Francisco aceleraba a toda velocidad, sus manos apretaban el volante con fuerza, mientras su mirada se mantenía fija en la carretera, como si nada pudiera detenerlo.
Mila, a su lado, sentía que el mundo se desvanecía a su alrededor. La presión en su pecho era insoportable.
Abrió los ojos lentamente, luchando por despejar la niebla que cubría su mente.
El mareo la embargaba, pero algo en su interior la alertaba.
«No está bien, esto no puede ser real…» pensó, mientras la angustia comenzaba a tomar control de su cuerpo.
—¡Francisco, detente! —gritó con desesperación, su voz rasgada por el miedo que se apoderaba de ella.
Recordaba todo con una claridad aterradora: él la había llevado a la fuerza, las amenazas, la pesadilla que vivía en su propia vida.
El pánico se desbordaba en su pecho, y con la adrenalina, abrió la puerta, sin pensarlo.
Francisco frenó de golpe, el auto se desvió hacia el costado de la carretera, y el sonido de las llantas chirriando sobre el asfalto hizo eco en su mente