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Francisco aceleraba a toda velocidad, sus manos apretaban el volante con fuerza, mientras su mirada se mantenía fija en la carretera, como si nada pudiera detenerlo.Mila, a su lado, sentía que el mundo se desvanecía a su alrededor. La presión en su pecho era insoportable.Abrió los ojos lentamente, luchando por despejar la niebla que cubría su mente.El mareo la embargaba, pero algo en su interior la alertaba.«No está bien, esto no puede ser real…» pensó, mientras la angustia comenzaba a tomar control de su cuerpo.—¡Francisco, detente! —gritó con desesperación, su voz rasgada por el miedo que se apoderaba de ella.Recordaba todo con una claridad aterradora: él la había llevado a la fuerza, las amenazas, la pesadilla que vivía en su propia vida.El pánico se desbordaba en su pecho, y con la adrenalina, abrió la puerta, sin pensarlo.Francisco frenó de golpe, el auto se desvió hacia el costado de la carretera, y el sonido de las llantas chirriando sobre el asfalto hizo eco en su mente
Aldo condujo con el rostro impasible, pero sus nudillos se marcaban blancos contra el volante.El celular vibraba una y otra vez en el asiento del copiloto, pero él no hizo el mínimo intento por responder.Sabía quién llamaba, sabía qué querían decirle. Nada importaba.El camino fue un túnel de silencio, un abismo que tragaba cualquier pensamiento racional. Solo quedaba el latido de su corazón, pesado, lleno de rabia y dolor.Cuando llegaron al puerto, la brisa marina se llevó el aliento de Mila. Quiso abrir la puerta del auto, correr, escapar de esa locura, pero Aldo la miró con frialdad.—Baja.Ella negó con la cabeza, apretando los labios con desesperación.—¿A dónde vamos?Aldo sonrió, pero en sus ojos no había ternura, solo sombras.—A nuestra luna de miel, querida. ¿Lo olvidaste? —Su tono se tornó áspero—. Aunque para ti, puede ser luna de hiel.Mila sintió un escalofrío en la espalda.—No… no voy a ir contigo.Él suspiró. Luego, con la fuerza de un hombre cegado por la obsesión,
—¡Ryan, escóndete, por favor! —suplicó Arly, su voz, un susurro ahogado por el miedo.Ryan la miró fijamente, con los labios apretados, negándose a retroceder. Pero cuando vio el pánico en sus ojos, cedió.Sin decir palabra, se deslizó dentro del armario de abrigos, y Arly cerró la puerta con manos temblorosas.Trató de calmar su respiración. Se alisó la ropa, tratando de borrar cualquier rastro de lo que había sucedido.Entonces, abrió la puerta.Francisco entró tambaleándose, y ella se quedó helada.Su rostro estaba ensangrentado, con un corte en la ceja y el labio partido. Su camisa tenía manchas de suciedad y sudor.—¡¿Qué te pasó?! —exclamó, llevándose una mano a la boca—. ¿Quién te hizo esto?Él respiró hondo y cerró los ojos un instante antes de responder:—Fue un… asalto.Su tono era seco, distante.—Anda, cúrame.Arly vaciló.—Yo…—Bien, llama a una enfermera.Ella asintió torpemente.—Sí, claro.Lo guio hasta la habitación y lo ayudó a recostarse en la cama.—Tranquilo, quéda
—Aldo, yo… no te amo… —murmuró Mila, su voz temblando al pronunciar esas palabras que se clavaron en el aire, como una daga invisible.Esas palabras fueron como un golpe brutal para Aldo, un golpe que le robó el aliento, que lo dejó sin fuerza, como si de pronto toda la energía de su cuerpo hubiera sido drenada en un solo instante.El peso de la humillación lo aplastó, pero algo más profundo comenzó a crecer en él. Rabia.Un fuego oscuro que se avivaba en su pecho y que lo empujaba hacia ella, hacia la mujer que acababa de decirle que no lo amaba, a pesar de todo lo que había hecho por ella, a pesar de todo lo que había sacrificado.Con un movimiento brusco, se levantó de la silla, sus ojos ardían con una mezcla de furia y deseo.Se acercó a ella, sus pasos resonando con fuerza, como los de una bestia cazadora que sabe que su presa no puede escapar.Mila retrocedió sobre la cama, sus codos y pies buscando el contacto con las sábanas, arrastrándose, casi como si quisiera huir, pero sabí
Al día siguiente, cuando Mila abrió los ojos, sintió el calor de otro cuerpo junto al suyo.Su respiración se pausó un instante antes de atreverse a girar la cabeza.Allí estaba él. Aldo dormía a su lado, su rostro relajado, casi angelical, como si el mundo no pudiera perturbar su paz.Su pecho se llenó de un torbellino de emociones al observarlo.Su mano, casi sin permiso, se deslizó por la sábana hasta rozar su mejilla con la punta de los dedos.Su piel era cálida, su respiración tranquila, pero en ella todo era caos.Los recuerdos de la noche anterior la golpearon con la fuerza de una tormenta.Sus labios buscándose con desesperación, sus cuerpos entregándose sin reservas, el fuego, la ternura... todo estaba ahí, latente en su memoria y en cada rincón de su piel.Su corazón golpeó contra su pecho.«¿Qué es lo que siento por ti, Aldo?»Se obligó a apartarse. Se levantó en silencio y caminó hacia el baño, buscando refugio en el agua fría que quizá pudiera calmar lo que ardía dentro de
El rostro de Francisco se torció en un rictus de rabia pura.Sus ojos, ennegrecidos por la furia, chispeaban con un brillo peligroso cuando se acercó a Arly con pasos lentos, amenazantes.Sin previo aviso, le agarró el rostro con ambas manos y pellizcó sus mejillas con fuerza, obligándola a mirarlo fijamente.—¡¿Qué dices?! —su voz fue un rugido seco, cargado de incredulidad y enojo—. ¿Te escuchas a ti misma? ¡Estás delirando!Arly sintió el ardor en su piel, el apretón era doloroso, pero lo que más le dolía era la sensación de haber cruzado una línea de la que ya no podría regresar.—Francisco… —susurró con la voz temblorosa—. ¡No hagas daño a Aldo!Él parpadeó. Hubo un breve instante de silencio antes de que soltara una carcajada incrédula, como si lo que acababa de escuchar fuera tan ridículo que no pudiera más que reírse.—¡Arly! —bufó, sacudiendo la cabeza—. ¿Escuchaste mal o estás inventando tonterías? Yo no soy un asesino, ¡estás loca! —se llevó las manos al pecho con un gesto e
Al llegar a casa, Mila ordenó que llamaran al médico. La angustia, la carcomía.Aldo se recostó en la cama con una sonrisa tierna.—Estoy bien, mi amor. No te preocupes.Alzó la mano y Mila la tomó. Sus ojos seguían llorosos cuando el doctor llegó.Después de revisarlo, el médico limpió la herida y le recetó antibióticos.—El señor Coleman está bien, pero debe cuidar la herida para evitar infecciones.Mila asintió con determinación.—Lo cuidaré.El médico se fue y Aldo, adormecido por los medicamentos, se quedó dormido.Mila se sentó a su lado y lo observó. Se veía fuerte y atractivo, pero ahora, vulnerable en la cama, sintió que, si lo perdía, el dolor sería insoportable.—¿Tanto me amas, Aldo? —susurró, tomando su mano.No obtuvo respuesta. Pero no la necesitaba.Lo sentía en cada mirada, cada caricia, cada beso.Lanzó un suspiro. Solo quería que él estuviera bien.***En la ciudadPaz y Mia estaban en una cafetería conversando.—¿Cómo estás, mi amor? Dime la verdad. —Paz la miró con
—¡Basta, papá! —la voz de Mia resonó con fuerza en la habitación, llenando el aire de tensión.Su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y desesperación.—¡Terrance y Gabriel, deténganse ahora mismo! —gritó Paz, su tono autoritario retumbando como un golpe seco.La furia en su rostro era evidente, pero había algo más: una profunda preocupación por el hombre al que había criado como su propio hijo.Ambos hombres se quedaron quietos, sorprendidos por la intervención, aunque el enojo seguía reflejándose en sus ojos.Se miraron brevemente, la incertidumbre cruzando por sus rostros.Pero Eugenio, a pesar de ser el objetivo de la pelea, no parecía estar tan afectado por los golpes.Apenas tenía un ligero corte en la boca, pero su rostro mostraba una palidez que delataba su vulnerabilidad.Mia se acercó a él con pasos vacilantes, su corazón latiendo con fuerza, como si quisiera huir, pero su cuerpo no respondía.Sus manos temb