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Mila abofeteó a Francisco con una fuerza que resonó en la habitación.El golpe no solo dejó una marca roja en su mejilla, sino que también fracturó el aire entre ellos, cargándolo de una tensión imposible de ignorar.Francisco la miró con incredulidad, llevando una mano a su rostro adolorido. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, reflejaban un atisbo de sorpresa, como si no pudiera creer que ella hubiera tenido el valor de hacerle frente.—¡Vete al infierno! —escupió Mila, su voz quebrada por la ira y el dolor—. Me traicionaste… ¡Y ahora vienes con esto! No vuelvas a dirigirme la palabra.Francisco tardó un segundo en reaccionar. Su expresión de asombro se transformó en una de furia contenida, pero antes de que pudiera moverse, las puertas se abrieron de golpe.Un grupo de guardias irrumpió en la sala y lo sujetó con firmeza por los brazos.—¡¿Qué demonios hacen?! ¡Suéltenme! —rugió Francisco, forcejeando con una mezcla de rabia y desesperación.Mila también se sorprendió.Todo h
Cuando vieron a Mila marcharse con Aldo, todos entendieron que la fiesta había terminado.El ambiente se desinfló, como si un aire denso y cargado de incertidumbre se hubiera asentado en la sala.—Iré al baño y nos vamos —dijo Mia, con la voz apenas firme.El alcohol le había nublado un poco la mente, pero no lo suficiente para ignorar la sensación de vacío que se instalaba en su pecho.Caminó por un pasillo con luces mortecinas y, de repente, sintió algo. Una presencia.Se detuvo en seco.Giró la cabeza lentamente, su corazón latiendo con fuerza contra sus costillas. Miró detrás de ella, pero no vio nada. Sin embargo, en la penumbra, una sombra se deslizó silenciosamente hasta ocultarse en un rincón. Mia tragó saliva y negó con la cabeza. Quizás era su imaginación.Entró al baño, encendió la luz y respiró hondo. Se miró en el espejo. Su reflejo la observaba con ojos enrojecidos, como si en su interior una tormenta estuviera a punto de estallar. Sacó su labial y retocó su maquillaje, i
Al día siguiente.Mila despertó antes que su hermana, el sol apenas comenzaba a asomarse por la ventana.La habitación estaba en silencio, solo el suave sonido de la respiración de Mila llenaba el aire.La observó durante unos minutos, sumida en sus pensamientos.«Mi hermana... Ojalá que tú sí seas feliz. Si Eugenio realmente te ama, espero que encuentres el camino de vuelta al perdón en tu corazón. Que puedas ser feliz, como tal vez yo no puedo... porque hoy me caso... sin amor...» Pensó, su corazón latiendo con fuerza ante la idea de una boda sin la emoción que tanto había anhelado.Mila giró la cabeza hacia el otro lado de la cama, observando el rostro sereno de su hermana.El reflejo de la luz en la piel de Mia hacía que pareciera que estaba envuelta en un halo de pureza.A Mila le dolió el corazón ver cómo Mia dormía tan tranquila, ignorante de las tormentas que azotaban su propio interior.Aún no podía comprender cómo todo se había complicado tanto en su vida, cómo había terminad
—Aldo Coleman, ¿aceptas como tu esposa legítima a Mila Eastwood para amarla, respetarla y serle fiel, en las buenas y en las malas, por el resto de tu vida?La pregunta resonó en el aire, tan solemne que parecía congelar el tiempo.Aldo sonrió, aunque su sonrisa temblaba ligeramente, como si una ola de nervios lo invadiera.—Claro, que acepto —dijo con voz firme, pero por dentro sentía cómo la ansiedad lo envolvía.El sacerdote miró a Mila, y ella sintió la presión del momento apoderarse de ella.Los ojos de Aldo brillaban con esperanza, pero dentro de ella algo se retorcía, como si una parte de su corazón no pudiera entregarse por completo.Entonces, la voz del sacerdote volvió a romper el silencio.—Mila Eastwood, ¿aceptas como tu esposo legítimo a Aldo Coleman para amarlo, respetarlo y serle fiel, en las buenas y en las malas, por el resto de tu vida?El mundo de Mila se detuvo.Por un instante, el sonido de la iglesia desapareció, y todo lo que podía escuchar era su propio latido,
Francisco aceleraba a toda velocidad, sus manos apretaban el volante con fuerza, mientras su mirada se mantenía fija en la carretera, como si nada pudiera detenerlo.Mila, a su lado, sentía que el mundo se desvanecía a su alrededor. La presión en su pecho era insoportable.Abrió los ojos lentamente, luchando por despejar la niebla que cubría su mente.El mareo la embargaba, pero algo en su interior la alertaba.«No está bien, esto no puede ser real…» pensó, mientras la angustia comenzaba a tomar control de su cuerpo.—¡Francisco, detente! —gritó con desesperación, su voz rasgada por el miedo que se apoderaba de ella.Recordaba todo con una claridad aterradora: él la había llevado a la fuerza, las amenazas, la pesadilla que vivía en su propia vida.El pánico se desbordaba en su pecho, y con la adrenalina, abrió la puerta, sin pensarlo.Francisco frenó de golpe, el auto se desvió hacia el costado de la carretera, y el sonido de las llantas chirriando sobre el asfalto hizo eco en su mente
Aldo condujo con el rostro impasible, pero sus nudillos se marcaban blancos contra el volante.El celular vibraba una y otra vez en el asiento del copiloto, pero él no hizo el mínimo intento por responder.Sabía quién llamaba, sabía qué querían decirle. Nada importaba.El camino fue un túnel de silencio, un abismo que tragaba cualquier pensamiento racional. Solo quedaba el latido de su corazón, pesado, lleno de rabia y dolor.Cuando llegaron al puerto, la brisa marina se llevó el aliento de Mila. Quiso abrir la puerta del auto, correr, escapar de esa locura, pero Aldo la miró con frialdad.—Baja.Ella negó con la cabeza, apretando los labios con desesperación.—¿A dónde vamos?Aldo sonrió, pero en sus ojos no había ternura, solo sombras.—A nuestra luna de miel, querida. ¿Lo olvidaste? —Su tono se tornó áspero—. Aunque para ti, puede ser luna de hiel.Mila sintió un escalofrío en la espalda.—No… no voy a ir contigo.Él suspiró. Luego, con la fuerza de un hombre cegado por la obsesión,
—¡Ryan, escóndete, por favor! —suplicó Arly, su voz, un susurro ahogado por el miedo.Ryan la miró fijamente, con los labios apretados, negándose a retroceder. Pero cuando vio el pánico en sus ojos, cedió.Sin decir palabra, se deslizó dentro del armario de abrigos, y Arly cerró la puerta con manos temblorosas.Trató de calmar su respiración. Se alisó la ropa, tratando de borrar cualquier rastro de lo que había sucedido.Entonces, abrió la puerta.Francisco entró tambaleándose, y ella se quedó helada.Su rostro estaba ensangrentado, con un corte en la ceja y el labio partido. Su camisa tenía manchas de suciedad y sudor.—¡¿Qué te pasó?! —exclamó, llevándose una mano a la boca—. ¿Quién te hizo esto?Él respiró hondo y cerró los ojos un instante antes de responder:—Fue un… asalto.Su tono era seco, distante.—Anda, cúrame.Arly vaciló.—Yo…—Bien, llama a una enfermera.Ella asintió torpemente.—Sí, claro.Lo guio hasta la habitación y lo ayudó a recostarse en la cama.—Tranquilo, quéda
—Aldo, yo… no te amo… —murmuró Mila, su voz temblando al pronunciar esas palabras que se clavaron en el aire, como una daga invisible.Esas palabras fueron como un golpe brutal para Aldo, un golpe que le robó el aliento, que lo dejó sin fuerza, como si de pronto toda la energía de su cuerpo hubiera sido drenada en un solo instante.El peso de la humillación lo aplastó, pero algo más profundo comenzó a crecer en él. Rabia.Un fuego oscuro que se avivaba en su pecho y que lo empujaba hacia ella, hacia la mujer que acababa de decirle que no lo amaba, a pesar de todo lo que había hecho por ella, a pesar de todo lo que había sacrificado.Con un movimiento brusco, se levantó de la silla, sus ojos ardían con una mezcla de furia y deseo.Se acercó a ella, sus pasos resonando con fuerza, como los de una bestia cazadora que sabe que su presa no puede escapar.Mila retrocedió sobre la cama, sus codos y pies buscando el contacto con las sábanas, arrastrándose, casi como si quisiera huir, pero sabí