de hacerle frente.—¡Vete al infierno! —escupió Mila, su voz quebrada por la ira y el dolor—. Me traicionaste… ¡Y ahora vienes con esto! No vuelvas a dirigirme la palabra.Francisco tardó un segundo en reaccionar. Su expresión de asombro se transformó en una de furia contenida, pero antes de que pudiera moverse, las puertas se abrieron de golpe.Un grupo de guardias irrumpió en la sala y lo sujetó con firmeza por los brazos.—¡¿Qué demonios hacen?! ¡Suéltenme! —rugió Francisco, forcejeando con una mezcla de rabia y desesperación.Mila también se sorprendió.Todo h
Cuando vieron a Mila marcharse con Aldo, todos entendieron que la fiesta había terminado.El ambiente se desinfló, como si un aire denso y cargado de incertidumbre se hubiera asentado en la sala.—Iré al baño y nos vamos —dijo Mia, con la voz apenas firme.El alcohol le había nublado un poco la mente, pero no lo suficiente para ignorar la sensación de vacío que se instalaba en su pecho.Caminó por un pasillo con luces mortecinas y, de repente, sintió algo. Una presencia.Se detuvo en seco.Giró la cabeza lentamente, su corazón latiendo con fuerza contra sus costillas. Miró detrás de ella, pero no vio nada. Sin embargo, en la penumbra, una sombra se deslizó silenciosamente hasta ocultarse en un rincón. Mia tragó saliva y negó con la cabeza. Quizás era su imaginación.Entró al baño, encendió la luz y respiró hondo. Se miró en el espejo. Su reflejo la observaba con ojos enrojecidos, como si en su interior una tormenta estuviera a punto de estallar. Sacó su labial y retocó su maquillaje, i
Al día siguiente.Mila despertó antes que su hermana, el sol apenas comenzaba a asomarse por la ventana.La habitación estaba en silencio, solo el suave sonido de la respiración de Mila llenaba el aire.La observó durante unos minutos, sumida en sus pensamientos.«Mi hermana... Ojalá que tú sí seas feliz. Si Eugenio realmente te ama, espero que encuentres el camino de vuelta al perdón en tu corazón. Que puedas ser feliz, como tal vez yo no puedo... porque hoy me caso... sin amor...» Pensó, su corazón latiendo con fuerza ante la idea de una boda sin la emoción que tanto había anhelado.Mila giró la cabeza hacia el otro lado de la cama, observando el rostro sereno de su hermana.El reflejo de la luz en la piel de Mia hacía que pareciera que estaba envuelta en un halo de pureza.A Mila le dolió el corazón ver cómo Mia dormía tan tranquila, ignorante de las tormentas que azotaban su propio interior.Aún no podía comprender cómo todo se había complicado tanto en su vida, cómo había terminad
—Aldo Coleman, ¿aceptas como tu esposa legítima a Mila Eastwood para amarla, respetarla y serle fiel, en las buenas y en las malas, por el resto de tu vida?La pregunta resonó en el aire, tan solemne que parecía congelar el tiempo.Aldo sonrió, aunque su sonrisa temblaba ligeramente, como si una ola de nervios lo invadiera.—Claro, que acepto —dijo con voz firme, pero por dentro sentía cómo la ansiedad lo envolvía.El sacerdote miró a Mila, y ella sintió la presión del momento apoderarse de ella.Los ojos de Aldo brillaban con esperanza, pero dentro de ella algo se retorcía, como si una parte de su corazón no pudiera entregarse por completo.Entonces, la voz del sacerdote volvió a romper el silencio.—Mila Eastwood, ¿aceptas como tu esposo legítimo a Aldo Coleman para amarlo, respetarlo y serle fiel, en las buenas y en las malas, por el resto de tu vida?El mundo de Mila se detuvo.Por un instante, el sonido de la iglesia desapareció, y todo lo que podía escuchar era su propio latido,
Francisco aceleraba a toda velocidad, sus manos apretaban el volante con fuerza, mientras su mirada se mantenía fija en la carretera, como si nada pudiera detenerlo.Mila, a su lado, sentía que el mundo se desvanecía a su alrededor. La presión en su pecho era insoportable.Abrió los ojos lentamente, luchando por despejar la niebla que cubría su mente.El mareo la embargaba, pero algo en su interior la alertaba.«No está bien, esto no puede ser real…» pensó, mientras la angustia comenzaba a tomar control de su cuerpo.—¡Francisco, detente! —gritó con desesperación, su voz rasgada por el miedo que se apoderaba de ella.Recordaba todo con una claridad aterradora: él la había llevado a la fuerza, las amenazas, la pesadilla que vivía en su propia vida.El pánico se desbordaba en su pecho, y con la adrenalina, abrió la puerta, sin pensarlo.Francisco frenó de golpe, el auto se desvió hacia el costado de la carretera, y el sonido de las llantas chirriando sobre el asfalto hizo eco en su mente